Opinión

El socialismo, nuestro campeón olímpico

Ya encarando los últimos días de los Juegos Olímpicos nos van cayendo algunas medallas y algunas decepciones. Y es que a varios de nuestros deportistas, que tienen acreditada capacidad y experiencia, parece estar faltándoles nivel competitivo. No es el caso de nuestro presidente del Gobierno, que desarrolla una tremenda capacidad de competir y de adaptarse al campo, ya sea que éste esté embarrado, que los rivales sean más fuertes o que tenga el público y los pronósticos en contra.

Cuando la situación se pone de verdad complicada, nadie como él para conseguir sobrevivir. Es la ventaja de tener todos los recursos y manejar todos los registros; como, además, le falta el espíritu deportivo, o precisamente por eso, inclina el campo a su favor, cambia las normas de juego o compra a los árbitros para hacer posible lo que él mismo había dicho que era imposible.

Llevamos demasiado tiempo augurando que ya ha llegado a su marca. Diciendo que no pasará por una más; que, además de las supuestas líneas rojas que en verdad no lo son, existen límites físicos que imposibilitan su continuidad. Pero Sánchez va poniendo de su lado a las circunstancias y a los protagonistas; incorporando a su parte del muro a quien haga falta, en un manejo de la geometría variable que supera los principios euclidianos.

No se puede olvidar que hasta en alguna ocasión se apoyó en Vox y no hay que descartar que en el neofederalismo asimétrico que está propugnando termine por conseguir (o más bien comprar) las voluntades de gallegos, canarios o baleares. Y es que la solidaridad territorial terminará por ceder hasta en el ánimo de los más generosos, ya que, aunque no sean supremacistas como los catalanes y no quieran ser más que los demás, también se cansarán de ser menos.

Ahora mismo, tiene que salvar varias bolas de partido en varias pistas diferentes, pero, visto lo visto, ¿quién se atreve a decir que no lo conseguirá? Sin olvidarnos de que está sobrevolando sin demasiado daño las corrupciones de su entorno político y personal, desde su retiro vacacional. Va a hacer presidente de la Generalitat a Salvador Illa humillando a Puigdemont, pero consiguiendo que éste le siga manteniendo en la Moncloa. ¿Es o no es un campeón?

Hay quienes, mientras todo esto ocurre, siguen insistiendo en que el PSOE va a reaccionar; y no sólo por ser fiel a sus principios, sino por evitar desangrarse. ¡No han entendido nada! En el partido socialista lo pasaron mal en la oposición, y ahí es cuando obtuvieron sus peores resultados, pero estando en el poder no bajan del 30 por ciento. Que para mantenerse en el gobierno hay que ceder en esto o en aquello, pues se cede. Bien saben ellos que lo que castigan sus bases es perder el poder, no perder los principios.

Y también se equivocan los que creen que Sánchez está pervirtiendo al partido, cuando la realidad es que su líder es el reflejo del PSOE. El partido socialista, salvo en contadísimas ocasiones, siempre ha sido falso, tramposo y desleal, y lo ha sido con el apoyo de sus bases, afiliados y votantes. Con dificultad nos autoconvencemos de que los socialistas son gente normal, que sangran cuando les pinchan y mueren cuando les envenenan, y tenemos que aceptarlos sin construir muros; quererlos como personas normales, como los hermanos, amigos o vecinos que son; pero sin olvidar que, sin duda, padecen una atrofia moral y un sectarismo que los convierte en inhábiles para la democracia.

Da igual que quieran aparecer como los más demócratas, la verdad es que son dos circunstancias, socialismo y democracia, que terminan por demostrarse incompatibles. El ejemplo más evidente es que justifican y aún instan el vendaval antidemocrático y anticonstitucional de Cataluña (como el de Venezuela) con la excusa de combatir la alternancia en el poder, cuando dicha alternancia es el principio que hace que la democracia sea efectiva.

Lo que sí ha ocurrido es que los socialistas han encontrado en Sánchez al líder definitivo, capaz de pasar sin rubor por todas las pantallas del deterioro ético y democrático. Por eso da igual lo que haya que tragar para mantenerse en el poder: las bases aplaudirán como focas y jalearán como focas, y los aspavientos de los barones ya hasta nos resultan un atrezo entrañable.

Una lástima, entonces, no haber inscrito al presidente en varias de las disciplinas olímpicas, incluido, por ejemplo, el baloncesto, al que parece que juega con cierta habilidad. Claro que después no deberíamos extrañarnos si deja de pelear por la bandera o por el orgullo nacional y lo hace por sí mismo, encestando en nuestra propia canasta. ¡Que, por otro lado, es a lo que nos tiene acostumbrados!