Réquiem por un verano ardiente

Este año, como las bicicletas en la obra de Fernán Gómez, las guerras son para el verano. Este año, las guerras políticas y las de verdad, junto con el cargante cambio climático, han puesto el mes de agosto muy calentito.
Las de verdad se han hecho protagonistas alrededor de las pretendidas políticas de pacificación de Donald Trump. Netanyahu obtuvo su permiso para hacer lo que todo el mundo sabía que era necesario hacer para derrotar definitivamente a Hamás: tomar y controlar toda la franja. Desde ese conocimiento extendido se desenmascara el cinismo con el que se ha comportado Occidente: sabiendo que para acabar con Hamás era necesaria una guerra total y sabiendo que Israel ha encontrado justificación y tiene la determinación de afrontarla, los países europeos se han limitado a sorprenderse por las operaciones y por el avance del ejército judío. Haciéndose los indignaditos reafirman el inútil sufrimiento de los gazatíes a los que, al contrario, debían haber estado avisando de lo que se les venía encima y preparándoles para afrontar el triste destino al que les ha conducido el fanático terrorismo de Hamás.
En la guerra de Ucrania también ha aumentado la actividad, tanto en la prenegociación como en los frentes del Donbás. Los europeos mantienen un comportamiento digno con el pueblo ucraniano, aunque, en la práctica, eso no signifique tanto para el desarrollo de las operaciones. No se puede decir lo mismo de Trump, que sigue siendo imprevisible en su incoherencia: por un lado, ha dejado a Putin poner su propuesta sobre la mesa y hasta, en un principio, ha querido avalarla; por otro, parece querer ayudar a Ucrania a defender su territorio, siempre, eso sí, que sean los europeos los que paguen las armas que EEUU proporciona. Y es que tanto magreo con el presidente ruso está poniendo muy caliente a muchos votantes republicanos.
Desde luego que lo más ardiente, y no en sentido figurado, han sido los montes ¡e incluso las aldeas! gallegas y leonesas, asturianas o extremeñas. Poco más se puede decir, salvo insistir en que es necesario reforzar tanto la prevención como la capacidad de extinción, y que hay que hacerlo siguiendo criterios técnicos y organizativos, y no las recetas pseudocientíficas a las que, como decía Alan Sokal, siempre se agarra el progresismo.
Por cierto, un importante detalle que siempre me recuerda un prestigioso ingeniero que tuvo hace años altas responsabilidades en la gestión de nuestros montes: los incendios no pueden ser tratados como una cuestión meramente forestal, sino que se trata de ataques a los bienes y las personas, y, por tanto, es un problema de orden público, y desde ahí tiene que ser prevenido, investigado y castigado.
El ánimo de los afectados por los incendios, que en realidad somos todos los españoles, se ha recalentado aún más con las ocurrencias tuiteras del pirómano Óscar Puente que, por cierto, es el responsable máximo de otro de los temas que ha estado candente este verano: el caos ferroviario. Récord de incidencias, récord de retrasos… ¡y récord de prepotencia! Eso sí, ni una explicación, ni una dimisión y ni siquiera una disculpa sincera. La penúltima del deslenguado ministro ha sido tuitear un gráfico de las temperaturas medias del agua del Mediterráneo. ¿De verdad le preocupa más que la temperatura en los vagones de los trenes que se paran en el medio de La Mancha?
Referencia obligada a los centenares de actos de exaltación de ETA. Fiestas, semanas grandes, Txosnas… sirven de escenario para execrables eventos que suben la temperatura de las víctimas y de todos los ciudadanos de bien, y que retratan la indignidad de quienes los realizan, de la sociedad vasca que los ampara y de un ministro y todo un gobierno connivente.
Para terminar de hervir la sangre de los millones de españoles que sufren el ferragosto sin salir de vacaciones, nada como el larguísimo veraneo de La Mareta. Y es que no solo había que costear el descanso de un presidente que ha vuelto a dejar claro que sólo trabaja sobre pedido y de su multi investigada esposa, sino también el de la familia política.
Un veraneo más largo que el del dictador, que pasaba por El Pardo y celebraba un Consejo de Ministros entre los viajes a Meirás y San Sebastián. Claro, que si de algo sirve la democracia ha sido para estar oyendo todo el verano, no el «Franco, Franco, Franco», sino el «Pedro Sánchez, hijo de puta», que, aunque se obvie en todos los medios, ha sido la canción del verano. ¡De alguna forma había que quitarle presión y temperatura a la caldera!