Lo de Pedro Sánchez y sus ínfulas desmedidas es de psicoanalista. Los feos constantes del presidente del Gobierno al jefe de Estado alcanzaron su cumbre el pasado lunes, cuando el jefe del Ejecutivo fue incapaz de colocarse, como manda el protocolo, un paso detrás del Rey e, incluso, subió antes que el monarca al tren durante el viaje inaugural del AVE que cubre la ruta Madrid-Murcia. Ante la mirada atónita de Felipe VI, Sánchez se apresuró a subir el primero al vagón. Ya en el desfile del 12 de octubre, Sánchez obligó a los Reyes a esperarle dentro del coche porque el presidente llegó el último al acto. Moncloa, está claro, ha decidido saltarse los protocolos sobre el orden jerárquico de las autoridades, colocando a Pedro Sánchez antes que a Felipe VI, como lo demuestra el hecho de que en la redacción de la nota de prensa sobre el acto del AVE, la Secretaría de Estado de Comunicación decidiera también poner por delante al presidente.

La nota de Moncloa, en el colmo de la descortesía, incluso baja al Rey al escalón de los ministros del Gobierno, al asegurar textualmente que Sánchez  «junto al rey Felipe VI y la ministra de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, Raquel Sánchez, entre otras autoridades…». Como puede apreciarse, no sólo degrada en el protocolo al Jefe del Estado, sino que, además, escribe «rey» en minúscula, cambiando la forma que se utilizaba cuando gobernaba Mariano Rey en la que Don Felipe era el «Rey». Parece que Pedro Sánchez, en el colmo del narcisismo, no acepta el orden de autoridades previsto en el Real Decreto sobre Ordenamiento General de Precedencias en el Estado. En él se establece que en los actos oficiales «regirá la precedencia siguiente», tanto en saludos como en citas de instituciones oficiales -como Moncloa-: Rey o Reina, Reina consorte, príncipe o princesa de Asturias, infantes de España, presidente del Gobierno. Es decir, Sánchez ocupa el quinto lugar de prevalencia.

La vanidad de este tipo es tal que no soporta estar por debajo ni por detrás del Rey. Y se le nota tanto que resulta patético su afán de protagonismo.