Teo, dejad de decir que Ayuso es una corrupta
Hará cosa de dos semanas estaba un servidor tomando café con un destacado dirigente del socialismo madrileño cuando la taza casi acaba saltando de mis manos y estampándose contra el suelo. Mi interlocutor empezó a relatarme supuestos casos de corrupción de Isabel Díaz Ayuso, de los que reconoce no saber si son verdad porque atesoran “cero pruebas”, y cuando yo le pregunté quién se los había desvelado, me espetó:
—Gente del PP de la Asamblea de Madrid, de los que controla el aparato de Génova, nos asegura que está pillada por los temas de su hermano, Tomás, que va por los hospitales exigiendo que le den contratos—.
Días después, la veterana diputada socialista Carmen López se lo restregó en la cara a la presidenta de la Comunidad en uno de esos maravillosos rifirrafes que han convertido la Asamblea de Madrid en el foco más seguido del parlamentarismo español, muchas semanas ya por encima del Congreso de los Diputados, y en un remedo castizo de ese Parlamento británico en el que tipos de primer nivel se dicen civilizadamente de todo y por su orden. Al día siguiente, temiéndose una querella de campeonato del hermanísimo, la socialista dijo “Diego” donde había pronunciado un clarísimo “digo”. “Yo no tengo pruebas”, aclaró enmarañándolo todo más, “sólo quería saber si es verdad”. Un sistema, éste de invertir la carga de la prueba, más propio de regímenes totalitarios que de democracias asentadas como la española.
Los rumores no se difunden, se investigan, lo contrario son prácticas fascistoides o estalinistas, cuando no directamente delictivas
El gerifalte del Partido Socialista de Madrid no se quedó ahí, en el no caso de Tomás Díaz Ayuso, que no pasa de ser un comercial del montón en una empresa del sector sanitario desde hace la friolera de 20 años, cuando la presidenta de Madrid estaba terminando la carrera y, por supuesto, no la conocía ni dios. Prosiguió su explicación mientras yo escuchaba estupefacto:
—Lo que nos cuentan también esos diputados del PP es que lo más grave es la pasta que se han llevado de los aviones fletados a China en el inicio de la pandemia para traer material sanitario—, apuntó. Por segunda vez, las pruebas ni están ni se las espera. Ni creo que lleguen nunca. La vida me ha dotado de un sexto sentido para detectar mangantes. Esos signos externos que delatan a cualquier trincón no los veo en una Ayuso que vive de alquiler en un estudio de 60 metros cuadrados y viste de Zara y Mango.
Flipé. A un servidor le enseñaron antes de echar a rodar en este bendito oficio que “los rumores no se difunden, se investigan”. Lo contrario son prácticas fascistoides o estalinistas, cuando no directamente delictivas. Muy mal no me ha ido con la sanísima costumbre de profundizar en todo aquello que me contaban. La mayoría de los grandes casos de corrupción de la última década los ha sacado el arriba firmante, solo o en compañía de Manuel Cerdán o Esteban Urreiztieta: Juan Carlos I, el vídeo del robo que acabó con la carrera política de Cifuentes, Podemos, Urdangarin, Pujol, Bárcenas (sobresueldos y financiación en B del PP), los sms de Rajoy al tesorero -“Luis, sé fuerte, hacemos lo que podemos”-, Ignacio González, la cuenta en Suiza de Granados y el contrato secreto de Neymar que provocó la dimisión de Sandro Rosell al frente del Fútbol Club Barcelona. Por cierto: prácticamente todos estos casos terminaron ratificados por la Justicia con severísimas condenas de por medio. Ninguno de sus protagonistas se querelló contra mí o me demandó, más que nada, porque sabían que cualquier acción judicial acabaría donde han finalizado todas las que me han interpuesto en veintitantos años de carrera: sobreseídas. No porque tenga bula judicial o baraka sino, simple y llanamente, porque todos estos escándalos iban a misa. Eran verdad y estaban soportados documentalmente.
La Ley de Partidos y los Estatutos del PP prohíben estar más de cuatro años sin votar al presidente de la formación en la Comunidad de Madrid
La táctica de la mano que mece la cuna, Teodoro García Egea, es difamar sin fin a Isabel Díaz Ayuso. Un modus operandi, como digo, más propio de dictadores bananeros que de tipos que creen en el Estado de Derecho. “Lo que están haciendo”, me confiesa un teodoriano asqueado con estas prácticas, “es retrasar el Congreso del PP de Madrid para ver si estalla uno de estos episodios de corrupción de los que, por cierto, jamás aportan una sola prueba. ‘Es una corrupta’, ‘es una corrupta’, ‘es una corrupta’, pero nunca sale nada. Y llevan así meses. El objetivo último es que un escándalo la inhabilite para presidir el PP de Madrid y echarla de la Comunidad y poner de presidente a un consejero afín o a Ana Camíns”.
Otra de mis fuentes coincide en la descripción de la guerra sucia contra Ayuso pero con un goloso matiz añadido: “En el fondo, lo que les gustaría es no convocar el Congreso del PP con la excusa de que hay elecciones en Andalucía, en Castilla y León y generales, si es que Sánchez las adelanta”. Los teodorianos, una secta que demuestra que hay gente pa to, olvidan que tanto la Ley de Partidos como los Estatutos del PP prohíben estar más de cuatro años sin votar al presidente de la formación en la Comunidad de Madrid. El último Congreso en el que se eligió presidenta (Cristina Cifuentes) se celebró en marzo de 2017, con lo cual hay de plazo hasta enero de 2022 para no transgredir la ley interna y la externa.
El tonto útil de este intento torrentiano de asesinato civil se llama Ángel Carromero, alias Carroñero, un individuo provisto de un rictus que no le hace confiable y que demuestra que la cara es el espejo del alma. Lo único decente que ha hecho en sus 36 años de vida, y por lo cual contará con el aplauso eterno de todos los demócratas, fue ir a Cuba en 2012 a ayudar a los que hacen frente a la feroz dictadura castrista que padecen nuestros hermanos cubanos va camino de 62 años. Se estampó el coche que conducía, se mató el líder opositor Oswaldo Payá y Carromero acabó en una cárcel de la tiranía, que no es precisamente el hotel Ritz. Afortunadamente, fue liberado cinco meses después tras la eficiente intervención de José Manuel García-Margallo, a la sazón canciller español.
Carromero cobra un salario de tres pares de narices y se dedica a conspirar contra la presidenta de Madrid cual Rasputín de pitiminí
Carromero, en este rol más bien Carroñero, es increíblemente director general de Coordinación de la Alcaldía que ostenta el tipo más preparado de la política española, José Luis Martínez-Almeida. Los madrileños le astillamos 91.144 eurazos al año pero a nuestro coprotagonista no lo ven en el Ayuntamiento de Madrid ni en pintura. “Como mucho, se pasa por la Casa de la Villa una vez al mes. Ni está ni se le espera”, coinciden en su testimonio varios concejales y concejalas. Vamos, que los contribuyentes capitalinos le astillamos un salario de tres pares de narices para que se dedique a conspirar contra la presidenta de Madrid cual Rasputín de pitiminí. Manda huevos.
Mi impresión, basada en hechos, no en una simple intuición, es que la aparentemente pueril pero en el fondo suicida y masoca batalla desatada contra Ayuso no tiene como objetivo frenar un salto a la política nacional que sólo existe en sus calenturientas y perversas mentes sino preparar el terreno para que Egea sea el sucesor si Pablo Casado no gobierna tras las próximas generales. Ya se sabe: si controlas el poder orgánico lo más normal es que acabes conquistando la Presidencia de un partido. Al campeón mundial de lanzamiento de huesos de aceituna le importa Casado un pimiento, lo que en el fondo anhela es heredarle. El personaje es un yo-mí-me-conmigo carne de diván de psicoanalista porteño.
Hace unas semanas, conversando con varios vips del PP a los que les faltó tiempo para contárselo a Carlos Cuesta, dejó entrever su maquiavélica hoja de ruta sin que nadie le hubiera inquirido por ello. Una autoinculpación de manual:
—Hay que salvar el proyecto pablista si Pablo no aguanta tras las próximas generales. ¿Y con quién lo vamos a hacer? ¿Con Feijóo? No puede ser, sería volver a Mariano. ¿Con Ayuso? ¡Pero si es como Esperanza [como si ser Aguirre fuera un insulto]! ¿Con Juanma [Moreno]? ¡Si no lo quiere nadie fuera de Andalucía!—. Vamos, que sólo hay tres posibilidades: o Teo, o García, o Egea. Menudo iluminado.
Confío en que Casado ponga orden porque de lo contrario existe el riesgo de que el peor presidente de la democracia siga en La Moncloa
El único que gana con esta locura de guerra intestina liderada por Egea con Carromero en el papel de Sancho Panza es un Pedro Sánchez que estaba contra las cuerdas y al que han vuelto a situar en el mapa de la demoscopia. Lo cual tiene mérito y bemoles porque lo odia prácticamente toda la ciudadanía y está perpetrando más barrabasadas que todos sus antecesores juntos. Egea y Carroñero lideran una panda de irresponsables esparcidores de mierda. Confío en que Pablo Casado ponga orden porque de lo contrario, y aunque de momento no lo veo probable, el peor presidente de la democracia volverá a gobernar de la mano de golpistas, etarras y sicarios de Maduro. Que nadie se equivoque: no vale con ganar, hay que sumar con Vox, si no, habrá Frankenstein para rato y España acabará definitivamente balcanizada. El que espero sea próximo inquilino de Moncloa tiene que pegar un puñetazo encima de la mesa y arreglarse con Ayuso. Y Ayuso debe aplacar a los suyos y echar una mano. Que Casado no sea presidente en 2023 o cuando carajo quiera que sean las elecciones, será malo para Casado pero también para la presidenta madrileña, bueno, y obviamente también para España. Aunque el precedente de la pugna Aznar-Gallardón no avale mi teoría, normalmente el electorado castiga la división y no digamos ya el fratricidio.
Egea y el tan malo de maldad como orgánica e intelectualmente insignificante Carromero deben probar sus acusaciones. Si hay pruebas, que me las traigan, que tardaré una hora en publicarlas. Aquí no tiene bula ni Juan Carlos I, ni Ayuso, ni Casado, ni Sánchez, ni desde luego el delincuente de Pablo Iglesias. Y, si no, que cierren el puñetero pico de una puta vez. Este cainismo sólo tiene un ganador: Pedro Sánchez.