La Guerra Civil explicada en Barrio Sésamo
Resultan de un candor conmovedor y de una ternura arrebatadora las historietas que sobre la II República, la Guerra Civil y el franquismo nos cuentan algunos periodistas locales. No acertaron en su profesión. Lo suyo no es describir la realidad para adultos sino adaptarla a un Barrio Sésamo dirigido a lectores que tratan como a menores de edad. Y parece que tanto mentores como lectores se encuentran muy bien bajo los efectos del síndrome de Peter Pan.
Se trata siempre del mismo cliché, la historieta consiste en que de la noche a la mañana surgen por generación espontánea unos militares malvados (muchos de los cuales eran republicanos, primera inconsistencia del relato pueril) que deciden que los maravillosos logros conseguidos por el gobierno democrático de la II República han ido demasiado lejos y que no queda otra que terminar con ella, no vaya a ser que sus avances sociales amenacen con terminar con la España negra, lívida, ignorante, católica y atrasada en la que desean vivir los militares alzados, el clero y sus colegas fascistas. Lean y disfruten del delicioso extracto del enésimo cuento que hemos leído estos días.
«El alzamiento militar y fascista contra el gobierno democrático de la República de 1936 pretendía liberarse de las personas que querían construir una sociedad progresista, democrática, convivencial, educada, plural, respetuosa. Una sociedad igualitaria que tuviera oportunidades para todos. Para las mujeres, para los trabajadores, para quienes nunca habían pintado nada. Una sociedad en la que las hijas y los hijos de los trabajadores pudieran estudiar, prosperar. En que los votos de todos valieran, también, por igual. Una sociedad con impuestos para pagar servicios públicos, para que todo el mundo pudiera ir al médico o al colegio o a la universidad» (arabalears.cat, Mirar el clatell del feixista).
Este es el nivel de cierto periodismo isleño, imagínense la capacidad de análisis para hablar de cualquier otro tema con semejantes anteojeras ideológicas. El escritor que escribe este lacrimógeno relato es un íntimo enemigo mío que profesa la fe separatista y, como tal, acérrimo partidario de terminar con el régimen de 1978. Al parecer, la democracia actual no garantizaría el rosario de ideales a los que sí aspiraba aquella idílica II República, ideales que truncaron ¡para siempre! los facciosos sublevados del 18 de julio. Incluso creen que los males que padecemos en la España del siglo XXI se remontarían al abrupto fin de la II República a manos de los facciosos.
Este relato propagandístico, este Barrio Sésamo adaptado a mentes obtusas, a adolescentes sin nada en sus lindas cabecitas, a maestras de primaria y a no pocos historiadores que dan clases en secundaria, se basa en dos puntales argumentales. El primero es que el golpe de estado del 18 de julio se dio contra un gobierno democrático y contra la legalidad republicana y recalcan lo de DE-MO-CRÁ-TI-CO y lo de LE-GA-LI-DAD RE-PU-BLI-CA-NA como si su insistencia, vehemencia y reiteración les otorgara un plus de razón. El segundo, en realidad un mito, consistiría en los indudables éxitos sociales y cívicos de la II República, tan clamorosos que la derecha ruin, lívida y negra, amenazada con perder sus privilegios para siempre, no habría consentido de ningún modo prefiriendo despeñar el país hacia la Guerra Civil antes que aceptar su irrelevante papel en la España moderna y progresista que se abría paso. Voy a tratar de desmontar estos dos mitos.
El PSOE perseguía la Guerra Civil desde noviembre de 1933
La realidad nada tiene que ver con el relato de Barrio Sésamo que hacen algunos de la Guerra Civil. Basta con leer la prensa de entonces, la prensa orgánica del PSOE (El socialista) o la de sus Juventudes Socialistas (Renovación), así como los llamados públicos de Largo Caballero a superar la etapa de la legalidad republicana, para aseverar sin ninguna duda que desde noviembre de 1933, cuando la izquierda pierde las elecciones generales por un amplio margen, el PSOE se prepara para derrocar el gobierno legítimo y democrático radical-cedista de Lerroux salido de las urnas para instaurar una dictadura del proletariado. El único obstáculo al alzamiento insurreccional capitaneado por los líderes socialistas Largo Caballero (el Lenin español) e Indalecio Prieto es la UGT del moderado Julián Besteiro, que considera un disparate seguir la senda de la revolución bolchevique. La purga de Besteiro deja el camino expedito para la bolchevización del PSOE y una revolución socialista que aniquile la democracia liberal burguesa.
Durante todo el año de 1934 la principal ocupación del PSOE será preparar un golpe de estado que estallará en octubre con el pretexto de la entrada en el ejecutivo de centro-derecha de tres ministros de la CEDA, la formación de Gil Robles que en aras a tranquilizar el clima político, se había abstenido hasta entonces de entrar en el gobierno pese a haber sido la fuerza más votada en los comicios de noviembre de 1933. El golpe de octubre de 1934, llamado «revolución de Asturias» en terminología izquierdista, se saldará con más de 1.400 muertos y 30.000 prisioneros y dejará a la izquierda sin ninguna autoridad moral para quejarse de una sublevación contra la legalidad democrática en sentido contrario. La insurrección socialista, que finalmente sólo cuajará en Asturias, tendrá eco el 6 de octubre en Barcelona donde el nuevo líder de ERC, Lluís Company, proclamará un estado catalán independiente. Tras las primeras salvas del general Batet y una noche de infructuosos llamamientos a los catalanes a tomar las armas contra el Ejército español, los sediciosos golpistas tratarán de huir por las alcantarillas antes de ser detenidos.
La insurrección armada de octubre de 1934, no por ser la más cruenta y conocida, será la única que sufrirá el régimen republicano. En el corto período de tiempo que nos lleva desde su nacimiento el 14 de abril de 1931 a las elecciones de noviembre de 1933 la II República ya había sufrido varias rebeliones violentas. El 18 de enero de 1932 los anarquistas se apoderan de varios ayuntamientos del Alto Llobregat e instauran la revolución libertaria, obligando al ejército a sofocarla con un saldo de 30 muertos. En agosto de 1932 el general Sanjurjo, republicano, seguido de un sector muy minoritario del ejército, se levanta contra la legalidad republicana. El ejército frustra la intentona fácilmente, causando 10 muertos. En enero de 1933 se produce una nueva sublevación anarquista en Cataluña y Andalucía, famosa por la legendaria frase de «tiros a la barriga» que se atribuye a Manuel Azaña. La insurrección de Casas Viejas se saldará con 80 muertos. Justo después de perder las izquierdas las elecciones en noviembre de 1933, los anarquistas se rebelan de nuevo contra la legalidad republicana, despeñando un tren y ocasionando otros 89 muertos.
No queda ahí la cosa para valorar en su justa medida el frenesí golpista de la izquierda. Además de las insurrecciones violentas con la fuerza de las armas la izquierda no socialista también intrigó para dar varios golpes palaciegos. Durante el cambio de poderes que sucede a los comicios de noviembre de 1933, Niceto Alcalá Zamora, presidente de la República, afirma en sus Memorias: «Nada menos que tres golpes de estado se me aconsejaron en 20 días. El primero a cargo de Botella, el ministro de Justicia, quien propuso la firma de un decreto anulando las elecciones hechas. Inmediatamente después propuso Gordón Ordás, ministro de Industria, que yo disolviese las nuevas Cortes. Pocos días más tarde, Azaña, Casares y Marcelino Domingo dirigieron a Martínez Barrio, presidente del Consejo, una carta de tenaz y fuerte apremio en la que el llamamiento tácito a la solidaridad masónica se transparentaba clarísimo, a pesar de lo cual, en aquella ocasión, Martínez Barrio no cedió, cumpliendo su deber oficial, quizá no con agrado, pero sí con firmeza, al ver también la de mi actitud».
Durante los preparativos socialistas en 1934 para el golpe que tenía que destruir la legalidad republicana en cuanto llegara la hora final, el PSOE lanza en junio una huelga revolucionaria en el campo para sabotear las cosechas y desestabilizar al gobierno republicano. La huelga prende en 1.600 municipios de los 9.600 de todo el país, ocasionando 13 muertos y 200 heridos, la mayoría trabajadores no huelguistas.
En síntesis, hasta el golpe de estado de octubre de 1934 capitaneado por el PSOE con el apoyo del PCE, los anarquistas se habían sublevado tres veces contra el régimen republicano tratando de extender su revolución libertaria; los líderes de la izquierda republicana habían intentado al menos tres golpes de palacio para impedir que se conformaran unas Cortes con mayoría de derechas y por lo tanto elegir un ejecutivo salido de las urnas; y los socialistas habían tratado de desestabilizar al gobierno, saboteando las cosechas del campo con una huelga revolucionaria. Amén de la sublevación del general Sanjurjo, la más tímida de ellas. En aquella malhadada II República cabe preguntarse: ¿quién no se sublevó contra el régimen democrático legalmente constituido?
El alzamiento del 18 de julio sólo fue el último de los golpes contra la II República, el antepenúltimo para ser más exactos. Los sucesos de mayo del 37 en Barcelona, ya en plena guerra, se incardinan dentro de un golpe de mano de los comunistas para echar a socialistas y anarquistas del poder, haciéndose con el control del gobierno del Frente Popular y poner a la República definitivamente al servicio de la URSS. Una II República víctima de tantas violencias no podía terminar de otro modo que con un postrero golpe de estado, esta vez protagonizado por la oposición anticomunista dentro de las propias filas republicanas. El coronel Segismundo Casado con la ayuda del propio socialista Julián Besteiro y el general Miaja tumbarían las resistencias desesperadas de los comunistas para alargar la agonía de un régimen exhausto.
¿Por qué nos han hecho una República agria y triste?
El filósofo Ortega y Gasset es considerado por muchos como el alma que inspiró el advenimiento de la II República, la inspiración y la autoridad moral de un régimen que no en vano se gustó en llamar la «república de los intelectuales». Sólo siete meses después de su advenimiento, el cúmulo de enfrentamientos sociales y el deterioro del orden público ya eran tan notorios que Ortega y Gasset se lamenta con amargura. «Lo que no se comprende es que, habiendo sobrevenido la República con tanta plenitud y tan poca discordia hayan bastado siete meses para que empiecen a cundir por el país desazón, descontento, desánimo. ¿Por qué nos han hecho una República agria y triste?».
Para los desinformados, sólo informarles de que tal hundimiento de las expectativas creadas, un tanto desmesuradas, en tan poco tiempo se había producido sin la menor resistencia a las reformas sociales por parte de las tropas negras, lívidas y reaccionarias que, además de no tener por entonces poder alguno, estaban totalmente desmoralizadas tras la caída de la monarquía. Si en su boda de miel la II República en manos de socialistas y jacobinos de izquierdas ya daba síntomas de agotamiento, lo que vino después fue sencillamente un deterioro sin freno en todos los frentes que conduciría al poco a su colapso.
Noventa años después, algunos escritores locales todavía se creen la película de que el fracaso de la II República, sus intentos de modernización de España y sus reformas sociales fueron culpa de los militares alzados en el 36. Es totalmente falso: desde muy pronto el colapso de la II República era más que evidente para cualquier espectador objetivo y neutral. No obstante estas evidencias, algunos prefieren juzgar la política y la historia por las intenciones de sus actores (el programa de máximos de cada uno de los partidos en la contienda), no por los hechos cantantes y sonantes. Cultivan el mito y no la realidad. Que Dios les conserve la vista.
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