No me gustó Felipe VI

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No me gustó el discurso navideño de Felipe VI. No me gustaron sus palabras realistas sobre la situación presente ni su serenidad y talento conciliador. No me gustó su apelación a la Constitución y al espíritu de concordia que representa. No me gustó que recordara el sufrimiento del pueblo con la pandemia y la guerra de Ucrania. No me gustó que subrayara que la erosión de las instituciones, el deterioro de la convivencia y la división social ponen en peligro la democracia y nuestro futuro juntos. No me gustó su reafirmación del conocimiento de España ni cómo escuchaba y sentía a los ciudadanos.

No me gustó que defendiera la libertad y el texto del 78 como forma de perpetuar un régimen que ha traído paz, prosperidad y estabilidad nunca antes conocidas por quienes habitan en este Estado. No me gustaron esa banderas de España y Europa detrás, símbolos de pertenencia y permanencia a una historia y culturas compartidas. No me gustó ese árbol de Navidad y las figuras del Belén que recuerdan el germen cristiano del país y los valores en él encarnados. No me gustó su talante tranquilo y sereno, dominador y dominante, que tranquiliza frente a la impostura exacerbada.

No me gustó un Rey que confía y cree en su pueblo y que hace apología de la democracia liberal como el mejor sistema político de convivencia. No me gustó ver a un monarca que unía y reunía en torno a su figura los deseos fraternales de la gente. No me gustó que terminara su discurso felicitando las fiestas en las lenguas oficiales del Estado. ¿Quién es él como Jefe de Estado para hacerlo?

No me gustó, en fin, nada de ese discurso… si yo fuera Sánchez o uno de sus socios, un rufián separatista o un recogenueces echado al monte. Porque estas serían las palabras que los enemigos de la nación y de lo que representa Felipe VI dirían.

Pero como no lo soy, declaro que las palabras y formas del Rey me representan como ciudadano (todavía) libre y como español que defiende la Constitución. Un verdadero y genuino Jefe de Estado que sabe ejercer su papel frente a quien desean usurpar sus funciones y su puesto. Su mejor discurso confirmó la prueba irrefutable de que nuestra declinante democracia está en las peores manos posibles.

Así que, como no soy ni quiero ser Sánchez, ni Rufián, ni Otegi, ni Aragonés ni toda la tropa del sanchismo frankenstein, sólo puedo decir: gracias, Majestad y ¡Viva el Rey!

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