Feijóo y la sopa de tapioca
Le hacen el domingo pasado una entrevista en El País al señor Feijóo. La entrevista es a degüello, los periodistas tienen entre los dientes una navaja de Albacete, su objetivo es deconstruir al líder de la oposición como un steak tartar cortado a cuchillo. No me parece mal. Los lectores merecen este aire inquisitorial y no la sumisión a los dictados del poder que exhibe a diario el llamado periódico global. El problema es que las repreguntas e incisos con que lo interpelan son copia literal del argumentario que el Partido Socialista, por orden del presidente Sánchez, envía a diario a los periodistas adictos: que por qué no pone orden en el PP y se desembaraza de la señora Ayuso; que por qué no renueva los órganos judiciales; que por qué insiste en rebajar impuestos cuando la situación provocada por la guerra en Ucrania exige, en su opinión, más gasto; que por qué se alía con Vox, por ejemplo en Castilla La Mancha, y acepta sus votos en otros lugares…Y así todo.
El problema para los depredadores es que el señor Feijóo tiene una enorme experiencia política, ha obtenido cuatro mayorías absolutas en su tierra y no solo es un hueso duro de roer sino un gallego ‘cum laude’ preparado para resistir cualquier tipo de provocación. De manera que los periodistas acaban incurriendo en el desistimiento. No han sido capaces de pillarle en ningún renuncio o contradicción, saliendo el personaje completamente airoso del entuerto.
Sánchez ha decidido, de modo primario y poco sofisticado, que para combatir a Feijóo -al que todas las encuestas publicadas, y sobre todo las que dispone La Moncloa, dan mucha ventaja electoral-, para minar su posición, hay que explotar las supuestas diferencias con la señora Ayuso, despreciando que la presidenta de Madrid es el complemento perfecto del moderantismo redivivo del PP, imprescindible para atraer a los votantes de Vox y a los propios y más alterados por la actitud extremosa del mandarín, a aquellos que no soportan un minuto más al petimetre.
Feijóo se niega a renovar los órganos judiciales, y hace bien, porque el presidente ha manifestado reiterada e indecentemente su deseo de controlarlos situando a magistrados sin honra profesional indefectiblemente propicios a avalar su credo progresista sobre el aborto, la eutanasia, los desafíos inconstitucionales de los independentistas catalanes y los zarpazos a la legalidad de las hienas de Bildu. En cuanto a la propuesta del PP de bajar impuestos, sea o no procedente -que ahora no viene al caso-, esta se ha encontrado con una asistencia de lujo de la mano del canciller alemán Scholz, socialista, que ha dado el visto bueno a una reducción fiscal de diez mil millones. O sea que chitón.
Y en cuanto a las alianzas presentes y eventuales con Vox, el contraataque es de una obviedad aplastante: cómo la pueden reprochar los que gobiernan gracias al favor venal de los amigos de los terroristas, de los partícipes en un golpe de Estado en Cataluña o incluso de los desleales del PNV.
Pero aún faltaba un pelo en la gatera que los periodistas se sienten obligados a exprimir en la entrevista, un pelo de envergadura, aunque eso quizá era antes: los pensionistas. Le preguntan si está de acuerdo en ravalorizar las jubilaciones de acuerdo con la inflación, que en promedio en lo que va de año se acerca al 9%. Una auténtica salvajada. Pero Feijóo responde, más gallego que nunca: «Las políticas de este Gobierno generan inflación, hay que cambiarlas de raíz. Todo se puede hacer si baja la inflación. El PSOE ha sido el único partido que ha bajado las pensiones», y así fue con Zapatero y su plan de ajuste, exigido por la UE, la espada de Damocles que amenaza a Sánchez a medio plazo si no endereza los pésimos resultados económicos que se registran a diario.
Rápida como una centella, la nueva y flamante portavoz del PSOE, la ministra Pilar Alegría, salió el mismo domingo pasado a devorar la cabeza que ella piensa que le ha servido en bandeja El País con este argumento tan anacrónico: ¿Se podrían sentir las personas mayores tranquilas con un Gobierno del PP? Feijóo ya no puede contestar, por eso lo voy a hacer yo: «Claro que sí, querida Pilar. Pueden dormir a pierna suelta». La explotación de los jubilados ya ni toca ni cuela. Esto sucedió por última vez en 1993, cuando Felipe González ganó a Aznar mintiendo. Afirmando en el último debate televisado entre ambos que, en caso de gobernar, la derecha recortaría las pensiones en ocho mil pesetas de la época. Ahora ya no hay conejo similar en la chistera. El PP ha podido gobernar durante casi dieciséis años y los jubilados, siempre frugales, han seguido tomando su sopa de tapioca en la cena, como mi amigo Amadeo. Este señor, químico espléndido hace años retirado, al que deseo deseo desde aquí que se reponga de su último tropiezo, detesta a los socialistas. Lo que le preocupa sobre manera es el futuro de sus hijas y de su nieta, como a todos, y está completamente persuadido de que este pinta muy negro cuanto más tiempo disponga Sánchez para devastar la nación, tanto en el plano institucional como en el económico. Porque sabe que si la coyuntura se tuerce, que si la descendencia entra en dificultades, no tendrá más remedio que acudir en su socorro. Por eso está convencido de que la viabilidad de la sopa de tapioca depende estrictamente, inexorablemente, de que Feijóo gane las próximas elecciones.
Sería muy oportuno que, por una vez en la vida, El País, los editorialistas que escriben a diario sus filípicas contra la derecha, explicaran con claridad cómo debe ser la oposición sería y responsable que demandan. Y que también fuera transparente y expeditiva al respecto la nueva portavoz del PSOE, Pilar Alegría, que tanto monta, monta tanto. No lo harán jamás. Nunca. Por la sencilla de razón de que no quieren oposición de clase alguna. Porque la quieren cautiva y desarmada, como sucede con todos los gobiernos contaminados por el totalitarismo. Como ha sucedido siempre con el socialismo español, que no el alemán, por ejemplo.
De manera que, en mi opinión, si ya no se puede comprar a los pensionistas con más sopa de tapioca, a Sánchez solo le quedan los jóvenes. Aunque el efecto de sus políticas los esté condenando a un paro secular, todavía cree que puede seducirlos a cambio de un plato de lentejas, con los bonos jóvenes y otro tipo de ayudas que reblandezcan con carácter definitivo su energía original, su rebeldía natural contra el poder establecido, y los ponga firmes, en estado de revista, a su disposición.
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