Opinión

Nuevas Cartas Marruecas

  • Pedro Corral
  • Escritor, investigador de la Guerra Civil y periodista. Ex asesor de asuntos culturales en el gabinete de presidencia durante la última legislatura de José María Aznar. Actual diputado en la Asamblea de Madrid. Escribo sobre política y cultura.

Mi estimado amigo, mucho ha llovido desde mi última carta, tanto que ni yo mismo reconozco mi nación, anegada por las sucesivas crecidas de mezquindad que de un tiempo a esta parte la asolan.

Todos los límites de la ley, el escrúpulo y la cordura se han visto rebasados, hasta el punto de que poco escándalo parecería que se confirmase que con las arcas públicas se habría librado el gasto de la acompañante de algún ministro en sus viajes, amén de proveer para ella cargos y beneficios en despachos de Estado.

Este antiguo ministro era en tiempo reciente poderoso alfil de la facción de Gobierno y responsable de la secretaría con mayor dotación de las numerosas que sirven a estos poderosos para ahogar al pueblo bajo abusivos tributos. Sobre él recae la sospecha de haber aprovechado los estragos de una letal epidemia para promover lucrativas ganancias con las mordazas que se dispensaban.

Para ello se servía de un secuaz que se había desempeñado como suerte de alguacil en la puerta de cierta casa de recibir. Ante ese servidor se plegaban cuantos barones y baronesas atendían a sus órdenes para proveerse de mordazas con quien él les encomendaba, aunque lo fueran a precios desorbitados y a cambio de material defectuoso o inservible para su finalidad, que era evitar contagios y así salvar las vidas de los sufridos españoles.

Infatigables en sus retorcidos menesteres, el ministro y su servidor subieron una noche a bordo de un galeón llegado de Caracas para rendir pleitesía a una cacique de allí que tenía vedado tocar suelo español por el modo tiránico en que tiene sojuzgados a los moradores de aquellas tierras.

Autorización tenía el ministro para este lance de su jefe superior. Ya se va conociendo que el arreglo entre las partes comprendía la entrega de varios cofres de oro para saldar la cuenta que con una flota española tenían estos caciques de Caracas. Es la misma flota que, beneficiada por el Gobierno en rescates sin cuento por sus muchos hundimientos, tributaba lisonjas y maravedíes para el entretenimiento de la esposa del primer ministro, siempre tan regalada de las zalamerías y presentes de aquellos que de su marido bien remuneradas contratas obtenían, aunque no siempre licitadas conforme a la buena gobernanza.

Al oidor que le ha correspondido entender de la causa abierta por estos asuntos de la esposa lo tienen acosado día y noche los correveidiles palaciegos. Menos mal que su labor cuenta con el firme y cabal desenvolvimiento de las Audiencias a la hora de desfacer las artimañas urdidas contra él por el primer ministro con el concurso de altas instancias del Estado.

Todos estos siervos del amo se comportan de costumbre como los tiros de caballos que obedecen como uno solo a la voz del palafrenero, incluido el titular de Gracia y Justicia, tan falto de una como de otra, plúgole el cielo así. Para infortunio de los magistrados, oidores y fiscales celosos de su deber, del brazo de la ley tiene éste el concepto de que debe ser laxo con el poderoso y severo con el débil.

Cuánta razón abriga la protesta de nuestro Juan Meléndez y Valdés cuando afirma que «nuestros códigos son un arsenal donde todos hallan armas acomodadas a sus deseos y pretensiones». Pues, por esto mismo, el Gobierno ha proveído el perdón o borrado de los delitos a aquellos que le sostienen los despachos, forzando a que en la balanza de la Justicia tenga más peso el interés particular del primer ministro que el general del pueblo. Además, robar del público erario es ahora menos gravoso si se justifica que lo robado por una autoridad no es del patrimonio personal adenda, sino sólo desviado uso de su prebenda.

No poca perturbación está causando también que se hallen abiertas diligencias contra el Fiscal del Consejo Real por la sospecha de que haya violentado la misma ley de cuyo cumplimiento es vigilante. Tan alto concepto de la dignidad de su cargo tiene que, por mantenerse en él, ha desacreditado tal dignidad como si fuera de corso patente.

Causa estupor que el responsable de perseguir los delitos pretenda poner a toda la Fiscalía en alarma para defenderle de su causa por haber podido cometer uno de ellos. Ya ve con cuánta tribulación vivimos, que los llamados a servir ejemplarmente al pueblo renunciando a privilegios y exenciones se blindan con ellos cuando la Justicia por ley les requiere.

A fuer de no cansarle, mi apreciado amigo, le añadiré la suma de quebrantos que ha traído la mala costumbre de un Gobierno que muda tan frecuente de opinión como de mondadientes. Y no lo digo por decir, pues la verdad en su boca es como un desperdicio que tienen encajado a disgusto entre los dientes. No hay un solo palaciego servidor del amo que no le emule en su desprecio a la verdad. Corren a mentir con tal naturalidad con cualquier motivo, causa o propósito, que se diría que el primer mandamiento de esta nueva secta es la obligación de retorcer, desviar o extraviar la realidad con las consignas que hornean a diario en la tahona de la confusión, como pan de centeno infestado de cornezuelo del diablo.

Hasta se ha llegado a decir por un gobernador que una cuadrilla que anda pregonando y celebrando las andanzas de una banda sanguinaria, ha hecho más por la Nación que cualquier celoso patriota. Ya sabrá, mi estimado amigo, que lo que hoy dicta tal cuadrilla es ley en toda España, para deshonra de todo español de bien.

Nada tiene hoy más lustre para el primer ministro que estrechar sonriente la mano de quienes justifican que se sacrificara a víctimas inocentes en el altar de la más abominable ensoñación, cual es que los valles que habitan volverían a su estado original de los tiempos de la Creación si los sembraban con las cabezas, vísceras y miembros despedazados de aquellos que tomaban por enemigos, ya fueran incluso mujeres y niños.

Son estos crueles doctrinarios los verdaderos amos de la voluntad del primer ministro. Hasta el extremo de que ha ordenado la anticipada libertad de sus más terribles matarifes como diezmo de sangre para recompensar a quienes permiten que su persona se agasaje a diario con los grandes lujos de los que ha rodeado su poder.

Todo su afán es saldar la interminable deuda que ha contraído con quienes le exigen el pago de abusivas alcabalas con que sostener o aumentar sus privilegios, aunque para ello tenga que esquilmar al pueblo. Con razón circula ya por la villa un refrán que dice «a bizcocho de Moncloa, fanega de trigo», pues con tanto pasteleo para no perder el cargo quedarán pronto vacíos todos los silos hasta el último grano.

Con ser todo esto de gravedad sin cuento, han logrado que en los mentideros se arme escándalo porque al primer ministro le plante en su palacio la adelantada del territorio más solidario y cumplidor de las leyes que aquel violenta sin desmayo para favorecer a sus protectores clanes. Mal ha sentado al amo que su plan de empobrecer al resto de España se vocease por la audacia de esta mujer que porfía en desenmascararle.

Por hoy me despido de vuesa merced con la confianza de que presto venga el valiente Gobierno que triunfe sobre el mal, la pravedad y la injusticia en estos dominios, por la honra de tantos españoles que aguardan con esperanza los seguros bienes de la tarea de gobernar cuando ésta es fruto de la nobleza del espíritu y no de su vileza, como lo aguarda también su más humilde y leal servidor.