Opinión

Sí, Sánchez vuelve a hacerle la pelota a Torra

La fábula de El escorpión y la rana se atribuye a Esopo pero bien podría haberla firmado Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Cuenta cómo el arácnido pide ayuda al anfibio para cruzar el río bajo la promesa de no infligirle ningún daño. Pero a mitad de trayecto, entre el zozobro de las aguas, el primero le mete un aguijonazo de campeonato a la segunda. La rana pregunta alucinada: “Cómo has hecho esto, vamos a morir los dos?”. El escorpión responde lo obvio: “No he tenido elección, está en mi naturaleza”.

El presidente del Gobierno no es un escorpión, es un gatito mimoso, dócil, servil y profundamente lamedor. No sé si por esencia o por conveniencia pero lo que está claro es que escorpión no es. El cristo catalán es la prueba del nueve de que Sánchez nunca va a meter el rejonazo legal que se merecen los golpistas catalanes. Porque si su instinto fuera ése sabe que su muerte como inquilino de La Moncloa sería instantánea. Y ni él ni esa nueva primera dama llamada Begoña Gómez están por la labor de dejar el Falcon, el Airbus 310, los mayordomos, los ayudas de cámara y las decenas de guardaespaldas que les acompañan hasta para echar un pis. Debe ser que eso de mear rodeado de gorilas mola mazo.

Todos esperaban como agua de mayo la intervención del presidente en el Congreso de los Diputados el miércoles. Que si va a anunciar la aplicación del 155. Que si va a echar mano de esa Ley de Seguridad Nacional que contempla los estados de excepción, alarma y sitio. Que si va a tomar el control de los Mossos. Y el gozo de todos ellos se fue directito al pozo. Fue el Sánchez pelota con la delincuencia independentista de siempre. El Sánchez que se aupó al olimpo de los dioses aceptando el voto de quienes asesinaron a 850 compatriotas, de los que dieron un golpe de Estado hace 13 meses (no hace 13 años, ni 13 siglos) y de aquellos que están financiados por las dictaduras iraní y venezolana porque quieren convertir nuestra maravillosa democracia en una sucursal de esos repugnantes regímenes.

Sánchez se vuelve a bajar los pantalones ante los separatistas la semana en la que Torra ha subrayado que apuesta por la vía eslovena

Formuló algún que otro aviso a navegantes en forma de embustes de niño pequeño que algunos periodistas de cámara sublimaron. Papel mojado, charlatanería barata, al lado de lo que verdaderamente importaba. Esa frase en la que desmintiendo a José Luis Ábalos daba por hecho que el Consejo de Ministros del próximo viernes se celebrará según lo previsto en Barcelona. Ojito a la frase: “Es mi compromiso con el presidente de la Generalitat, Quim Torra, y lo voy a cumplir”.

Flipante. O sea, que el Consejo de Ministros en Barcelona, algo que en abstracto está muy bien, es fruto del “compromiso” con un golpista. Del acuerdo con un tipo que participó activamente en el tejerazo del 1 de octubre. De la entente con un sujeto y un partido que quieren hacer saltar por los aires la España constitucional e independizar una parte del territorio nacional, el 17% del PIB, pasando olímpicamente de la opinión del 60% de la población de esa comunidad autónoma y del 90% de la del conjunto de España. Y encima te bajas los pantalones ante ellos por enésima vez la semana en la que ese pájaro de cuentas que es Torra ha subrayado que apuesta por la vía eslovena.

¿Qué es la vía eslovena? Pues ni más ni menos que una de las modalidades de independencia de la antigua Yugoslavia en la que fallecieron ni más ni menos que 62 personas. Lo que ha venido a decir ese Quim Torra que es la palpable confirmación de que los seres humanos procedemos de los primates es que habrá muertos. Que nadie, ni siquiera el engañabobos de Pedro Sánchez, se engañe: esta gente busca un muerto entre los suyos. Un mártir para vender a la comunidad internacional lo perversa que es esta España franquistoide y para tener el motivo inexcusable para echar a sus mesnadas a la calle para liarla padre.

Reclaman diálogo con un supremacista, racista y fascista como Torra cuya dialéctica hubiera hecho las delicias de Adolf Hitler

Es sencillamente una infamia, cuando no un delito de lesa traición, que el legal aunque no legítimo primer ministro de una nación dialogue con un tipejo que nada tiene que envidiar intelectual y moralmente a Goebbels o Mengele. Sánchez no puede ni debe sentarse con un Quim Torra que considera que el resto de españoles son “bestias que beben odio”, “víboras”, “hienas” y “carroñeros”. Menos aún que considera que los españoles que no han nacido en Cataluña tienen “una tara en el ADN”. Hablan de ilegalizar a Vox, que jamás ha hecho la más mínima insinuación de este tipo, pero reclaman diálogo con un supremacista, racista y fascista cuya dialéctica hubiera hecho las delicias de Adolf Hitler.

Y tiene pelotas que el Gobierno acepte una reunión tildada de “bilateral [sic]” con este camisa parda. Una costumbre que implantó el frivolazo de José Luis Rodríguez Zapatero situando al mismo nivel en la entrada de Moncloa la bandera de Cataluña y la de España. Torra, no obstante, les ha respondido con una bonita butifarra: “O cumbre de gobiernos o nada”. De coña no que lo exija el pollo que ocupa el Palau de la Generalitat sino más bien que lo pueda llegar a aceptar el jefe del Ejecutivo.

¿Se imaginan a Leopoldo Calvo-Sotelo o a Felipe González reuniéndose y hablando de tú a tú con Milans, Armada o Tejero en los meses posteriores al 23-F? ¿O a George Bush llamando a la Casa Blanca a Osama Bin Laden? Tan cierto es que, como apuntó uno de los padres de la Constitución, Manuel Fraga, que “la política hace extraños compañeros de cama” como que tampoco hace falta hacer el amor con alguien que cuando le des la espalda te va a propinar una puñalada modelo Instinto Básico.