Los noventa son los nuevos… ¿noventa?
Dos políticos vienen de nuestro futuro. Ramón Tamames y Jordi Pujol. Ambos deberían estar tomando sopitas y se han revuelto buscando guerra. Cada cuál con un plan muy distinto: uno viene a arreglar el desaguisado de los jóvenes y salvar a España y el otro a pasarnos por la cara que somos unos flojos y que no hemos podido con él.
En todo caso unos renacimientos sorprendentes. En el caso de Tamames y su apuesta por la moción de censura de Vox, yo he pasado del escepticismo más irónico a pensar «espera, a ver sí…». Cierto que el coqueto nonagenario (tinte imposible, ropa de colorines) tiene salidas absolutamente de pata de banco (por si no lo saben, sugirió que Cataluña tuviera un estatuto como «nación») pero puede dar sopas con honda a la mayor parte de los parlamentarios. El hombre ha sido de todo en la academia y en el mundo político. Si aguanta el tirón de las varias horas que durará la sesión, pasará a la historia. Y sólo tendrá que salir después en un anuncio con un frasco de píldoras («Cerebrino», «Intelectino») para dejar una herencia millonaria. Además, él, persona de muchas lecturas, sigue al inventor, músico, empresario, escritor y científico americano especializado en Computación e Inteligencia Artificial Ray Kurzweil . De 75 años y actualmente director de ingeniería de Google, cree que la inmortalidad se va a alcanzar en el 2029. Y esto está al caer.
Lo que parecía una idea alocada de Sánchez Dragó va a resultar un artefacto de insospechadas consecuencias. Y me cuesta pensar qué argumentos van a utilizar contra él. La reductio ad Francorum, que es casi lo único que saben manejar del centro para la izquierda, va a ser muy complicado con él. Su arco político empieza como militante histórico del PCE y se detiene justo en el centro del CDS. No se le puede incluir en una «banda de fascistas».
Menos momentos de gloria puede darnos Jordi Pujol. Indultado y rehabilitado sin que haya llegado a ser juzgado busca una redención que muchos están deseando dársela muy gustosamente. Porque de paso se la dan a sí mismos. Conmocionados desde julio de 2014, cuando el president reconoce que tiene dinero sin declarar en el extranjero, sólo quieren pasar página. No porque nadie supiera nada. No. Esas bolsas de basura con dinero en efectivo en billetes de 500 euros cogiendo la carretera de Andorra eran, al parecer, la comidilla de muchos catalanes menos atrevidos. Pero Pujol era alguien que no podía caer. Sabía demasiadas cosas de demasiada gente.
Ahora, la fiscalía le pide 9 años de cárcel, pero han pasado casi 10 de la confesión y el juicio no tiene fecha. Ha sido una larga hibernación pero esos 93 años que le han hallado van a ser un pasaporte a la rehabilitación. Y , poco a poco, se va dejando ver. Ya el 21 de febrero de 2022 fue invitado a una mesa redonda de presidentes autonómicos junto a Quim Torra y Artur Mas. Excusaron su presencia José Montilla y Pere Aragonès. Ambos por motivos políticos en el peor sentido.
Y cada día se le ve más joven y más asertivo. Hasta publicó un libro el año pasado, «Entre el dolor y la esperanza», donde asegura que «no soy un corrupto» y que su «error se debe a la dejadez y no a la codicia». Pujol, que siempre se ha creído un estadista, se compara con Helmut Khol, que sufrió una investigación por financiación irregular de la CDU. Verán como al final descubriremos que no hubo delito y hasta le pediremos perdón.
Viene fuerte esta generación. Tiene toda la razón Tamames que considera que, como dijo el neurólogo Viktor Frankl, que sobrevivió al Holocausto, «el deseo de vivir es precisamente lo que promueve todo». Alguna lección tendremos que sacar.