Opinión

Estados Unidos se harta del belicismo europeo

  • Carlos Esteban
  • Columnista de Internacional. Quince años en el diario líder de información económica Expansión, entonces del Grupo Recoletos, luego en Intereconomía, donde fundó el semanario católico Alba, escribió opinión en Época, en La Gaceta y ahora como freelance en OKDIARIO.

«Zum Paris!», «¡A París!», se escribía sobre los vagones militares alemanes al estallar la Gran Guerra. En todas las capitales de los países beligerantes, la guerra estalló como una fiesta, con música y guirnaldas, como si los soldados fueran a un desfile y no a morir por millones en las fronteras.

Fue la guerra más estúpidamente destructiva de Europa, la que nadie quería y, mucho menos, imaginaba. Todos, sí, querían una guerrita, algo limitado como lo que habían conocido hasta entonces, algo corto y decisivo. Lo que llegó fue una carnicería sin sentido para la que nadie estaba preparado.

Al terminar, cuatro grandes imperios -el austrohúngaro, el alemán, el ruso y el otomano- habían desaparecido en un marasmo de nuevas naciones, la Universidad de Oxford había perdido casi al 20% de sus alumnos en las trincheras, el comunismo había triunfado en Rusia, los estados estaban hundidos en deuda y el Viejo Continente había cedido la primacía a un nueva potencia que apenas se había manchado las manos, Estados Unidos.

Y todo por nada. No fue, como en la Segunda o en la Guerra Fría, el choque de dos concepciones del mundo, ni una guerra de conquista. Fue un suicidio estúpido. Pero lo único que se aprende de la Historia es que nada se aprende de la Historia.

Europa vuelve a las andadas: quiere guerra. Su reacción al plan de Washington para acabar con la guerra en Ucrania ha sido doblar la apuesta, ignorar la realidad del campo de batalla y proponer su propio borrador, que se resume en la exigencia al ganador de que se rinda y pague las consecuencias.

Europa Occidental lleva desde el fin de la Segunda Guerra Mundial bajo el paraguas militar de Estados Unidos, lo que le ha permitido construir un espectacular Estado del Bienestar con lo que se ahorraba en Defensa. Eso termina hoy.

El martes, el Parlamento Europeo votó para aprobar un programa de 1.500 millones de euros (1.700 millones de dólares) que busca profundizar la integración entre Ucrania y Europa en las relaciones militares-industriales.

Mientras, la población europea escucha estupefacta cómo sus líderes les habla de polvo, sudor y sangre, del fin de las prestaciones generosas en favor del gasto en Defensa. En medio de una crisis económica cada vez más profunda, una migración descontrolada por la pobreza y un rápido envejecimiento de la población, una fuerza laboral en disminución que se ve obligada a asumir una carga cada vez mayor. En Alemania, 22 economistas destacados y especialistas en pensiones han firmado una declaración conjunta instando al gobierno a recortar drásticamente las pensiones.

Sin el apoyo de Washington, Europa es un pigmeo militar. No se trata sólo de dinero y tecnología. El continente ha echado tripa en ochenta años de paz tutelada, y está aún lejos de ser un Estado con una mínima conciencia nacional. Vender a los jóvenes europeos una muerte probable en la raspútitsa ucraniana en nombre de Bruselas es más que difícil, sobre todo cuando te lo piden unos líderes que han llenado sus sociedades con una población hostil llegada de culturas distintas y distantes.

Y Estados Unidos se ha hartado de Europa y de su súbito belicismo. Su único objetivo con Ucrania es darle carpetazo a cualquier precio, y cuenta con dos grandes ventajas: la dependencia militar de Ucrania y la de Europa respecto a Estados Unidos, así como su posición como única potencia occidental con línea directa con Moscú.

Algún día estudiarán los historiadores la pulsión de muerte que se apoderó de Europa en la primera mitad del siglo XXI. Mientras, la última esperanza de los europeos es forzar un cambio radical en su liderazgo.