Pobres sin fachas

votantes sanchismo

La derecha ha ganado las elecciones generales. Aunque parece lo contrario, visto el bailoteo socialista el domingo noche en Ferraz, mientras sus amansadas huestes guerracivileaban en la calle, borrachas de sectarismo y culto al líder, y confirmada la servidumbre de la mayor parte de la prensa a la causa de la destrucción de España, que celebraba ufana el bajón anímico de Feijóo, Abascal y compañía en contraste con la euforia del socialcomunismo más irredento. Pero, alegrías de saltimbanquis aparte, la derecha ha ganado, sacando unos de sus mejores resultados históricos (en una nefasta campaña) que, sin embargo, no le da, de momento, para gobernar con la mayoría prevista. La boutade de Guardiola en Extremadura y la estrategia de arrinconar al único socio con el que puede pactar han hecho más daño en el PP del que creen en Génova.

Hace tiempo que en los populares se escuchan voces sobre la necesidad de plantear una reforma del sistema electoral que impida aquel vaticinio de Iglesias, cuando amenazó a la derecha con que no volvería a gobernar España, deseo y método que Sánchez le compró de inmediato y que ha facilitado la peor etapa política y democrática de nuestra historia. Una reforma que acabe con la tradición de rendir un país a una causa, la nacionalista, que cuando acude a unos comicios generales lo hace con el datáfono en la misma mano con el que pulsa su odio a la única nación que contempla la Constitución en el Estado.

El diagnóstico de lo acontecido el domingo, conspiraciones aparte, es claro: el tablero no ha girado a la izquierda, sino a un modelo irreconciliable donde los enemigos de España son mimados por uno de los partidos que más debería cuidar la casa común. Pero ese partido lo arrastró Zapatero a las alcantarillas putrefactas de las que Sánchez no lo ha sacado, sino que se ha ido a vivir allí con unas siglas que ya no significan nada, salvo asumir sinonimia con felonía, ignominia, traición, inmoralidad y despotismo. No es el PP ni UPyD ni Ciudadanos o Vox, excusas creadas de manera constante para ocultar que el problema es esta izquierda cainita, revanchista y atrincherada, que odia y crea cordones sanitarios, que rodea congresos y secuestra la democracia, altera la verdad y manipula la historia, y que no concibe la política si no es usurpando el poder, ya sea por vía legal o ilegal.

Dice una politólega de El País, que no ha dirigido una campaña electoral en su vida y se dedica a analizar la realidad con gafas de Excel y anteojos de Marx, que España ha asumido el Gobierno Frankenstein y ha naturalizado los indultos como una forma legítima de aprobar el mandato de Sánchez. Lo que hace unos años parecía una obscenidad hoy deja de serlo porque el relato siniestro, cual ventana de Overton inducida, ha triunfado y debemos aceptarlo. Con Vox nada, pero con el resto todo porque, a falta de Franco, hay que crear enemigos odiosos sobre los que descargar una vida de frustraciones y traumas. Así piensa la izquierda política y sus acólitos. No, España no ha asumido en su mayoría esa aberración de puzzle autócrata que nos ha gobernado. Porque, y habrá que repetirlo hasta que le sangren los ojos, la derecha ha ganado las elecciones.

Empero, hay que reconocerle algo a Sánchez: conoce bien a los españoles. Sabe que tiene detrás a millones de ciudadanos que prefieren ser engañados a ser gobernados. Y que votarán una mentira tras otra mientras el fascismo esté bien alimentado en su mente, aunque no sea un peligro real. Son el voto funcionarial, de subvención ideológica y material, prototipo de una sociedad de mantenidos que, a mayor fuerza cuantitativa, más necesidad hay de conservar por parte de quienes nunca apelarán al raciocinio y la reflexión, sino a la credulidad visceral basada en el miedo y la alteración constante. Y siempre a costa de que el resto lo sufrague. Es el triunfo del Estado socialista moderno.

Ese tipo de votante que Sánchez ha construido con los años acepta que lo importante no es que pueda comer y trabajar, pagar sus facturas y tranquilizar sus necesidades (cuando trabajas para el Estado o vives de él, estos asuntos te preocupan menos) sino que la derecha no gobierne, aunque la derecha le llene el granero que la izquierda consume comprando su voto. Da lo mismo, los votantes funcionarios del sanchismo conviven felices con el reparto de la miseria mientras vean por la tele a los fachas imaginarios opositar al poder. Ése y no otro ha sido el gran éxito del PSOE, conseguir la España de mantenidos que le conservarán la poltrona inmoral sobre la que asentará siempre su gobierno sin principios.

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