Sumar se tragó el comunismo por un sillón
Yolanda Díaz, ministra, vicepresidenta, abogada laboralista y ejemplo de cómo se puede predicar ética con la boca llena de poder, calla. Calló cuando salpicaban a los suyos por posibles denuncias de abusos. Calla ahora mientras se destapan manejos turbios, contratos sospechosos y oscuridades varias en su entorno. Sumar, ese proyecto de pureza moral y regeneración democrática, ha acabado siendo un cliente más del Gobierno de Pedro Sánchez. Uno de los más mansos.
¿Recuerda alguien cuándo fue la última vez que la señora Díaz levantó la voz contra su socio Pedro? ¿Dónde está la combativa sindicalista que venía a barrer la vieja política? ¿Dónde el puño alzado de la dignidad obrera? Hoy sólo se oye el sonido de la silla girando en su despacho ministerial. Y eso, amigos, suena a claudicación.
La pregunta es sencilla: ¿qué tiene que ocurrir para que alguien en Sumar dimita? ¿Un caso de acoso más? ¿Una adjudicación sospechosa? ¿Una comisión sin justificar? ¿Dónde está la línea roja, si es que alguna vez existió? El problema es que algunos no tienen otro oficio. Sin el Estado no son nada. Sin la moqueta, ni un bar les fía.
Si recordamos a Julio Anguita, agitó a Izquierda Unida con una idea tan sencilla como incómoda: «Programa, programa, programa». Lo hizo a pecho descubierto, creyendo en una izquierda decente, republicana, culta y con olor a biblioteca, no a moqueta. Hoy, ese legado duerme el sueño de los justos en algún cajón olvidado de IU y Podemos, convertidos ambos en meras franquicias sin alma de un PSOE y un Sumar de Yolanda Díaz, al que decían venir a fiscalizar, y del que ahora sólo reciben migajas.
Y es que, en este dislate comunista, nos queda IU, una sigla que ni los suyos reconocen ya. ¿De qué sirvió la lucha de Anguita, su renuncia a prebendas y su rectitud inflexible, si ahora sus herederos callan ante la corrupción por miedo a perder un escaño? Qué humillación simbólica: un maestro que murió pobre viendo cómo su partido acababa rico… en excusas.
Sumar, ese nombre tan cursi como vacío, se pensó como una revolución amable, una izquierda elegante, sin los piojos de Podemos ni los gritos de Iglesias. Hoy es una alfombra más bajo la cual se esconde el polvo de la indignidad, como en cualquier otro partido viejo.
Castoriadis, años después, lo advirtió: el socialismo de Estado engendra una nueva casta, un poder opaco, un aparato que ya no sirve al pueblo, sino a sí mismo. Y hoy vemos a Sumar, esa izquierda que se definía limpia, actuar como pararrayos de Sánchez, absorbiendo presión, mediando silencio, sustentando el poder… pero sin atreverse a cuestionarlo en serio.
¿Yolanda? Yolanda ya no protesta. Yolanda pacta. Yolanda calla. Yolanda aguanta. Porque fuera hace frío, y dentro hay poder, cargos y nóminas. Por un sillón se aguanta todo. Hasta la vergüenza.
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