Opinión

La UE debe apostar por una energía competitiva

La UE ve con preocupación cómo es dependiente, en gran medida, del suministro energético -especialmente de gas y petróleo- de terceros países que en muchos casos o no son fiables o están sometidos a conflictos con otros que puede poner en riesgo el suministro. La amenaza rusa de cortar el gas a Europa se ha ejecutado, como elemento de presión para que la UE ceda en su apoyo a Ucrania. Por su parte, Argelia cortó el gasoducto que iba por Marruecos y ha empeorado las condiciones de suministro a España debido a la torpeza del presidente Sánchez en política exterior en lo relativo al cambio de postura unilateral -no de España, sino de él mismo- acerca del Sáhara.

Aunque algo tarde, la UE incluyó al gas y a la energía nuclear entre las energías verdes, aunque no sin divergencias al respecto, pues Alemania, cuya decisión sobre la abolición de la energía nuclear en su territorio tiene mucho que ver con la escasez de energía en Europa y su mayor dependencia, se opone a recuperar la nuclear, y Francia, con poderosas razones, se enfrenta al país germano.

Sin embargo, para devolver el golpe, Francia dificulta que se finalice el gasoducto que podría conectar España con Europa Central a través de Francia, al decir que sería lanzar una mala señal para la transición energética.

En España, Sánchez aplica la peor de las políticas energéticas, que es la de la demagogia, pues por motivos doctrinarios se niega a apostar por la energía nuclear, al menos como energía de transición. Del mismo modo, mantiene la prohibición de obtener en España gas a través del fracking, desaprovechando dichas reservas importantes, aunque no le importa comprar gas a Estados Unidos obtenido mediante dicha técnica.

Y en su conjunto, Europa decide resolver todo con dinero público, pero sin ir al problema de origen, que es el de asegurar el abastecimiento a través de fuentes de energía abundantes, eficientes y baratas. Esas ayudas pueden servir sólo como elemento temporal para cambiar radicalmente el plan energético de la UE, pero no se vislumbra que se esté acelerando el cambio, más allá de aprobar que la energía nuclear y el gas sean consideradas como energías verdes o, por fin, cambiar la manera en la que se calcula el precio de la energía, que fue diseñado para castigar al gas en nombre de la protección medioambiental y que lo único que ha conseguido es encarecer la energía a todos los ciudadanos y empresas de la UE.

O la UE, de una vez por todas, vuelve hacia la racionalidad y se olvida del abandono acelerado del carbón, y apuesta por el fracking y por la energía nuclear, imponiendo todo ello a sus países miembros, en una forma de disciplina y eficiencia energética, fuera del radicalismo medioambiental que practica, por ejemplo, el Gobierno español, o habrá restricciones, o precios inasumibles, o ambos. El dinero no es infinito y los recursos naturales, tampoco, y no se puede empobrecer a la sociedad ni sumirla en las restricciones porque algunos se quieran poner la etiqueta medioambiental. Por supuesto que todo el mundo quiere conservar el medioambiente, pero de manera racional, con una transición lógica, no sumiéndose en la miseria, ni pasando frío o calor, ni teniendo cortes de luz. Si no se corrige el fundamentalismo medioambiental, que no persigue, realmente, el cuidado del medioambiente, sino, en muchos casos, el negocio, bien dinerario, bien electoral, las consecuencias económicas y energéticas para Europa serán desastrosas y, por ende, las medioambientales también lo serán, pues, en ese momento de empobrecimiento y escasez, habrá que emplear cualquier energía y se habrá perdido mucho tiempo para lograr la transición energética.