Ferraz: el epitafio de una oligarquía enferma de poder


Nada hay más insólito que ver a la Guardia Civil, vía UCO, irrumpir en la sede histórica del PSOE en la calle Ferraz, no para proteger, sino para desentrañar los hilos turbios de un poder que se creía intocable. El episodio, ordenado por el Tribunal Supremo, tiene todos los ingredientes del sainete: correos clonados, audios grabados y una interna conspiración que huele más a cloaca que a guerra sucia política.
La imagen de los agentes —no buscando sospechosos ajenos al partido, sino extrayendo pruebas dentro de sus propias oficinas— es la metáfora perfecta del hundimiento moral que presenciamos en Ferraz y, por extensión, en toda España.
Más allá del ruido mediático, ruido que en Ferraz llaman «auditoría interna», resuena la voz amarga de la política desdentada. Al frente de ese limbo judicial, Pedro Sánchez convoca al PSC de Illa para cerrar filas, promete comisiones, expulsa señuelos como Ábalos o Cerdán —las fichas de aquella partida oscura— y confía en que el teatrillo llegue a buen puerto en el próximo Comité Federal. No es una renovación, es una escenografía: titulares, gestos y ruido de leguleyos, todo para seguir aferrado al trono.
Ferraz, hoy, no es sólo una sede política; es la concisión emblemática de un país al borde del ridículo institucional. El PP llama a Sánchez a marcharse; Feijóo lo acusa de instaurar redadas televisadas que la democracia no merece. El resultado: un ecosistema político autocrático que se resguarda bajo el populismo interno y la pantalla de humo más barata.
Mientras tanto, el espectáculo no cesa: manifestaciones, campos semánticos de acusaciones cruzadas, fotos urgentes y reacciones tardías. Y así, los fontaneros rastreando información sobre la UCO —detalle grotesco de una trama que viaja de Ferraz a Tribunales— se defiende convencida de que sólo hacía investigación investigable. El problema sigue siendo que, con tanto funcionario de la cloaca subterránea como protagonista, lo único que brota es el desdoro institucional.
Es insostenible. Ferraz se ha convertido en la postal de un país sin pulso ni respeto por lo público. Cuando la sede de un partido histórico se vacía de autoridad moral, España se vacía de sí misma. Y entonces empezamos a pensar: ¿por qué sigue aquí quien se reivindica único muro frente a la derecha? ¿Por qué no dimite quien no está en condiciones de liderar una transición de limpieza?
Este sainete político no necesita un acto final: lo estamos viendo cada día. La disonancia entre la llamada a elecciones anticipadas y el aferrarse al poder es hoy la única ópera en cartel. Un país agotado merece más… si no humanidad, sí, al menos un mínimo de dignidad. España no se salva de una redada por semana. Y Ferraz ya no es un edificio: es el epitafio de una oligarquía enferma de poder.