El retrato del PSOE… ¡y de sus votantes!

retrato PSOE

Empecemos por el final: al PSOE se le ha acabado el crédito y se le ha apagado la imagen. Después de pagar el chantaje de sus socios y de despilfarrar su superioridad moral con el traspaso de las líneas rojas, no ya de la socialdemocracia, sino de la propia democracia, el que era un pilar del régimen constitucional y del Estado de derecho es ahora quien protagoniza contra los mismos los más virulentos ataques.

Con la constante mudanza en opiniones y en convicciones respecto a cualquier y a todos los asuntos, el sanchismo ha inducido al partido socialista un movimiento de rotación que le hace pasar, en horas 24, de estar en un sitio a estar en el contrario. Pero a la vez que el rotatorio, también ha impulsado un movimiento de traslación que lo ha posicionado en la parte más oscura de su órbita. Y ahí está, donde no brilla la luz de la igualdad y la solidaridad entre los españoles y donde no calienta el hogar de un estado social y democrático de derecho.

Sin crédito ya no hay en el PSOE más que palabrería y engaño, y no solo en los discursos de su secretario general y de sus miembros más ostentosamente zafios y perversos, como Montero, Puente o Bolaños, si no, de todos los que, desde dentro o desde fuera, acompañan o, con su apoyo o su voto, consienten las actuaciones mafiosas de la organización.

El bello Pedro se luce como un personaje benefactor y virtuoso, pero todo el mundo sabe que en realidad él es una suerte de Dorian Gray y que guarda en el desván de Ferraz el retrato con todas sus mentiras, infamias y traiciones.
No son mucho mejores los peones que le acompañan desde el Gobierno o desde el partido, incluso los que aparentan menos radicalidad. Sonrojaba oír ayer a Salvador Illa presumir de los pactos mafiosos con los independentistas por mor de la recuperación de la convivencia constitucional (esa que la otra parte contratante de la primera parte deja en tendenciosa ilusión), y del bloqueo antidemocrático a la legítima posibilidad de que la derecha alcance el poder.

Y se debe ir todavía más allá. Ya no hay crédito para nadie, y con nadie de los que se empeñen en ocultarse bajo las siglas y los casi 150 años de historia, o incluso de los que, menos convencidos, justifican su apoyo en la falsa elusión de un mal mayor, se puede ya ser indulgente.

Da igual que sean muchos y poderosos, familiares o amigos, próximos o lejanos; tenemos todo el derecho a dudar de los principios morales de quienes siguen apoyando a un partido que ha renunciado a dichos principios; que ya desconoce la diferencia entre la verdad y la mentira, lo justo y lo injusto, el bien y el mal.

Y aunque el relativismo de la sociedad actual, incluida la doctrina vaticana, intenta que lo olvidemos, ya sea en la política o en cualquier actividad humana, no hay ninguna excusa ética en la justificación de los medios, y aún menos para conseguir fines que, además, solo por engaño se presentan como buenos.

Entonces, los que desde dentro o desde las proximidades del PSOE, incluidos simpatizantes y votantes, perciben y critican el actual desvarío, tienen que irse o hacerse a un lado con la frente muy alta. Con luz y taquígrafos. Alguien tan poco sospechoso como Alfonso Guerra ha puesto por escrito el absoluto desafecto con su partido por provocar lo que reconoce como el mayor peligro para la democracia de nuestro país.

Él, que no se hizo famoso por ser condescendiente con los contrincantes políticos, está reconociendo como un temor interesadamente exagerado la posibilidad de la alternancia política limpia y democrática, y, por supuesto, no se ha tragado el cuento de la convivencia con quienes tienen el único objetivo de romperla.

La primavera que empieza mañana nos trae sucesivas citas electorales. Igual que para Guerra, para otros muchos socialistas, reconocibles o anónimos, en toda España y, más en concreto, en Cataluña y el País Vasco, no hay otra salida inteligente y honesta que la negación del voto por el desacuerdo con las actuales políticas de su partido.

Sin poder alegar ya error o desconocimiento, los que opten por quedarse quedan indeleblemente impregnados por la misma falta de principios y valores. Se van a reflejar también en el retrato oculto de Pedro Sánchez, que no será mejor que el que Wilde creó, con feas verrugas y pústulas malolientes, para representar los vicios y la degeneración del joven y hermoso Dorian Gray.

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