Inspiraciones

escribir columna

Es lunes por la mañana. He leído todos los periódicos buscando algo de inspiración para esta columna. La excesiva tranquilidad es enemiga acérrima de la creatividad. Los temas de actualidad son cruelmente dramáticos, hoy no me siento con fuerza para abarcarlos. Cae el otoño por fin y, con él, esa manta de melancolía que lo cubre todo. Página en blanco, bueno, ya no, ya llevo unas líneas-, la cabeza plana, planísima, sin ganas de problemas, sin ganas de hacer daño y, menos aún, de que me lo hagan a mí o a alguno de los míos. Explicada mi situación, a modo de solicitud de benevolencia o clemencia, voy a continuar haciendo pequeñas reflexiones de cosas menores que pueden hacer que un día mejore sustancialmente.

  • Desayunar sin ruido, dándole a la mente su tiempo para adecuarse al ritmo diario tras el silencio y la calma de la noche.
  • Encontrar que la pasta de dientes aún va por el principio y puedes explayarte en cantidad para sentir que tus dientes están siendo cuidados por una cantidad ingente de partículas que los pondrán más blancos, más duros, más bonitos y más relucientes. Mucha agua después y ¡qué maravillosa sensación!
  • Tener tiempo para pensar la indumentaria de ese día cualquiera.
  • Comenzar la actividad laboral sin haber tenido ningún altercado en casa, en el coche, con uno mismo, con el teléfono. Sentir que se puede estar al cien por cien en el trabajo porque todo lo demás está bien. Esto significa: poder disfrutar del momento. Si su trabajo no le gusta, propongo cambiar de trabajo. Si ya no puede por edad o por circunstancias, perdone mi sinceridad, pero es que usted no ha entendido nada.
  • Quedar con alguien divertido para tomar el aperitivo. El viernes, por ejemplo, quedé con un compañero de mi etapa como docente en la UPO, con el que me tomé dos copitas de manzanilla. Después, ambos tuvimos que volver a encajar nuestras mandíbulas de lo que nos habíamos reído. Sólo hay que escoger a alguien con el mismo sentido del humor que tú y, luego, relajarse. Pasa por allí otro amigo y se une a la charla, luego otra que pide que nos reliemos y aquello termine en tardeo. Hay que sabe frenar. Esto último antes se me daba muy mal, ahora soy una profesional del saber frenar. El siguiente paso es ni siquiera empezar.
  • A continuación, mi mente sugiere la palabra mágica: siesta. Pero entiendo que esta columna la van a leer madrileños, barceloneses y otros yuppies del planeta, que pueden pensar que esto es anacrónico, de poco gusto o de “esas gentes del sur”. A pesar de ello, lo voy a afirmar: si se puede, un ratito de siesta. Los chinos lo hacen, incluso en el trabajo.
  • La tarde en esta época del año empieza a acortarse, así que invita a trabajar más. Con el buen tiempo, sólo apetece estar en la calle. Empieza a tomar mucho encanto el flexo sobre la mesa, el ordenador, la pila de documentos, libros o lo que se necesite y concentrarse hasta decir ¡se acabó por hoy!
  • Volver a casa. Ver que todo sigue bien. Cada miembro de la familia -si no se vive en familia, esto sobra, evidentemente- va llegando de sus actividades y se produce el reencuentro. Cena ligera. La pregunta que siempre se oye de fondo: “¿Quién va hoy a El Hormiguero?”. Un ratito de televisión, si es posible con masajito en los pies de tu ser querido. Se van cerrando los ojos. “¿Nos vamos a la cama?”.

Se desenchufa la mente para cargarla (curiosamente, la tecnología es a la inversa). Vuelta a empezar. Abrir los ojos, descansada, tranquila. Un nuevo día por delante. Las noticias siguen ahí. Cuántas tragedias, injusticias, qué dolor. Mi perrito viene a recordarme que nada es tan importante, que todo es efímero. Al final, todos vamos a morir. Mientras tanto, es mitad de octubre. Mirar hacia arriba y agradecer, porque nada altera nuestra grandeza original sui generis.

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