Los demócratas, de rodillas ante Trump
Desde marzo de 1893 no había ocurrido en Estados Unidos que un presidente desempeñase dos mandatos discontinuos. El primero en hacerlo fue Grover Cleveland, entre 1885 y 1889, y luego entre 1893 y 1897. Se trató también del primer demócrata en llegar a la Casa Blanca desde la guerra civil. A diferencia de los regímenes parlamentarios, en los que las legislaturas de los parlamentos suelen concluir antes del plazo legal, los gobiernos en funciones prolongarse durante meses y los primeros ministros perder el cargo en cuanto se deshace la mayoría que les respalda, en Estados Unidos las fechas para las elecciones y los inicios y las conclusiones de los mandatos de los presidentes y diputados están fijadas.
La Enmienda XII, ratificada en 1804, fijó el 4 de marzo como fecha para la toma de posesión del presidente. Desde la celebración de las elecciones, la presidencia en funciones se prolongaba en torno a cuatro meses. El agravamiento de la Depresión en el interregno entre la salida de Herbert Hoover y la entrada de Franklin D. Roosevelt condujo a la aprobación de la Enmienda XX. En ella se establece que el mandato del presidente y del vicepresidente concluye el 20 de enero del año posterior a las elecciones y que el nuevo Congreso, encargado de verificar los datos del Colegio Electoral, tiene que celebrar su sesión inaugural el 3 de enero.
El Congreso aprobó la Enmienda XX el 2 de marzo de 1932 y se ratificó por el número requerido de asambleas estatales el 23 de enero de 1933. Roosevelt fue el último presidente en jurar en marzo; las tres veces siguientes lo hizo ya en enero. Y el invierno en Washington puede ser muy frío, agravado además por la humedad reinante en la capital, construida sobre unas marismas del río Potomac. Al primer presidente fallecido en el cargo, el general William Harrison, la muerte se la causó su empeño en permanecer en la ceremonia de toma de posesión, en el helador y ventoso 4 de marzo de 1841, al aire libre y sin abrigo, ni sombrero, ni guantes. Encima, alargó su discurso hasta casi dos horas de duración. Contrajo una pulmonía que lo mató un mes más tarde.
La ceremonia de juramento es uno de los mayores espectáculos de la política de Estados Unidos, que los presidentes aprovechan para desvelar sus proyectos, pero la de Donald Trump y JD Vance ha quedado deslucida debido a la ola de frío polar que está congelando Washington. El escenario escogido está en el interior del Capitolio, la Rotonda, la sala que se encuentra bajo la cúpula del edificio. No ocurría algo así desde 1985, en el segundo mandato de Ronald Reagan, cuando la temperatura cayó a 15º bajo cero.
Codazos entre los plutócratas
A diferencia de las anteriores ceremonias, la de 2025 será pacífica, y no sólo porque la nieve y el viento hayan apagado los ánimos de los enfermos crónicos del Síndrome de Transtorno de Trump (Trump Derangement Síndrome), sino porque éstos la daban por irremediable desde hacía meses y hasta como deseable para tener un poco de sosiego, después del caos de los cuatro años del decrépito Joe Biden y su equipo.
En 2017, la ceremonia se enfrentó a protestas (no muy numerosas, aunque amplificadas por los medios de comunicación) de los ‘social justice warriors’, que anunciaban un mandato de tumultos y de negación de toda legitimidad a Trump. Hillary Clinton, por ejemplo, insiste en que ella fue derrotada por las maquinaciones del ruso Putin.
En 2021, después de un recuento electoral lleno de irregularidades en cinco estados clave que acabaron cayendo del lado de Biden, el malestar de unos imprudentes seguidores de Trump estalló el 6 de enero en tumultos en torno al Capitolio y dentro del edificio. Una consecuencia inmediata, como si estuviese planeada, fue la cancelación de las cuentas de Trump en Twitter y otras redes sociales, mientras llamaba a la calma.
Ahora, los mismos plutócratas que boicotearon a Trump y trataron de ‘cancelarlo’, han corrido a implorar su perdón, mediante donaciones millonarias a su fiesta de inauguración. Y varias de las mayores empresas que aplicaban los criterios DEI (diversidad, inclusión y equidad) en sus plantillas y productos están renunciando a ellos. ¿Termina la ‘tontería woke’?
Después de las elecciones, Trump y el Partido Republicano controlan la Presidencia y las dos Cámaras del Parlamento; y, a diferencia del PP español, van a aplicar sus políticas. Un anticipo de ello ha sido la aprobación hace unos días de la ley federal que prohíbe la participación de deportistas nacidos varones en los deportes femeninos. Aparte del plano institucional, el nuevo presidente tiene enfrente a una oposición desmoralizada, no sólo por la derrota, sino por la herencia de los últimos cuatro años.
Biden hunde su partido
Biden deja un país con unas clases medias y bajas empobrecidas por la inflación, hundido en el ridículo en política exterior debido a la vergonzosa retirada de Afganistán, con la mayor deuda pública de la historia y más dividido que cuando accedió a la Casa Blanca.
Mark Zuckerberg confirmó lo que otros mandamases de las ‘big tech’ como Jack Welch ya habían confesado: la Administración de Biden aplicó la censura en las redes sociales y, encima, sobre hechos verdaderos. La ‘teoría de la conspiración’ que sostenía que el Gobierno federal, las multinacionales y los verificadores actuaban de consuno para cortar la libertad de expresión ha resultado ser cierta. En el mismo sentido va el informe sobre el covid aprobado por la Cámara de Representantes, que subraya la inutilidad y el carácter anticientífico de medidas como la distancia social, la vacunación y las mascarillas.
Además, Biden ha concedido millares de indultos a todo tipo de delincuentes. Uno de los favorecidos ha sido su hijo Hunter, por delitos cometidos desde 2014, cuando su padre era vicepresidente. Biden había repetido numerosas veces que él no emplearía su privilegio para librar a Hunter de castigo. Los demócratas y sus tertulianos han advertido desde hace años sobre el peligro de un Trump que manipularía las leyes para concederse impunidad a sí mismo y a sus partidarios, ¡y quien lo hace es Biden!
Por si fuera poco todo lo anterior, el ‘devoto católico’ según la prensa clerical, otorgó la Medalla de la Libertad al multimillonario George Soros, conocido financiador de candidatos y de fundaciones y asociaciones en Occidente adheridos a su agenda política, que incluye la supresión de límites al aborto y a la inmigración.
En resumen, el Partido Demócrata comienza el segundo mandato de Trump con todo su crédito arruinado. El crédito moral por la conducta del presidente saliente, a la que se ha unido la incompetencia de los gobernantes demócratas de California en la lucha contra los incendios forestales que están arrasando la joya del progresismo. Y el crédito económico, por la calamitosa campaña de Kamala Harris, que derrochó 1.600 millones de dólares en cien días.
A Biden, quienes eran sus admiradores, desde el economista Paul Krugman al actor George Clooney, se atrevieron a calificarle como uno de los mejores presidentes de Estados Unidos, a la vez que le exigían su renuncia a la reelección. Sin embargo, su busto no se colocará junto a los de Reagan, Roosevelt, o Eisenhower, sino al de otro nefasto demócrata: Jimmy Carter. Aunque al menos éste no indultó a ningún hijo ladrón, putero y drogadicto.
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