Opinión

La izquierda, de perder la vergüenza, a perder la calle

Hubo un tiempo en que «la calle» estaba monopolizada por la izquierda, fuera ésta política o sindical. La gran mayoría de manifestaciones o concentraciones en la vía pública eran convocadas y protagonizadas, bien por los partidos situados a la izquierda del PSOE -incluido éste- o por las centrales sindicales CCOO y UGT. Las reivindicaciones laborales eran la causa principal que las motivaban -sin excluir muchas otras netamente políticas- que se concretaban en el variado espectro de las condiciones de trabajo y, en especial, en el mantenimiento del empleo. Tal es el caso de los ERE (expedientes de regulación de empleo), famosos por la ejemplar gestión de sus fondos destinados a los trabajadores por parte del PSOE cuando fue hegemónico en Andalucía y monopolizaba el Gobierno de la Junta durante décadas. También la huelga general era y es la máxima expresión de la movilización ciudadana, siempre a caballo entre la política y lo estrictamente social y laboral.

Hablo en pasado desde que el PSOE de Sánchez accedió al Gobierno a través de una moción de censura con 84 (!¡) diputados para «garantizar la calidad de nuestra democracia» -¡cosas veredes, querido Sancho!- que, según Sánchez, «estaba en riesgo por la corrupción del PP y del Gobierno» (el PSOE, en cambio, era y es ejemplar, como es sabido). Ahora, la izquierda política y los sindicatos están confortablemente instalados en el poder, ajenos a lo que sucede. No es difícil imaginar lo que hubiera ocurrido si lo que está pasando en España se hubiese producido gobernando «las derechas», o mejor, la derecha y la «ultraderecha».

Baste recordar que en 2014 la izquierda convocó una violenta concentración ante un domicilio en Madrid para protestar porque Excálibur, el perro de una auxiliar de enfermería contagiada del virus del ébola, había sido sacrificado (y por orden judicial). Los manifestantes exigían el cese o dimisión de la Ministra de Sanidad Ana Mato por ese motivo. Hubo concentraciones en 24 ciudades españolas para protestar por ese hecho, lo que prueba la facilidad con que se movilizaba la población. Hoy el Gobierno «progresista» critica al PP y Vox por activar a la ciudadanía en la calle para expresar su indignación por lo que está haciendo Sánchez para mantenerse en el poder a cualquier precio.

Eso sí, siempre pagado por la reputación y el interés general de España. Los secretarios generales de las centrales socialista y comunista, Álvarez y Sordo, haciéndose el «ídem», debidamente lubricadas las tesorerías de sus organizaciones por los presupuestos del Estado. Ni siquiera la anunciada transferencia de la gestión económica de la Seguridad Social al Gobierno Vasco les ha movido a pronunciarse con alguna declaración. Sin duda debe ser que el PNV es, al igual que Bildu, un partido «progresista». Pero como «no hay mal que por bien no venga», la situación actual está provocando que la derecha social y política, poco dada a manifestarse en la calle, haya tomado conciencia de que es necesario hacerlo ante el grave atentado que representan para la convivencia y el bien común de los españoles las políticas de Sánchez, que no tiene ningún límite ni ético ni moral para su ambición de poder. De este modo, la derecha social y política ha tomado el pulso a la calle, que ha pasado ahora a ser territorio abierto y no, como parecía antes, patrimonio de la izquierda y «territorio comanche».

En la historia reciente de España hay movilizaciones que ocupan un capítulo destacado. Una significó el final definitivo de ETA -siempre acompañado de la sacrificada y eficaz acción antiterrorista de la Guardia Civil y la Policía Nacional- precipitada por aquella extraordinaria movilización ciudadana que salió a la calle para enfrentarse a la banda y a sus corifeos al grito de «¡Basta ya!».

Esa izquierda que alentaba a «rodear el Congreso», a «parar los pies al fascismo» cuando las urnas no les daban lo que querían y que jaleaban los escraches como «jarabe democrático», ahora está probando -pacíficamente- el sabor de su propia medicina. Y Sánchez no puede ya ni pisar la calle.