Esto sí que es feminazismo
Si hubiera que resumir con una palabra el audio de estas clases de instituto a niños de 4º de la ESO (14 y 15 años), el término sería el siguiente: espeluznante. Superado el shock, al escuchar los mensajes que esta profesora de Lengua Española dirige a sus alumnos, la reacción pude ser la de no dar crédito y pensar que quizás sufra alguna enfermedad de orden psiquiátrico. Pero no. El feminismo radical consiste precisamente en esto.
La génesis y expansión de esta ideología es de sobra conocida. Los movimientos de protestas juveniles englobados en torno a Mayo del 68 propiciaron la confluencia de una serie de teorías radicales previamente existentes que pasaron a aplicarse –aquí está la novedad– al estudio de la condición femenina. Por supuesto, como suele ser habitual en estos ambientes, que ninguna de estas teorías radicales –fundamentalmente, el marxismo y el psicoanálisis– tenga nulo valor científico no fue impedimento para que una parte no menor de la intelectualidad de EE.UU. y Europa se adhiriese con entusiasmo a sus postulados. De ahí provienen términos como “patriarcado” o “género”, tan en boga hoy en día.
La eclosión definitiva de este movimiento surge a partir de los años 90, cuando la implosión de la Unión Soviética, que permite ver todo lo que había detrás del Muro, deslegitima definitivamente al marxismo-leninismo en su papel de alternativa a la civilización occidental. Ante la derrota y el subsiguiente vacío de valores, amplios sectores del izquierdismo, que desde lo años 60 ya venían flirteando con el feminismo radical, abrazan con alborozo esta ideología y proceden a su difusión masiva. Esta conducta implica, entre otras cosas, un acto de comodidad; permite seguir aplicando categorías del materialismo dialéctico, sólo que sustituyendo clases sociales –burguesía / proletariado– por la condición sexual –hombre / mujer–.
El feminismo radical tiene dos problemas. El primero es que lo que sostiene no es cierto, no es verdad. Lejos de tener demostración científica, sus planteamientos a nivel genético, pedagógico o sociológico resultan desmentidos de forma sistemática cuando se aplican criterios académicos de validación. El segundo problema que genera el feminismo radical es que deslegitima la causa de emancipación de la mujer, tan necesaria hoy en Occidente y, en realidad, en todos los lugares del planeta, con especial urgencia en aquellos lugares donde el islam supone culto mayoritario.
En todo caso, la suerte de vivir en un país libre es que cada adulto puede pensar y comportarse de la manera que considera más conveniente. Lo que resulta a todo punto improcedente, y supone motivo lógico de querella, es que un funcionario público, que a través del Estado tiene el deber de servir al interés general de los ciudadanos, no cumpla con su trabajo y, en vez de ello, inocule su particular ideología a menores de edad. Supone una seria adulteración de nuestros principios democráticos, empezando por la libertad de enseñanza, la libertad religiosa, el respeto psicológico al menor y a la patria potestad.
Como siempre, las familias más pudientes pueden evitar este problema enviando a sus hijos al colegio privado más de su gusto e interés. Pero los padres con menos recursos, o aquellos que por convicción prefieran la Enseñanza Pública, no tienen por qué sufrir que sus hijos, máxime a edades tan sensibles, estén expuestos a semejantes delirios. Hablamos de la comisión de unos posibles delitos de amenazas, coacciones, injurias, delito de odio y contra los sentimientos religiosos perpetrado por un funcionario público contra menores de edad. Es el momento de que el poder judicial investigue estos hechos con rigor y ejemplaridad. Estas ficciones no deberían cobrar curso de naturaleza legal; y menos aún, pedagógica.
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