Tres años del embrollo del Brexit
Este domingo, se han cumplido tres años de la celebración del referéndum que impulsó Cameron en el Reino Unido para preguntar a los británicos si querían mantenerse en la Unión Europea o si querían separarse de manera definitiva. Tras vencer en el referéndum sobre la independencia de Escocia, Cameron debió de pensar que la suerte le sonreía y que, de esa manera, ahuyentaría para siempre el fantasma de la salida de la Unión. Obviamente, se equivocó.
Y se equivocó, por tres motivos: en primer lugar, porque muchos no estaban cansados de pertenecer a la Unión Europea, sino a su burocracia, y ese voto era, seguro, de salida; en segundo lugar, porque muchos otros querían castigar al gobierno y lo hicieron de esa manera; y en tercer lugar, y de manera muy relevante, porque ningún ciudadano, a la hora de elegir votar por el Brexit como consecuencia de los dos primeros motivos, sabía a qué consecuencias económicas se enfrentaba. Desde entonces, se abrió, primero, un período hasta que el Reino Unido pidió la aplicación del artículo 50, para, después, entablar negociaciones con objeto de conseguir que el Reino Unido pudiese acordar ciertas alianzas comerciales con la Unión Europea que impidiesen la vuelta de aranceles casi cincuenta años después del ingreso del Reino Unido en la Unión.
Sin embargo, Londres, una vez alimentados los deseos de salida de los euroescépticos, no logró conseguir el apoyo para los acuerdos que May cerró con Bruselas, de manera que, tras sucesivas votaciones, terminó por dimitir. ¿Qué sucede ahora? Que se sigue negociando para evitar un Brexit caótico y abrupto, pero como el favorito para suceder a May es Boris Johnson, aumenta la probabilidad de que el Reino Unido no descarte una salida dura y sin acuerdo.
El referéndum fue una equivocación; optar por la salida, un error; ahora, lo peor de todo, siendo malo lo anterior, es salir de manera descoordinada, porque tendría graves consecuencias. La salida del Reino Unido de la Unión acarreará graves consecuencias económicas para todos –especialmente, si se va a un Brexit duro o si los acuerdos no cristalizan tan positivamente a la hora de aplicarlos-, tras décadas de interrelación existente entre las economías de todos los países de la Unión. Puede haber también oportunidades, pero es cierto que levantar de nuevo barreras aduaneras, aranceles y controles que entorpezcan las transacciones no es una buena noticia para nadie.
No sería de extrañar que las exportaciones del Reino Unido con la Unión cayesen un 25%, que conllevaría un descenso de cerca del 12% sobre el total de sus exportaciones. Esto afectaría a la producción en alrededor de 39.000 millones de euros, que disminuiría el PIB británico en 17.000 millones, con la pérdida de cerca de 330.000 puestos de trabajo. Su sector industrial podría verse reducido un 10%, con una disminución de la producción en 69.000 millones de euros y del PIB en 30.000 millones de euros, con la pérdida de entre 300.000 y 500.000 puestos de trabajo. Su sector comercial y de hostelería podría verse afectado por la reducción del turismo, de las transacciones y de la propia actividad económica inherente a los negocios, de forma que no sería de extrañar que dicha rama de actividad descendiese entre un 10% y un 15%. Por otra parte, el conjunto de la Unión, con Alemania, Francia y España a la cabeza, sufrirían también duras consecuencias en la economía. Esperemos, por el bien de todos, que si al final hay Brexit, al menos, sea lo más ordenado y acordado posible, que minimice el impacto negativo.
- José María Rotellar es Profesor de la UFV, del CES Cardenal Cisneros y del Trinity College.