Otra pesadilla en Son Moix

No fue un partido, sino una batalla campal rayana en guerra poco recomendable para un árbitro tan desastroso como Javier Iglesias Villanueva. No debería iniciar así mi comentario ya que, como contrapartida, no tuvo más influencia en el desaguisado que la propia de entorpecer a los protagonistas, precipitados, presionados, nerviosos y casi histéricos.
Dicho esto, cabría preguntarle a Javier Aguirre qué entiende por salir reforzado de un lance, en concreto el del pasado sábado en el Metropolitano. A Sergio González no hace falta cuestionarle porque si los locales hicieron poco, casi nada, el Cádiz hizo menos que eso.
El interrogante planteado al técnico mexicano tendría su continuidad en la duda que nos plantea el hecho de haber disputado catorce jornadas de liga con el mismo patrón y sin resultado alguno. Si siempre haces lo mismo, no puedes esperar cosas diferentes y, sistema aparte, si no está Muriqi no puedes pedirle a tu portero que lance pelotazos arriba en busca de una cabeza que no está. Pero no hay plan B; ya puestos, ni A.
Ni los parones ni el aplazamiento han servido para nada, para un viaje como el de esta noche no eran precisas las alforjas de un paréntesis ridículo e innecesario que no ha servido para nada y que probablemente merme al equipo ante otra final, el domingo contra el Alavés, debido a las lesiones de Maffeo y Raillo, si no alguna más.
El empate, inservible como casi todos, es el castigo a la vulgaridad, a la falta de imaginación y, por encima de todo, a una idea de juego especulativa que se rompe al primer contratiempo como el gol encajado por una falta de Copete, reiterativo, donde el más ignorante en la materia sabía que no se tenían que conceder. Pero añadamos que el primer tiro a puerta procedente de un futbolista vestido de rojo se produjo en el minuto 39 y que en toda la segunda parte, con el visitante agazapado y sin respuesta, David Gil, guardameta gaditano, no fue exigido hasta el minuto 90 en disparo desde fuera del área de Llabrés.
Entre medias, la historia interminable: Sergi Darder intentando mover a sus compañeros, en ocasiones con excesiva lentitud, Dani Rodríguez empeñado en sus escaramuzas individuales hasta su extenuación, y, en el mejor de los casos, balones a la olla, muchos de ellos imprecisos, sin que la creatividad aparezca ni en sueños. Pesadillas, mejor dicho.
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