La España de Sánchez se desangra
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Se acabaron los conejos y las chisteras. Todo lo que toca lo destruye o lo deja en enaguas. España es en estos momentos el Estado con las instituciones democráticas más degradadas de toda la Unión Europea se toque lo que se quiera: Fiscalía, Agencia Tributaria, Parlamento, CIS, RTVE, CNI, Correos, Paradores, Función Pública, Servicio Exterior, etcétera. Todo ello cree que le pertenece por su gen de indecencia mayúscula que tampoco se afana por ocultar.
Sánchez, en su inmensa ignorancia académica, no sabe que las democracias fuertes no son las que se asientan sobre el poder omnímodo de sus caudillos; la resistencia del Estado de Derecho se asienta sobre instituciones sólidas, creíbles, fiables para el ciudadano, garantes de sus derechos y también de sus obligaciones. Instituciones que se conducen con la imparcialidad que exigen las leyes.
Si a la degradación del Estado se suma el enorme déficit de gestión en la gobernabilidad diaria en todo aquello que tiene que ver con la necesaria sobriedad y austeridad pública y privada del dinero que los contribuyentes ponen en manos de sus gobernantes, finalmente, el panorama que se ofrece a modo de conclusión resulta desolador. Gastos, más gastos; chiringuitos sumados a otros chiringuitos. Pese a la que recaudación alcanza dígitos históricos al alza, cada día que pasa el agujero del Estado es más profundo, el déficit mayor y a las nuevas generaciones que vengan después sólo les va a quedar miseria, recortes y peor vivir.
Instituciones sanas y gestión rigurosa. Su enorme defecto en un Gobierno a la deriva acabará siendo la tumba del sanchismo. Sin embargo, la peor parte se la llevarán la buena gente de España que madruga, lucha, paga sus impuestos y se encuentra inerme para poner coto ante tanto desvarío. Los que rodean a Pedro Sánchez no se atreven a decir al César que la situación del país que le entregó el poder está en una situación límite. Los socios que eligió para coronarse como el líder inmarcesible que no tiene condiciones para desempeñar con justeza ese rol.
Si, por lo que fuere (algo muy improbable), Sánchez se viera abocado a llamar al pueblo para que el pueblo decida, sabe perfectamente ( ¡o no!) que ese pueblo sufrido y admirable le daría la espalda. Hoy, el país que podría jugar un papel notable dentro del firmamento de naciones libres y en progreso, se desespera ante su propia suerte. Decididamente, que gran pueblo si hubiera buen gobernante.
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