La jeta de Artur Mas
La Salle, adscrita a la Universidad Ramon Llull, ha tenido la gran idea de organizar un seminario con Artur Mas y el ex lehendakari Íñigo Urkullu. Lleva por título: «De vocación política. Experiencia de una vida de servicio público». Si gustan, todavía tienen tiempo de apuntarse. Aunque supongo que es presencial. Será el próximo 13 de mayo, a las 18.30, en Barcelona.
Urkullu todavía me parece un político discreto estuvieras o no de acuerdo con él o con el PNV. Al menos no la lió como Puigdemont, Torra o el propio Mas.
De hecho, es sabido que intentó convencer al citado Carles Puigdemont aquel fatídico 26 de octubre de 2017 para que convocara elecciones. Al final, dio el caso por perdido. Luego trascendió la idea que tenía de él y ciertamente no era muy halagüeña.
Sospecho que su sustitución por Imanol Pradales el año pasado obedece no solo a la voluntad del PNV de rejuvenecer al candidato, sino que le pasó también factura. Al fin y al cabo, el presidente del partido, Andoni Ortuzar, se fue a Waterloo en septiembre de 2023 a rendir pleitesía al expresidente catalán.
Pero lo de Artur Mas es un caso distinto. Mas tiene el triste récord de haber hundido su carrera, su partido y Cataluña. Tres en uno. Por eso el seminario debería ser sobre gestión de crisis. O un ejercicio de penitencia. En plan: «Todo lo que hice mal».
De entrada hundió a su partido. Ahora, como se sabe, Convergència ya no existe. Entre 2010 y 2012 acumuló un poder nunca visto: mandaban en la Generalitat -con 62 diputados, rozando la mayoría absoluta-, en el Ayuntamiento de Barcelona -se les había resistido desde 1979- y tenían 17 diputados en Madrid.
Todo se fue al garete con el procés. CDC dejó paso al PDeCAT. Los más hiperventilados, bajo la égida de Puigdemont, fundaron Junts. Bueno, primero fue Junts pel Sí en coalición con Esquerra (2015). Luego, la actual Junts per Catalunya. Entre medio hubo otro partido no nato, o nato a medias: La Crida.
Hay la teoría de que Artur Mas es gafe. Y, la verdad, no sé si sus visitas al Camp Nou se suman por victorias o derrotas. Pero en 2016 hicieron el congreso de la «refundación» del partido porque el caso Palau pesaba como una losa. Se gastaron un pastón buscando un nuevo nombre y, al final, optaron por el de Partido Demócrata Catalán, en plan yankee. Con tan mala suerte que el Ministerio del Interior puso pegas porque ya había Demócratas de Cataluña. O sea que tuvieron que reconvertirlo en PDeCAT, que dicho sea de paso es ya residual. No obtuvo representación ni en las autonómicas ni en las generales.
Finalmente, hundió su propia carrera. Ya se sabe: el famoso paso al lado de 2015. Él puso a Puigdemont a dedo para salvar los sueldos, las canonjías, las asesorías. El poder en definitiva. Pese a ello, hay que decir que salió relativamente bien librado. Fue condenado a inhabilitación por el 9-N. A otros les ha salido peor aunque luego haya la amnistía de por medio. Pero no deja de ser curioso que los tres últimos presidentes catalanes -cuatro si contamos a Pujol- hayan tenido problemas judiciales. Qué ejemplo.
Por último, hundió Cataluña. Es cierto que han desaparecido la mayoría de lazos amarillos. Hay un socialista al frente de la Generalitat. Y el conflicto ha quedado hibernado. Pero los daños políticos, económicos, sociales y morales siguen allí. En un mitin hizo aquel pronóstico sobre bancos y empresas: «no se irá ninguno». A la hora de la verdad se fueron casi todos. Menuda visión.
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