Esto es terrorismo escolar

Esto es terrorismo escolar

Hace algunos, bastantes, años, Jordi Pujol, entonces presidente indiscutido de la Generalidad, nos invitó a unos pocos periodistas a visitar el Palacio de Presidencia. Antes del almuerzo hizo de guía turístico y político, y nos enseñó hasta los más recónditos vericuetos del Palacio. En uno de los corredores que daba a un patio florido, se detuvo ante un cuadro, el de Sant Jordi y el Dragón, se colocó en modo solemne y nos dijo: “Si será importante Sant Jordi que, a pesar de ser sólo una leyenda, ustedes quizá la llamarían un cuento porque Sant Jordi no existió, le veneramos tanto como a la Sagrada Familia”. Conocíamos desde luego aquella peripecia en la que un caballero armado terminó matando al Dragón, pero a todos nos sorprendió la confesión del presidente. Ya durante el almuerzo (unos riquísimos canelones con tres carnes distintas y maceradas) recorrió su trayecto vital, nos contó cómo las únicas veces que había ejercido la Medicina fueron en la cárcel y, tras un largo exordio, terminó así: “Mi objetivo de antes y de ahora mismo es “Fer País””. Así, en mayúsculas. Ramón Pedrós,  entonces director de Comunicación de la institución autonómica con el que el cronista había coincidido en Abc y que fue autor de un libro exquisito: “Un catalán en Madrid”, me susurró con una semisonrisa que él calificaba siempre de “muy leridana”: “No te engañes: cuando el president habla de “País” se refiere a “Estado”; lo cambia para no asustaros demasiado”.

Y se ocupó en efecto de ir construyendo, partido a partido, el tal “Estado”. Para él y para todos los nacionalistas de entonces (también para el oscense Durán Lleida) la lengua era vehículo imprescindible en el trayecto que iba desde un reconocimiento administrativo, a la plena soberanía. Diga lo que diga ahora mismo Durán él también estaba en ese rollo. La “inmersión lingüística” era únicamente un eufemismo hábil para esconder el verdadero fin: la sumersión o, mejor dicho aún, la sumisión lingüística.  A ella dedicaron todos sus esfuerzos todos los acólitos del pujolismo. Incluso un tipo que se hacía llamar liberal, Trías Fargas, pero que no era más que un devoto del intervencionismo más soez, dejó escrito y predicado que no hay Nación sin lengua impuesta. Como suena. Pujol en su dilatado periplo por unas cuantas gobernaciones, se dedicó, primero, a fomar una red de comunicación nacionalista con apeadero primordial en la totalitaria TV3, y, segundo, a comprar literalmente a los medios antiguos que habían sido felices durante el franquismo, y que ya, llegada la democracia, eliminaron de su cabecera el adjetivo español con la complicidad de un editor, de todos conocido, que, ni es grande, ni es de España. Una mañana en el AVE, Don Juan Carlos se encontró con él, le miró de arriba a abajo porque no podía ser de otra forma y le espetó: “Si tu padre levantara la cabeza se avergonzaría de tí”. El que no la levantó fué él; la tenía inclinada, escoliótica,  hacia el lado del catalanismo secesionista.

Se editaron (o se compraron medios a gogó) y la Generalidad, también la socialista de Maragall y del boberas Montilla, el cordobés,  realizado ya el abordaje de la comunicación se prestó a su siguiente atentado: l’Escola Catalana. Sin disimulos, a lo bestia. Y ahora no sé exactamente de qué nos sorprendemos; esto viene de muy atrás como estamos expresando. Pero durante todos estos decenios los mandatarios españoles, desde Suárez, al que le encandiló el dúo Carlos Sentís-Manuel Ortínez, hasta Aznar y González, pasando por el bodoque de Zapatero (“lo que salga de aquí, se cumplirá en Madrid”) siguiendo por la parca resistencia de Rajoy y terminando por esta pesadilla nacional que aún nos preside, Pedro Sánchez Castejón, se han plegado a las incurias del independentismo en razón de que el “conflicto catalán” (recogieron incluso su léxico) sólo se resolvería con un entendimiento a la baja con Pujol y sus sucesores.

Lo que esta ocurriendo ahora no es más que el episodio final de un plan perfectamente pensado desde los inicios de la Transición. ¿Qué sucede ahora? Pues que los separatistas han sido complacidos con indultos desvergonzados, y se han dispuesto a desobedecer la sentencia del Tribunal Supremo que obliga a respetar el 25 % de español en los colegios. Se han saltado la decisión obligatoria del Supremo, se han ciscado en ella y la han lidiado con un decreto de pacotilla que deje inerme la lengua castellana en toda Cataluña. Y, ¿qué pasa? Pues que no pasa nada. Esta España de hoy es el único país civilizado del Universo en el que  no se cumplen las leyes, los delincuentes se orinan en las sentencias del más alto Tribunal de la Nación y la gente en su mayoría -no me digan que no- se llama andanas, como si no fuera con ella. Aquí ya la seguridad jurídica no existe y menos aún existe el respeto imprescindible a los dictados de la Justicia. De esto se aprovechan los monigotes de la Generalidad que ya ni siquiera temen la prisión porque saben que aquí, en Madrid, existe un desalmado presidente que inmediatamente les pondrá en la calle aunque, incluso, amenacen con un golpe de Estado bis.

Lo sucedido con la lengua en las escuelas es un caso de terrorismo escolar clamoroso. En Estados Unidos, un par de estados se negaron en los sesenta a terminar con la discriminación racial. Algunos de sus dirigentes fueron arrastrados al trullo, y otros se cargaron su carrera política. En España, no; en España unos reos convictos se ciscan en el Supremo, el Gobierno de Sánchez les apoya, y la ley sólo queda para aplicársela a un tonto del haba que se salta un semáforo o para que Hacienda nos siga sisando cruelmente. Lo dicho: por lo que se refiere al español en los colegios estamos ante un claro delito de terrorismo escolar que, como en el caso de los terroristas etarras, va quedar impune. Sólo Ayuso se encara con estos barreneros de la enseñanza en los tribunales. Encima le acusan de censora. ¡Qué país! diría Jacinto Miquelarena.

 

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