Opinión

Jóvenes, aunque sobradamente aborregados

Los más talluditos recordarán en los noventa, cuando se podía hablar de todo sin que los ofendiditos se ofendieran, en una época en la que los colectivos de la causa no daban como hoy la turra moral sobre derechos que nunca perdieron, el anuncio de una marca de coches que hablaba de cómo los jóvenes de entonces ya estaban sobradamente preparados. En las televisiones de muchos hogares españoles aparecía un vídeo de sesenta segundos en el que se representaba a unos chavales con supuesto alto nivel formativo, con idiomas y conocimientos, adquiriendo vehículos de gama media. Se entiende que para tomar decisiones tan importantes en la vida como la elección del coche, que para muchos púberes con testosterona servía antes de reclamo sexual que como medio de locomoción, la idea de conectar formación personal con revoluciones era original e innovadora. De aquel planteamiento de marketing quedó el eslogan, Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados (JASP) acrónimo que hoy daría lugar a debates y especulaciones sobre la preparación de las mentes que deben liderar la España del futuro.

Porque la actual España, tres décadas después de aquel logrado anuncio, se debate entre un modelo caduco que explotará en dos generaciones, por el insostenible sistema de pensiones que nadie se atreve a abordar ni plantear con valentía y firmeza (ay, los votos), y el papel que deben jugar quienes deberían reemplazar a los abuelos que hoy reciben lo que dieron y mantienen en muchos casos a no pocos estómagos con su pensión. Un debate en el que los jóvenes deberían llevar la voz cantante y, sin embargo, empiezan a ser parte del problema.

Lo que vemos es un panorama desolador. Las paupérrimas cifras de natalidad en España, centrado el dato en parejas que han nacido en nuestro país y han formado una familia o tenían intención de hacerlo, contrastan con el alto índice de nacimientos de familias inmigrantes, que, al estar con residencia legal, reciben ayudas por cada hijo que viene al mundo. Los autóctonos escuchan de continuo que tener descendencia es contraproducente porque nos cargamos el planeta y por ello, debemos conformarnos con ser felices al lado de nuestra pareja, el perro, nuestro piso de treinta metros y la ciudad de quince minutos. Y tampoco trabajemos demasiado, que la vida son dos días.

Sin embargo, esta política de ingeniería social a las tradiciones no se aplica a la inmigración que viene a concebir sin pausa ni causa y vive de lo que el Estado de acogida les otorga. No hay mejor definición de lo que pretende el globalismo que este dibujo del Instituto Nacional de Estadística: de 48 millones de personas que viven en España, españoles de nacimiento apenas si llegan a treinta millones, quedando en once los inmigrantes que ya vinieron y obtuvieron la nacionalidad española y seis los inmigrantes que aún poseen titularidad extranjera. Es decir, que uno de cada tres hogares en España ya posee un miembro de la pareja que no ha nacido en España. Esto sería irrelevante si lo acontecido en Francia hace unas semanas fuera, como dicen los progres irredentos, un caso aislado. Pero no lo es. Es una imparable realidad que alterará el mapa de Europa tal y como lo conocemos. Esta Europa vieja, cansada, y sin ganas de pelear, asume sin rebeldía el reemplazo demográfico, una sustitución de ciudadanías y sus valores, costumbres y normas. Ya están aquí.

Y ante eso, ¿qué hacen los jóvenes en España, principales perjudicados de esas políticas? Votar al PSOE. El socialismo ha triunfado entre los jóvenes de 18 a 24 años en las recientes elecciones porque supo construir previamente sus necesidades: primero creando el contexto, y para ello había que rebajar los estándares de calidad educativa, segundo, recompensar la mediocridad con pases a niveles superiores, regalados y subvencionados, para acto seguido, ocultar la insuficiente incorporación de jóvenes egresados al mercado laboral, tan escaso como precario, con un salario mínimo que motive la pereza y no la asistencia, convertido el Estado en el ente caritativo y paternalista que todo hombre y mujer de izquierdas adora. Asistimos a la culminación del círculo deshumanizador que Orwell aventuraba y Arendt dibujó con precisión: se banalizará cualquier quita de libertad al joven que desee emprender, al que le vigilarán de cerca si no es todo lo transparente como el nuevo orden global dicte que sea.

Ayudas vitalicias, pagas sin pegas y bonos culturales son la pensión con la que el socialismo, vulgo nueva izquierda, compra a la juventud de hoy, tendente al «me gusta» antes que al «yo pienso». Los benefactores de esas regalías son los damnificados por la carestía de la vivienda, la precariedad laboral y la escasez de oportunidades para ascender socialmente. Pero, he aquí la paradoja, votan al partido que interviene el mercado de la vivienda, posibilitando dicha escasez, votan al partido que saquea a quienes pueden darle el trabajo con el que sueñan o aspiran, al partido que lamina toda iniciativa deseada por crear un negocio propio. Se lo juegan todo a ser mantenidos perpetuos de un sistema que sólo quiere de ellos su voto y silencio, asistir a manifestaciones y hacer escraches a la ultraderecha por orden de sus pastores.

Constituyen la perfecta creación de un rebaño de votantes permanentes, ignorantes sistémicos y mano de obra barata, los nuevos JASA (Jóvenes Aunque Sobradamente Aborregados). Les dirán, desde la causa parasitada, que estén orgullosos, que han parado al fascismo. Y se irán a casa sonrientes porque ya son una generación empoderada. Y podrán enseñar las tetas, para que los derechos de los millonarios de izquierdas no se paguen solos.