¿Subir el salario mínimo es la panacea a nuestros males?

¿Subir el salario mínimo es la panacea a nuestros males?

En España, ésta es la realidad: tenemos un problema, en general, de salarios bajos y muy frenados. Por más reivindicación que se haga con el salario mínimo interprofesional, que es un brindis al sol, lo que impera es nuestro modelo productivo y las cosas son lo que son y no lo que querríamos que fueran. De hecho, fijar un salario mínimo de 900 euros al mes queda muy bien de cara a la galería, pero va a obstaculizar las oportunidades de empleo de la gente joven y, en concreto, de personas mayores no cualificadas porque su productividad será inferior al coste salarial. En España, hay millares de personas, por no decir que millones, que están excluidas del mercado laboral formal o bien que se encuentran en una incierta situación de empleo, o sea, con trabajos precarios o bien que querrían trabajar más horas de las que realmente lo hacen.

La gravedad del problema es tal que en algunas comunidades autónomas el desempleo supera la cota del 20% actualmente. Ese triste panorama impacta negativamente en las fatídicas desigualdades que se dan en la sociedad española. No hay duda: a más paro, menos salario o menores incrementos salariales porque hay más personas desempleadas dispuestas a trabajar en condiciones inferiores o por menos dinero. Si a ello se le añade la influencia en la contención de los salarios de la baja inflación de estos años, se explica el porqué de los diminutos crecimientos salariales. Nuestra tasa de paro supera de manera crónica el 15%, lo que se traduce en que España tiene lamentablemente un paro estructural.

Además, mucha gente trabaja menos de lo que querría a la vez que hay gente desanimada que ya no busca trabajo: se da infrautilización del factor empleo. Si hoy es peliagudo el asunto, más lo será en el futuro. Me refiero a ese hándicap que tenemos en nuestro país del desempleo juvenil, que se sitúa entre los más altos de la Unión Europea. Los jóvenes, por desgracia, son el grupo de edad que se halla en mayor riesgo de exclusión social pese al descenso de las tasas de pobreza. ¿Qué oscuro futuro les aguarda a esos cientos de miles de chavales que están desconectados del mundo laboral y estudiantil? Y, lo peor, pensando con todo el egoísmo del mundo, ¿qué mañana les espera a los pensionistas si tantos jóvenes están en fuera de juego?

Mejorar la productividad

Varios problemas concurren en nuestro mercado de trabajo. Entre ellos, la forzosa e involuntaria parcialidad del empleo que sufren quienes trabajan menos de 30 horas semanales y querrían trabajar más horas. La inconclusa crisis económica y financiera ha incidido en una menor actividad empresarial dibujando un mapa del empleo en España, donde la productividad no es una robusta fortaleza, en el que trabajadores a tiempo parcial han reemplazado a trabajadores a tiempo completo. ¿La causa? Contener los costes laborales. Sumemos a ello las elevadas cotizaciones sociales que se pagan en España y se explica en buena parte por qué no tira el empleo. Si no se eleva la productividad, difícilmente podemos hablar de aumentos salariales.

La dualidad del mercado laboral, en ese sentido, es un serio freno para potenciar la productividad y además limita la movilidad regional, cuestión tabú en la sociedad española, ya que siempre queremos que nuestros hijos trabajen justo en la empresa que está ubicada debajo de casa. De esta guisa, se está contribuyendo a la brecha entre las tasas de paro de las distintas regiones incidiendo fatalmente en la desigualdad. Por eso hay que potenciar el atractivo de los contratos indefinidos y apostar seriamente por poner coto al uso y abuso de los contratos temporales. ¿Qué hay que hacer? Por lo pronto, mejorar los programas de formación y los resultados educativos, intensificar la relevancia de la educación terciaria en el mercado laboral —tanto la universitaria como la formación profesional superior—, apostar abiertamente por la formación profesional, fomentar la formación permanente y reducir las tasas de abandono escolar e incentivar que las personas se desplacen a otras Comunidades Autónomas para encontrar empleo.

Todo eso deriva en una limitación salarial en estos últimos años. En 2017, el salario medio en España fue de 26.535 euros, por debajo del de 2016, pero el salario anual más frecuente de 16.497 euros. Malhadadamente, eso nos conduce a una economía low cost que pone en evidencia, primero, la vulnerabilidad de nuestro modelo productivo y, segundo, la baja calidad de nuestro crecimiento económico. En fin, ¡qué somos lo que somos salvo que alguien cambie nuestro rumbo! ¿Dónde está nuestro Moisés económico, quien sepa hacer más inclusivo el mercado laboral, promover la recuperación económica en base a mayor flexibilidad salarial y reformas serias y creíbles, crear empleo de calidad y recuperar la competitividad económica de España? Quizás, plantearse hoy y en este país algo así suene a pura utopía. Posiblemente…

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