El Gobierno empieza a comprar votos
El Gobierno anuncia una subida de sueldo a los funcionarios públicos en mitad de la tormenta que ha llevado a quien fue el primer número dos del PSOE al mismo lugar por el que ya pasó el siguiente número dos del PSOE: la cárcel. Acompañado del notario que todo lo registra, Koldo, y a la espera de que sigan entrando en el trullo el resto de quienes delinquieron con la impunidad que sólo el carnet socialista te permite, en el Ejecutivo siguen con su cortina estratégica de despiste, que lleva a comunicar algo bueno o malo según sople el delito, para que el populacho acrítico vuelva a picar el cebo y acabe perdonando los pecados de quien ha elevado la delincuencia a categoría moral.
Queda por ver cuántos, insisto, de esos tres millones y medio de empleados públicos que van a ver cómo su nómina se incrementa más de un once por ciento hasta 2028, resistirán esta evidente y palpable compra de voluntades. Porque, después de garantizarse una legislatura más el voto cautivo de los pensionistas, esos que luego salen a gritarle al Supremo por impartir justicia, ahora toca ganarse al empleado público, quien, en su puesto inamovible, celebrará la mejora de nómina a la manera conservadora en la que siempre ha funcionado su cerebro: manteniendo el statu quo responsable de hacerla posible, y elegir, por descarte, que Sánchez continúe en su envilecida poltrona.
Porque comprar votos es la seña de identificación más conocida del socialismo a lo largo de la historia. Una ideología tan fraudulenta como su sostén, porque cuando el dinero de los demás se acaba, como bien apuntaba Thatcher, se acaba también el socialismo, un experimento fracasado en todos los órdenes de la vida, desde lo económico hasta lo moral y lo cultural, y, por ende, lo político. De ahí que su única supervivencia dependa de la compra de conciencias ajenas con el dinero de quienes no se dejan comprar, pero que un día acabarán por cansarse, y ni siquiera el maná de fondos europeos que ha contribuido a perpetuar la corrupción detendrá lo inevitable: la ruina del sistema.
Para entonces, los que nos llevaron hasta aquí, si no acompañan a los que ya entraron en prisión, disfrutarán de lo robado en países lejanos a nuestra causa. Pero no adelantemos lo que no es seguro que acontezca, porque la mentalidad del español es tendente al pesebre más que a la rebeldía y a defenestrar verbalmente al mismo representante político al que, doscientos euros después, acabará votando de nuevo, en el enésimo ejercicio de constricción moral.
Es duro decirlo, pero hay que decirlo: votamos corruptos porque hay un corrupto en nosotros. Quien se posiciona con un gobernante determinado porque, de manera populista y aprovechada, aumenta su pensión o su nómina funcionarial, a costa de empobrecer al país y a generaciones enteras, es tan corrupto como el que se lleva mordidas de empresarios, coloca a prostitutas en empresas públicas o revela secretos de ciudadanos privados para justificar órdenes políticas de un superior. O entendemos esto o volveremos a lamer las mismas heridas que nos llevaron hasta aquí. Van con todo porque no tienen más salida que engordar la parte del muro que eligió sumisión y servidumbre.