¡Todos al suelo, que nos disparan los nuestros!

¡Todos al suelo, que nos disparan los nuestros!

El BCE decide una importante subida de los tipos de interés y anuncia que seguirá subiéndolos en los próximos meses, sin embargo hay poca confianza en que esas medidas tengan el efecto deseado. Es cierto que la principal función del banco central es el control inflacionario, pero la indefectible consecuencia del incremento de tipos es la ralentización de la economía, y ésta va a producirse en un momento en que Europa, por los coletazos de la pandemia, por los costes de la energía y por efecto de la guerra en Ucrania está prácticamente en recesión.

Y es que, en esta ocasión la terrible carrera inflacionaria no es tanto el efecto de un calentamiento puntual de la economía europea, sino un problema de encarecimiento de la producción de bienes y servicios originado por el incremento del precio de la energía, y del aprovisionamiento de materias primas y de determinados componentes, especialmente tecnológicos. Resulta, además, que, respecto a ambos factores, Europa tiene poco que decir sobre el origen de los mismos y mucho que sufrir de sus efectos; el problema no es tanto del BCE, como de toda la CE o aún más de la propia Europa, que ya no es líder del mundo y que, al no ser el primer consumidor ni tener una moneda fuerte, ha reducido su capacidad de influencia en la gestión económica global.

En esta situación, los efectos de la política monetaria del BCE, que antes corregían esos calentamientos, son muy limitados para invertir la curva de esta inflación y, sobre todo, no se producirán a corto plazo. Sin embargo, lo que sí traen aparejado desde ya es un incremento del coste del crédito y, en concreto, del crédito de los particulares. Entonces, si los precios no bajan de forma inmediata, pero si es inmediato el aumento de las cuotas de nuestros préstamos e hipotecas, nos encontramos con que esta medida es potencialmente mala para muchos ciudadanos de los países de la eurozona y que tiene que ser bien gestionada para evitar o compensar los efectos no deseados.

Lamentablemente, esa oportuna gestión no se espera en España ya que, aunque sufrimos una inflación récord y tenemos un altísimo porcentaje de préstamos e hipotecas indexados al euríbor, del Gobierno, y en concreto de su equipo económico, sólo podemos esperar que sigan enfrascados en medidas tácticas de propaganda y en estrategias de autobombo. Así llevan ya varios meses. En vez de decidirse a aliviar la presión fiscal, han ido del perverso incremento del gasto público, a las ocurrencias inanes y las parvularias recomendaciones de ahorro, para terminar en el tope de precios, que es tan populistamente mediático como legalmente inaplicable.

Lo normal es que el control de precios en una economía abierta de mercado (y esto debería saberlo cualquier doctor en la materia) tenga un efecto malo y otro peor. El primero es que, en los productos a los que afecta, se elimina la diferenciación y discriminación por precio y eso incrementa la demanda, y después que, al no recibir por los productos su valor real, se desincentiva a los productores y se reduce la oferta. En definitiva, todo en la línea de lo que no se necesita para controlar la inflación y para mitigar el impacto en la economía de millones de hogares españoles, que por lo visto no forman parte de lo que los socialistas y podemitas llaman la gente o la clase media trabajadora.

La inutilidad de todo este conjunto de medidas, que sólo sirven para que en el Gobierno crean que creemos que están haciendo algo útil, recuerda a aquella recomendación de los mexicanos para combatir los seísmos, que consistía en meterse algunos huesos en los bolsillos. No sirve para evitar que mueras por efecto del terremoto -te explicaban ¡pero permitirá que después los perros encuentren tu cadáver!

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