Opinión

Sacar poco de lo mucho en Davos y en los Andes

Seguir el desarrollo del encuentro económico de Davos se convierte, año tras año, en causa de una creciente decepción. El buen ánimo que provoca un impresionante escenario y una rebosante agenda, tanto en participantes como en temáticas, deviene después en la aburrida escucha de discursos con previsibles mensajes y de tertulias con nula confrontación.

Y es que el World Economic Forum ha terminado por convertir su encuentro anual en los Alpes suizos en lo mismo que se ha convertido el propio Foro, una institución que tiene como principal objetivo mantenerse a sí misma, a su extensa organización y a su rentabilísimo negocio.

El Foro, que declara como misión ser «una organización internacional para la cooperación público privada», se ha contagiado de las características de los entes públicos y es ya una centrípeta maquinaria burocrática. Abierto a las más extravagantes aportaciones, ha perdido la vocación de confrontar y concluir, de influir u orientar por la senda del liberalismo y la democracia, o de impulsar proyectos de auténtica valía e ilusionante recorrido.

Por eso, la intervención de Javier Milei, y hasta su forma de llegar en un vuelo económico, contradecía la esencia de lo que actualmente significa Davos. Atacando la degeneración del mega estado despilfarrador y liberticida, atacaba subliminalmente la deriva del Foro y de otros tantos foros e instituciones que terminan por tener su única razón de ser en el mantenimiento y la justificación de sí mismos.

Mucho más entona allí Pedro Sánchez, que llega con un séquito de ministros y asesores en una flota de aviones (que obviamente pagamos todos), para hablar del mar y los peces en una sala medio vacía y robar una sesión fotográfica al IBEX.

El presidente español encarna todos los peligros que advertía Milei: el ansia recaudatoria del estado en nombre de un ineficiente e ineficaz gasto social, la adhesión a los falsos dogmas del feminismo o el ecologismo, el intervencionismo político y económico y, además, el relativismo moral y el desprecio al imperio de la ley. Hubiera sido muy oportuno que el Foro organizara una charla-debate entre ambos presidentes, que representan antagónicas visiones: el libertarismo económico del argentino y el progresismo identitario e intervencionista del español.

Pero Davos no está por esas. Y es que, aunque Sánchez haya adscrito de facto al socialismo internacional en el neocomunismo de origen latinoamericano, su puesta en escena se identifica plenamente con el encuentro: juntar mucha gente, gastar mucho dinero, muchos aviones en Zurich…, en fin, ¡mucha parafernalia para no sacar nada en claro!

En eso de «a partir de mucho, sacar muy poco», recuerdan a lo que tenemos oído algunas veces a Albert Boadella. Él lo dice en referencia al cine, es decir, menos valorando el cine como ejemplo de un arte en el que, al contrario que en otros, generalmente se obtiene una obra menor a partir de valiosos guiones u obras originales, una fuerte inversión y el trabajo de mucha gente.
Para abonar esa despreciativa aproximación al cine, y sin dejar el entorno nevado, tenemos un rabioso ejemplo en La Sociedad de la Nieve de Juan Antonio Bayona.

La película termina por defraudar expectativas y, en el fondo, y más allá de los efectos especiales y algunos aspectos técnicos, tienes la sensación de que se ha desperdiciado una potentísima historia. Todo el material previo que el director barcelonés tenía a su disposición, ya sea solo o en conjunto, es, desde casi cualquier punto de vista, más valioso que el resultado final de la película.

De hecho, TVE contraprograma en estos días a Netflix pasando el espectacular Náufragos de los Andes, del uruguayo Gonzalo Arijón, que cuenta con la participación de los 16 supervivientes, que ya se autonombraban como sociedad de la nieve. El docudrama utiliza de manera eficaz el escaso material fotográfico y recrea verazmente algunas escenas, componiendo una obra visualmente impactante y con enorme carga emocional, que se ve sin pestañear.

Bayona, sin embargo, opta por un intimismo que desaprovecha la fuerza y personalidad de los personajes y obvia la crudeza del instinto de supervivencia y de la controversia moral que surgía de la formación cristiana de los jóvenes. Estos aspectos ya estaban bien descritos en el libro ¡Viven!, que el periodista inglés, Piers Paul Read, escribió pocos meses después del suceso y que se convirtió en un best seller mundial.

En esta sociedad nuestra, infantilizada y algo boba, La Sociedad de la Nieve puede ser efectista y sensiblera, pero, siendo la película más cara del cine español, es posible que no sea ni la mejor del año; a partir de valiosos mimbres sólo consigue que, como decía Boadella, todo sumado sea menos que las partes.