Un tío normal, un político excepcional

Un tío normal, un político excepcional
El nuevo presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo.

Julio de 2019. Doce y media de la noche. Alberto Núñez Feijóo, Julio Ariza y un servidor salen del templo gastronómico por antonomasia de Riazor, Tira do Playa, donde se come una lubina que constituye la certificación de que, al menos gastronómicamente, Dios existe. Para mi sorpresa, al presidente de la Xunta de Galicia no le esperan ni el Citröen oficial ni los guardaespaldas. Le disparo a bocajarro la pregunta obvia:

—¿Dónde están los escoltas?—.

Sin solución de continuidad, me aclara:

—Me trajeron pero les dije que se fueran a casa, ya sabéis lo poco que me gusta la parafernalia y menos aún tener a esta gente esperándome hasta las tantas—.

Caminamos por esa maravilla de la naturaleza que es Riazor mientras Ariza y el que suscribe nos ofrecemos para acompañarle a casa. Más que nada, porque nos da miedo que el número 1 de Galicia callejee en solitario en una tierra en la que los nacionalistas no son lo que se dice émulos de Gandhi. Se niega:

—Tranquilos, en contra de lo que parece, me muevo solo muy a menudo—.

La aclaración acababa de terminar cuando aparecen tres veinteañeras que flipan al contemplar al —con permiso de Amancio Ortega— tipo más famoso de Galicia pasear como un ciudadano más pasada la medianoche sin ningún tipo de cohorte alrededor:

—¿Presidente, nos podemos hacer una foto con usted?—.

—¡Claro, encantado!—, responde esbozando, una vez más, su nada impostada sonrisa ante la mirada alucinada de unas admiradoras que lo primero que hacen es susurrarse al oído lo obvio:

—Este tío va sin escolta y sin nadie, es increíble—.

Lo mismo aconteció otra noche en Santiago. Era verano, llovía a cántaros, se había desatado inesperadamente el diluvio universal, habíamos finiquitado la velada en el magnífico restaurante santiagués Don Quijote pero nuestro protagonista tenía un problema: había prescindido nuevamente de la escolta y de ese automóvil oficial del que la clase política patria no se baja ni para hacer pis. Tan cierto es que Monte Pío, la residencia oficial del presidente de la Xunta, está relativamente cerca como que en esas circunstancias climatológicas pegarte un paseíto y encima cuesta arriba para bajar la cena constituía poco menos que un suicidio. Ningún problema: se metió en nuestro vehículo de alquiler y allá que lo llevamos como si tal cosa. Recuerdo cómo se bajó y esprintó, eso sí, sin evitar llegar calado a la puerta de entrada del palacete inaugurado por Manuel Fraga en 2002. Igualito que otro que yo me sé, que no puede ir ni a la esquina sin 20 ó 30 guardaespaldas, entre otras razones porque la calle lo odia, que usa el Falcon para ir a un concierto de rock o a la boda de su cuñado, que desplaza el Airbus 310 a Valladolid que está a 180 kilómetros de Madrid y que elige como lugar de veraneo el faraónico complejo de La Mareta regalado por Hussein de Jordania a Juan Carlos I.

Sólo un mago puede lograr algo de lo que ni siquiera Ayuso puede presumir: borrar literalmente del mapa institucional a Vox y a Cs

Conozco más al Alberto Núñez Feijóo persona que al Alberto Núñez Feijóo personaje. Básicamente porque, aunque voy a menudo y me encanta, no vivo en Galicia. Lo cual no quita para llegar a la conclusión de que alguien que se ha anotado más mayorías absolutas que ningún otro barón vivo, exactamente cuatro, es un fuera de serie. El valor de esta gesta se incrementa exponencialmente si tenemos en cuenta que la mitad de esas cuatro suficientísimas mayorías se han producido en una coyuntura, la que padecemos desde 2014, en la que el bipartidismo es un nostálgico recuerdo de tiempos indiscutiblemente mejores. Algo de culpa de esta brillante trayectoria ha tenido ese ejemplo intelectual, ético, personal y político que es José Manuel Romay Beccaría, su gran consejero áulico.

Sólo un mago puede conseguir algo de lo que ni siquiera la gigantesca Isabel Díaz Ayuso ha podido presumir: borrar literalmente del mapa institucional a Vox y a Ciudadanos. Con él ocupando el Palacio de Rajoy jamás han tenido representación en el Parlamento autonómico. Un récord, insisto, en esta era de partidos naranjas, morados, verdes, amarillos, rosas, marrones y arco iris en la que nos hemos cargado ese bendito turnismo que nos ha proporcionado el mayor periodo de estabilidad y prosperidad de nuestra convulsa historia. Una imbecilidad que estamos pagando a un precio elevadísimo: el de la destrucción moral, social, económica y, sobre todo y por encima de todo, territorial de España.

Otro hito, o más bien mérito, en su historial es haber logrado mantener a raya a un nada despreciable nacionalismo-independentismo que en Galicia no alcanza las cuotas de asentamiento social de País Vasco o Cataluña pero que indiscutiblemente es superior al de Baleares, Navarra o Valencia. Y, desde luego, bastante más violento que en estas tres últimas comunidades. Igualmente laudable es la mano izquierda con la que ha conducido el siempre polémico asunto de la lengua en las aulas de Galicia. El nuevo presidente nacional del PP acabó con la primacía del gallego y la marginación del español decretada por el ex ministro franquista Manuel Fraga dando paso a un bilingüismo casi matemático. La ausencia de ruido ha presidido su gestión en una tierra en la que el 80% de la población se maneja con destreza en los dos idiomas.

Feijóo lo va a hacer bien, estoy seguro, entre otras razones porque es muy listo, pero ha de andarse con cuidado porque Madrid no es Galicia 

Algún que otro importante pero hay que ponerle en materia fiscal. Pese a las sucesivas reducciones de los últimos años ese impuesto a los muertos que es el de Sucesiones y ese otro atraco a mano armada que es el de Donaciones perviven en Galicia, cierto es que con menor virulencia que en las comunidades gobernadas por el depredador Partido Socialista. Bienvenidas sean sus insistentes proclamas de estos días a favor de más rebajas en materia tributaria, en resumidas cuentas, de una fiscalidad moderada, razonable y razonada. De sabios es rectificar y él es un rato sabio.

Feijóo lo va a hacer bien, estoy seguro, entre otras razones porque es listo como los ratones coloraos. Pero ha de andarse con cuidado porque Madrid no es Santiago, Coruña, Vigo, Orense o Lugo, esa Galicia en la que el bendito mundo rural manda y mucho. La Villa y Corte es otra cosa. Aquí no hay un periódico cuasimonolítico como sucede allá arriba, al este de Finisterre, y encima de papel, como es La Voz de Galicia. En la capital coexisten no menos de 30, cada uno de su padre y de su madre y mayormente de izquierdas, muy de izquierdas, y la mayor parte de los pocos adscritos a la derecha va pidiendo perdón mañana, tarde y noche por existir. Diarios, estos últimos, que serán los primeros en darle la puntilla si vienen mal dadas.

No estaría de más que alguien, quizá ese monumento a la eficacia que es su dircom, Mar Sánchez Sierra, le haga ver que lo digital es el presente y el futuro, que el papel está más pasado que una canción de Manolo Caracol y que otorgar trato de favor a los medios enemigos es el camino más recto al apocalipsis. Que Dios le proteja de estos amigos, entre otros de ese El País que en 2013 sacó a la luz esas fotos tramposas en compañía del “narcotraficante” Marcial Dorado. Digo tramposas y digo bien porque el contexto lo es todo a la hora de analizar si algo es una verdad o esas medias verdades que son las peores de las mentiras. Cierto es que Dorado fue condenado por tráfico de estupefacientes pero no lo es menos que cuando se tomaron esas instantáneas, 1994, nadie sabía la doble o triple vida empresarial que llevaba. Como tantos contrabandistas de tabaco, pasó al más lucrativo y diabólico negocio de la compraventa de cocaína. Aquella experiencia le permitió a Núñez Feijóo caerse del guindo y certificar que el fuego amigo es siempre el más dañino. Soraya Sáenz de Santamaría no fue ajena a la filtración de esas instantáneas y al manejo de otros dosieres en manos del Centro Nacional de Inteligencia (CNI). Las maniobras orquestales en la oscuridad de una vicepresidenta dedicada a acabar por métodos espurios con todos los rivales habidos y por haber en la sucesión de Mariano Rajoy.

No está de más que tenga presente que entre un votante del PP y uno de Vox hay menos diferencias que entre uno del PSOE y otro de Podemos

Feijóo lo va a tener o muy fácil o imposible. Fácil porque a este Gobierno socialcomunista se lo va a llevar por delante esa economía que acabó también con el inútil a la par que sectario e iluminado de Zapatero. No hay dios que soporte un crecimiento raquítico de un PIB que continúa sin recuperar el 10,8% perdido en 2020 y que en cualquier momento puede degenerar en recesión, una inflación del 10% muy por encima de los otros grandes de la zona euro, un precio de la luz que se ha triplicado en el mejor de los casos y un encarecimiento de la cesta de la comprar superior al 30%. El asalto a Moncloa le resultará imposible si se obsesiona con Vox o si critica acerbamente a los de Abascal. Frases como “dejemos de ser más españoles que nadie”, pronunciada ayer por Feijóo, representan un error que sólo sirve para ensanchar el perímetro del caladero electoral de Vox.

No está de más que tenga presente que entre un votante del PP y uno de Vox hay menos diferencias que entre uno del PSOE y otro de Podemos, entre otros motivos porque hasta hace no tanto Abascal y él formaban parte del mismo partido. ¿Por qué ha triunfado Ayuso? Porque goza de un carisma superlativo pero también porque tiene meridianamente claro que su enemigo no es Abascal sino el sujeto más indeseable de la reciente historia de España: Pedro Sánchez. Un Pedro Sánchez que tiene de socios de gobernabilidad a ETA, a los golpistas catalanes y a los sicarios de Maduro y que nos está hundiendo literalmente en la miseria.

Ése, y no otro, es el gran reto de Alberto Núñez Feijóo, alejar a Vox y convertir al PP en ese partido mayoritario que siempre fue hasta que entre Rajoy y Soraya espantaron a medio electorado. Ayer en Sevilla, entre bastidores y naturalmente off the record, no pocos vips populares se mostraban acongojados por la potencia de fuego de Vox. “Están extraordinariamente fuertes”, me admitía un barón, “engordando día a día con votos de la abstención y de ese mundo rural de izquierdas que antes votaba al Partido Socialista”. ¡Ah! y sería más que aconsejable que el PP sea algo más que la suma de las territoriales de Galicia, Andalucía y Madrid. No le arriendo la ganancia a un presidente que va a tener que ejecutar el número de funambulismo más complicado y arriesgado de su vida. Esencialmente porque no habrá segunda oportunidad, ni para él ni para España. En jerga anglosajona, lo suyo es un one shot, un solo disparo porque no hay más balas en la recámara. A tu suerte nos encomendamos, Alberto. No nos falles.

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