Opinión

Trump recupera la ventaja en los estados clave

La dificultad para entender desde Europa las elecciones norteamericanas consiste en que aquí son como un partido de fútbol y en Estados Unidos como una partida de ajedrez. Aquí se alza con el poder el que más goles mete -el que más votos consigue, en bruto-, mientras que allí puede perder un candidato obteniendo un mayor número de votos totales que su rival, como le sucedió a Hillary Clinton en 2016. Por eso, como en el ajedrez, a menudo hay que sacrificar fichas para ganar la partida.

La razón de esta diferencia crucial se llama Colegio Electoral, consecuencia de la estructura federal del país -que no se llama Estados Unidos por casualidad- y de la desconfianza de los Padres Fundadores hacia la democracia directa. Quienes eligen al presidente no son directamente los votantes, sino los delegados que mandan los estados en un número vagamente proporcional a su población.

En la abrumadora mayoría de los estados, todos los delegados llevan al colegio el mandato de votar por el partido que haya ganado en ese estado. Eso significa que los 55 delegados de California votarán por el candidato demócrata si, como es virtualmente seguro, la candidatura demócrata vence en California, aunque lo haga por un solo voto. De esa manera, da absolutamente igual si en la última semana Kamala Harris suma un millón o diez millones más de votantes en ese estado: el resultado será el mismo, 55 votos electorales.

Por eso los candidatos evitan hacer campaña en los estados seguros, los que con una certeza razonable van a votarles o rechazarles, para centrarse en los que basculan, los llamados swing states o estados pendulares, que igual pueden elegir demócrata como republicano. Ese es el verdadero campo de batalla: Arizona, Nevada, Ohio, Pensilvania, Michigan, Georgia, Carolina del Norte. Y, como las fichas del ajedrez, no todos tienen el mismo valor, cifrado en el número de delegados que envía a Washington.

Según una reciente encuesta publicada en The New York Times, Trump está ganando un terreno decisivo en el llamado Sun Belt, en los estados pendulares de Arizona y Georgia y Carolina del Norte. En los dos primeros, que perdió a favor de Biden en las anteriores presidenciales, el republicano consolida su ventaja. Harris pierde terreno. Pierde incluso en la vital Pensilvania, estado en el que aún mantiene una exigua y menguante ventaja.

El globo Harris se está desinflando a ojos vista. No se puede vivir de emociones vacías de contenido demasiado tiempo, especialmente en una época en la que el votante parece tener memoria de pez y, en definitiva, sólo lo mueve a cambiar su voto, si acaso, lo que haya sucedido una semana antes de ponerse ante la urna.

La encuesta de Siena College para el Times, realizada del 17 al 21 de septiembre, revela una ventaja para Trump de cinco puntos en Arizona, 50% frente al 45% de Harris, que llevaba la delantera en las encuestas previas. Este cambio lo achacan muchos comentaristas al voto hispano, que está dando la espalda a Harris de modo creciente.

También en Georgia aparece Trump en cabeza, por 49% a 45%. Paradójicamente, en Carolina del Norte, histórico feudo republicano, la batalla está algo más reñida, con Trump manteniendo una ligera ventaja de 49% a 47%.

Lo extraordinario es que Trump sigue adelante teniéndolo todo en contra. Dos impeachment, cientos de citaciones judiciales y dos intentos de asesinato muestran hasta qué punto están decididos sus enemigos a que no llegue a la Casa Blanca. Y en ese bando están todos los que cuentan: Wall Street, comunidad internacional aliada, multinacionales, las universidades, Hollywood… Hasta Taylor Swift. Y la diferencia de financiación de una y otra campaña roza ya el absurdo, con millones aún lloviendo sobre la de Harris.

Trump sólo tiene al trabajador norteamericano medio, al perjudicado por la globalización, que vio cerrarse la fábrica en la que trabajaba con un sueldo que le permitía dar de comer a toda su familia con un nivel de vida decente y llegar de la noche a la mañana a su ciudad miles de extranjeros que se contratan por sueldos de miseria.

En ese numeroso bloque de votantes, preocupados por la incertidumbre económica, la inmigración y el futuro de la nación, resuena cada vez más el lema de América primero.

La suerte no está echada aún en esos estados clave, ni de lejos. La proporción de indecisos ronda en ellos el 15%, más que sobrada para dar la victoria a uno u otro. Pero el factor decisivo podría no ser el programa y, de hecho, un número usualmente alto de potenciales votantes vacilan antes de votar a Trump no por su mensaje, sino por su abrasiva personalidad. Porque, a diferencia de otros candidatos republicanos anteriores, a Trump se le ama o se le odia: tertium non datur.

Sea como fuere, Harris tampoco es Miss Simpatía para el norteamericano medio, y el mensaje económico de Trump y sus promesas de abordar la inflación parecen estar funcionando a su favor. La mayoría de los encuestados en estos estados cree que Trump gestionará mejor la economía: el 55% dice que está mejor preparado para enfrentar la inflación, en comparación con el 42% que está a favor de Harris.