Miguel Ángel Blanco, 20 años después

Miguel Ángel Blanco, 20 años después

A menudo, la historia del ser humano se escribe con sangre. Esta frase se ha repetido tantas veces y en tantos contextos que ya hace tiempo que perdió el sentido. Para valorar los avances, especialmente en lo que a democracia se refiere, las sociedades tienen que ver pasar los años hasta que –sólo con un poco de perspectiva histórica– se empieza a entender cuáles son los momentos que rompieron la cadencia del horror. Veinte años después del asesinato de Miguel Ángel Blanco, podemos encontrar fácilmente la conexión entre lo que era la sociedad vasca hasta entonces y lo que es hoy. No obstante, en el caso de Miguel Ángel Blanco sí que se detectó de inmediato que la historia estaba cambiando sobre la marcha, que aquello tan jodidamente atroz que había sucedido estaba marcando claramente el devenir de la banda terrorista ETA y de las sociedades vasca y española.

En 1997, ETA mató a trece personas, de las cuales ya únicamente se recuerda el nombre de Miguel Ángel Blanco. Sin ir más lejos, dos meses antes de su asesinato, la banda terrorista mataba de un tiro en la cabeza a José Manuel García, agente de la Guardia Civil, mientras estaba en la barra de un bar con su mujer, y dos meses más tarde que el concejal de Ermua moría en Basauri Daniel Villar por una bomba lapa colocada bajo su coche, a escasos metros del lugar donde vivía. Son sólo algunos ejemplos del modus operandi de la banda, los más próximos al asesinato que hizo estallar el movimiento de indignación social contra ETA más potente hasta el momento.

Cualquier muchacho que en 2017 alcance la mayoría de edad apenas recordará los asesinatos de ETA, que siguió matando hasta hace no tanto, 2010 fue el otro día como aquel que dice; aún murieron 67 personas más después de Miguel Ángel Blanco. Estos muchachos, desgraciadamente, tienen fresco el terrorismo islamista, pero están creciendo como la primera generación sin miedo a ETA. Comunicados hechos por encapuchados con txapela, bombas, secuestros, disparos en la cabeza. Por suerte, los adolescentes de hoy pueden escuchar las siglas de la banda terrorista y la retahíla de sus actos y pensar en todo ello como algo irreal, más próximo a ficciones del tipo Los Soprano o The Wire.

 Pero conviene recordar. Miguel Ángel Blanco fue secuestrado. Txapote le metió dos balas en la cabeza mientras estaba de rodillas y con las manos atadas a la espalda. Agonizó durante más de doce horas hasta morir. Uno de sus captores, Mujika, se suicidó dos años después. Txapote e Irantzu Gallastegui, los otros dos responsables del asesinato, aún están encarcelados. La respuesta de la sociedad civil ante esta barbarie fue el principio del fin para ETA. La memoria nos hace ser más conscientes de lo que se ha logrado en los últimos años. Aunque duela.

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