¿Tú también Navarra, hija mía?

¿Tú también Navarra, hija mía?

En el mismo día que los británicos coronan a Carlos III y que éste se da un baño de lealtad, respeto y cariño, el Rey Felipe VI, que nos representaba en los fastos de Londres, se tuvo que llegar hasta La Cartuja para recibir la pitada de la hinchada del Osasuna de Pamplona en la final de Copa ¡Inconcebible que vuelva a permitirse tan vergonzoso episodio!

Y aún más que los que pitan, nos avergüenzan los que se quedan mirando para otro lado, como si nada pasase, o los que intentan taparlo o no dar importancia a algo que sí la tiene. Porque ni es una cosa puntual de una minoría: pitaron desde que apareció el Rey en el palco hasta que acabo el himno, y no hubo aplausos o símbolos españoles en toda esa mitad del campo; ni son cosas del futbol que no hay que politizarlas: porque son los que, como hace el Barça, utilizan el club para reivindicar aspiraciones políticas, los que después, cuando se lo afeas, te dicen que es únicamente en el fútbol en lo que hay que fijarse.

Pues eso, que no son sólo cosas del fútbol, más allá de que desde ahí personajes como Rubiales (que gran portero de discoteca daría si no fuera tan tirillas) deberían hacer mucho más por evitar esos espectáculos; son realidades que están en la sociedad y que utilizan el fútbol como altavoz.

Y en este caso, la triste realidad es que Navarra ya ha transitado el camino del desafecto. Ya está perdida. Las lasas y derrotistas trayectorias de PSOE y UPN, los dos partidos que aglutinaban las sensibilidades políticas de los navarros, son causa y efecto de esa deriva. Los dos se cansaron de pelear; el primero se rindió a su sectarismo y el segundo a su supremacismo.

El PSOE una vez más abjuró de su españolidad en su alianza con quienes reniegan de ella. Abrieron la puerta a los bilduetarras, que entraron para luchar contra España y contra el propio Reino de Navarra, que será su primera víctima. Y, por si faltaba algo, han puesto en sus manos esa patraña de la memoria histórica para inventar agravios que justifique su rencorosa enemistad, para borrar el pasado de leal y gloriosa unidad y para quitarnos la posibilidad de un futuro común.

Al otro lado, o quizás en el mismo, UPN ya renuncia a recuperar el poder encabezando opciones que corrijan ese rumbo. Ya se ha cedido la calle y el relato. Resistieron como valientes cuando los mataban y se entregan como cobardes cuando ya no lo hacen; en esto no hay términos medios, y, como ocurrió en Cataluña y el País Vasco, la indiferencia sólo es entreguismo. Ahora mismo Pamplona es una permanente y asfixiante exhibición del movimiento abertzale, y, sin embargo, basta con que alguien muestre cualquier signo de españolismo para que sea acusado de molestar y de provocar.

Los experimentos con el PP terminaron. A estas alturas en UPN, ya conscientes de su diferencia supremacista, no se ven en compañía de españolistas cerrados. Bien han comprendido que a los navarros ya no les valen las mismas soluciones que al resto de los españoles. No quieren que les pase como a Ciudadanos, que en Barcelona era una pujante fuerza transversal cuando era sólo suya, cuando era catalana; y en cuanto sus líderes quisieron convertirla en un proyecto nacional los votantes catalanes les abandonaron.

Pero las cosas no pasan porque sí, por generación espontánea, y en la conformación de los complejos, en este caso de superioridad, siempre intervienen factores exógenos. Cuando le das algo a quien no lo merece, a quien no ha hecho nada mejor que los demás, simplemente le estás diciendo que es mejor que los demás. Le haces sentirse superior, sentirse con más derechos, y desde ahí no devolverá agradecimiento sino exigencia.

¿Y para las próximas elecciones, qué? Pues que Navarra, como las otras autonomías desafectas con la nación, se queda fuera del movimiento de rechazo al sanchismo. Es ya una evidencia que el castigo a Sánchez por sus alianzas con los delincuentes independentistas se manifiesta en toda España, pero no en las comunidades en que esas alianzas se sustancian.

Para el futuro una solución despechada pasaría por dejarles perder definitivamente su identidad navarra en el abrazo del oso del nacionalismo vasco. Total, es lo que vienen haciendo estos años, en los que el PSOE pone los políticos y los abertzales las políticas. Ahora bien, con el cambio institucional deberían desaparecer los privilegios de sus regímenes forales; nueva comunidad autónoma conjunta, pero con nuevas reglas, las de siempre del resto de comunidades. Así todos iguales y el que más chifle, capador.

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