Opinión

A los Echeverría, de corazón

El Reino Unido de Theresa May es un muñeco rígido disfrazado de Brexit que sigue cantando aquella apolillada canción de 1740: «Rule Britannia, Britannia rule the waves» (Gobierna Britania, Britania gobierna las olas). Dicho muñeco, tan problemático e imprevisible como la propia May, sobrevive con un quórum monolítico y tiránico que le sostiene y que aplaude su resistencia ciega al cambio. El buen conservador inglés siempre tiene razón por el mero hecho de ser inglés. Nació altivo, nada ni nadie le hará hincar la rodilla. Valga otro tramo del feroz y patriótico cántico del cuerpo de granaderos: «Britons never, never, never shall be slaves» (los británicos nunca, nunca, nunca serán esclavos).

Lo de que nunca lo serán es relativo, que el terrorismo y los asesinos que lo practican en el siglo XXI han reventado la canción. De no ser prisioneros de nada ni de nadie en términos absolutos, han pasado a estar esclavizados por la muerte. Aportar una simple explicación patológica psiquiátrica sería jibarizar tan cruel asunto sin entender su verdadera magnitud. El profesor García-Andrade afirma en su estudio Raíces de la violencia que «no se trata de una enfermedad, si no de una actitud existencial», adicta a cohabitar con el delito. La inútil May, con su policía londinense que no da pie con bola y su caduca Scotland Yard que no para de tocar la gaita, podrían fijarse en el cauto y duro ministro del Interior español, Juan Ignacio Zoido.

Zoido les enseñaría a no esnobear (verbo nauseabundo por inglés) de forma tan obscena a la familia del caído en combate, un chaval con la talla humana de Ignacio Echeverría que encaró con un monopatín a tres putos cobardes esquizofrénicos hijos de Alá armados hasta los dientes para salvar vidas ajenas en detrimento de la suya. Quienes no supieron evitar el atentado, en fin, las fuerzas policiales británicas, si supieron interponer todos los inconvenientes posibles a la madre y hermanos del difunto, que apenas deseaban darle un último beso al cadáver de su misma sangre. Atrocidades como las expuestas te han hecho perder la mayoría, Theresa May. Ahora, mala bruja, sólo falta que te extingas tú políticamente. Y que te destierren a Gibraltar.

Mi sentido pésame a los Echeverría. De corazón. Además de haber perdido a un hombre como hay pocos, ha muerto un santo.