La España vaciada llena las calles de la capital
La macromanifestación de Madrid de este domingo, ha superado todas las previsiones anteriores y ha visibilizado la España real y, en este caso más concretamente, la España rural, la de los agricultores y los ganaderos; la España que se ha vaciado llenando las calles de la capital. Para que la Delegación del Gobierno diga que los manifestantes fueron 150.000, está claro que su número real es inédito desde hace lustros. Y se han manifestado, por cierto, sin ningún altercado, ni rotura de mobiliario urbano alguno, como sí suele suceder cuando son otros los asistentes y convocantes. Por ejemplo, los sindicatos de clase UGT y CCOO, que han brillado por su ausencia, seguramente porque los manifestantes, al igual que los transportistas en huelga, deben ser ultraderechistas; aunque quizás también explique su incomparecencia la gran subida de las subvenciones oficiales recibidas del Gobierno. Para compensar ese vacío, anuncian una manifestación «contra la guerra» para el miércoles, lo que sin duda influirá notablemente en el ánimo de Putin, antaño funcionario del KGB soviético tan querido por estos sindicalistas de clase. Pero de clase bussiness o 5 estrellas, que sin duda ahora lo son.
Mientras, una multitud de «ultraderechistas» trabajadores de un sector tan estratégico para la economía como el transporte, lleva una semana en huelga reivindicando soluciones para el problema que les ha significado el descontrolado incremento del precio de los carburantes, solución que Sanchez les anunció para la semana próxima, hace ahora siete días.
La sensación que traslada la actual situación es la de un auténtico caos que desborda a un Gobierno que ha perdido el norte, con Sánchez por un lado y sus socios enfrentados entre sí, sólo coincidiendo en ser contrarios a las decisiones que por sí y ante sí decide el presidente. Es un desgobierno que aflora y se hace patente cuando Sánchez decide dar un giro de 180° a nuestra política exterior con Marruecos sin debatirlo en el Consejo de Ministros y ni siquiera informar a la oposición, malogrando una normalización de relaciones deseable además de necesaria con nuestro vecino. Pero también al hacer lo propio enviando armas a los ucranianos 72 horas después de afirmar enfáticamente lo contrarío.
Ante tamaño despropósito que sucede ante nuestra mirada, es preciso preguntarse por la causa de este conflicto bélico en Ucrania, que está provocando este desabastecimiento de alimentos y materias primas y encareciendo la energía a costes desorbitados, con la secuela de tantos problemas sociales como contemplamos. Esta guerra, ¿qui prodest?, a quién beneficia? Normalmente es a quien la provoca directamente -Putin en este caso- pero, al margen de que su presunto beneficio está por ver, habrá que esperar a su final para hacer la evaluación definitiva de costes y beneficios de unos y otros. En víctimas humanas el precio a pagar es incalculable para los ucranianos, y veremos quién ganará para sí el extraordinario mercado europeo necesitado de esas materias primas y bienes de primera necesidad que hasta ahora procedían en gran medida de Rusia y Ucrania. Ahí encontraremos la respuesta acerca de quién ha resultado beneficiado de esta tragedia, que no suele coincidir necesariamente con quien visiblemente ha tirado la primera piedra.
Hasta ahora Sánchez había expresado reiteradamente su voluntad de terminar la legislatura convocando elecciones tras el segundo semestre de 2023, en que ejercerá la presidencia «pro tempore» de la UE, confiando en los Fondos Económicos Europeos para la Recuperación de la pandemia como catalizadores de la misma, pero Ucrania ha trastocado todos sus planes. Las últimas elecciones repetidas en noviembre de 2019, le permitieron formar gobierno con Pablo Iglesias en enero de 2020. Desde entonces no hemos tenido ni un periodo de normalidad, con la pandemia, el volcán de La Palma, y ahora la guerra. Esas elecciones tuvieron como acto de precampaña electoral la exhumación del Valle de los Caídos, tan cinematográfica como innecesaria y sectaria. Desde entonces, la maldición de Tutankamón parece acompañarle como un auténtico gafe.
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