Cuando yo era pequeñito no había presidentes así

Cuando yo era pequeñito no había presidentes así
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

De Franco apenas albergo recuerdos porque se fue para el otro barrio cuando yo tenía siete años y no demasiado uso de razón. Mi cerebro sí tiene nítidamente interiorizado aquel 20 de noviembre de 1975 por prosaicas razones: porque en la radio sólo se escuchaba insufrible música militar y, sobre todo y por encima de todo, porque nos dieron nueve días de vacaciones, tantos como jornadas de luto hubo. Una auténtica maravilla. Como quiera que ni sabía quién era ni me interesaba aquel abuelito, opté por pasármelo en grande mientras media España y parte de la otra lloraban al difunto. No fue el caso de mis progenitores: mi padre, porque el régimen siempre le pareció intelectualmente despreciable, y mi madre porque era del PNV, con lo cual sobran mayores explicaciones. Aquella semana y dos días la empleé en cuatro actividades: fútbol, pillerías, solaz y poco estudio. España se paró. Yo también pero a mi infantil manera.

Mi imaginario, pues, se limita al periodo democrático. Muy vivas tengo dentro de mí escenas de esa Transición en la que la felicidad por construir algo nuevo se centraba en la Unión de Centro Democrático a la que votaba mi padre y en el Adolfo Suárez del “puedo prometer y prometo”. En aquella etapa y en las subsiguientes las cosas no eran como ahora…

—Cuando yo era pequeñito los presidentes no osaban mentir porque sabían que si algo estaba castigado entonces era el embuste, la patraña, lo que ahora denominamos “bulo”. Un Pinocho de la vida o un enfermo de la trola modelo Pedro Sánchez tendría vedado el acceso al servicio público por esa elemental objeción. En la Transición, el político que mentía acababa en la calle en menos de lo que cantaba un gallo porque el honor a la palabra dada y el ajuste verbal a los hechos constituían algo sagrado.

—Cuando yo era pequeñito hubiera sido física y metafísicamente imposible que un tipo que hubiera robado una tesis fuera siquiera el botones de un Ministerio de Marina que, no es broma, existía. Pedro Sánchez contaría con entre cero y ninguna posibilidades de hacer carrera en la cosa democrática no sólo por haber defendido la tesis que le hizo otro sino porque su currículum ya era de por sí una birria. En la UCD los abogados del Estado, técnicos comerciales, ingenieros navales, arquitectos, médicos de postín o catedráticos de toda ralea se contaban por centenares.

Antes los presidentes no osaban mentir porque sabían que si algo estaba castigado era el embuste, la patraña, lo que ahora denominamos “bulo”

—Cuando yo era pequeñito los políticos hacían un uso moderado, austero, cuasivergonzoso diría yo, del patrimonio público. Empleaban los jet de la Fuerza Aérea, Mystère entonces, Falcon ahora, para asuntos serios no para irse a ver un concierto de The Killers, como nuestro protagonista, ni para deleitarse con las sensaciones de la época, Julio Iglesias, Camilo Sesto, Triana o Tequila. Para menesteres personales iban en transporte público, con cuatro o cinco escoltas por aquello del terrorismo etarra, pero en transporte público. Tres cuartos de lo mismo sucedía con Doñana y demás fincas del Patrimonio del Estado: las usaban con cuentagotas no por el qué dirán sino por respeto a los más elementales principios éticos que llevaban incrustados en el ADN.

—Cuando yo era pequeñito los o las consortes del presidente y los ministros o ministras jamás osaban emplear al marido o a la mujer para hacer un negociete privado o para vivir a cuenta del erario. Es más, apenas hacían viajes oficiales. Nada que ver con este Pedro Sánchez que se ha llevado a su pareja, Begoña Gómez, de viaje oficial esta semana a África, donde casualmente la susodicha tiene buena parte de sus business.

—Cuando yo era pequeñito las compañeras de los presidentes bien se dedicaban a lo que machistoidamente se denominaba “sus labores”, caso de Amparo Illana —Adolfo— y Pilar Ibáñez-Martín —Calvo-Sotelo—, o continuaban con absoluta normalidad con su profesión. Este último fue el caso de Carmen Romero, la mujer de Felipe González, que tras la llegada a Moncloa prosiguió sus tareas como docente en un instituto madrileño por muchos problemas de seguridad que ocasionase en una etapa en la que ETA asesinaba entre 80 y 100 personas al año. Creo recordar que Ana Botella continuó ejerciendo como técnico de Administración Civil (TAC) cuando su marido había coronado las más altas cumbres de la política. A ninguna de ellas la enchufaron en empresa alguna, cosa que sí hizo Sánchez con Begoña Gómez en el IE, ni desde luego la hicieron catedrática por la patilla y encima sin ostentar licenciatura alguna.

—Cuando yo era pequeñito un presidente tenía claro que ETA era la mala y la Policía, la Guardia Civil y el Ejército los buenos. Salvo demencia insalvable, ningún inquilino de Moncloa se hubiera atrevido a acoger como socios de gobernabilidad a los dirigentes de Herri Batasuna y no digamos ya a los jefes de la banda terrorista, como sí ha hecho Sánchez con la repugnante Bildu de los pistoleros Arnaldo Otegi y David Pla. Es más, a un presidente así le hubieran metido una moción de censura sus propios correligionarios que lo hubieran dejado turulato. Tanto Suárez, como Calvo-Sotelo, como Felipe González y evidentemente Aznar combatieron con todas sus fuerzas a los terroristas, satélites políticos incluidos. En el caso del tercero, cierto es, vulnerando la ley con los GAL.

Pedro Sánchez permite que Pere Aragonés se cisque en una sentencia firme. Mejor dicho, colabora en ese mix de desacato y prevaricación

—Cuando yo era pequeñito a los presidentes ni se les pasaba por la cabeza urdir legislaciones censoras, entre otras razones, porque se los hubieran comido con patatas y porque el recuerdo de la dictadura estaba demasiado próximo como para efectuar experimentos con champán. Borradores de proyectos de ley como el que esbozó este Gobierno para, con la excusa de perseguir las fake news, anular las opiniones disidentes, no hubieran pasado de ser el sueño calenturiento de una noche de verano. Un Suárez o un Felipe se dedicaban directamente a intentar seducir a los periodistas críticos. El gran político socialista sólo cruzó la raya cuando El Mundo destapó el caso GAL.

—Cuando yo era pequeñito se perpetró un golpe de Estado el 23 de febrero de 1981 y sus tres responsables, no así el Elefante Blanco, que también ahí se fue de rositas, acabaron en la trena. Hasta ahí la única parcial coincidencia con esta lamentable era Sánchez. La gran diferencia estriba en la aplicación de las medidas de gracia. El gran símbolo de esa asonada, Antonio Tejero, reclamó el indulto en no menos de cinco ocasiones, tantas como “noes” recibió por respuesta. Tres cuartos de lo mismo le pasó a Jaime Milans del Bosch que, al igual que el primero, cumplió toda la pena y si salió antes de la cárcel fue por la estricta e igualitaria aplicación de los beneficios penitenciarios. Sí se otorgó el perdón a Alfonso Armada, no sé si por su cercanía a Don Juan Carlos, había sido el número 2 de la Casa del Rey, o porque eran ciertos los motivos de salud esgrimidos. Nada que ver con los concedidos a todos y cada uno de los barandas del levantamiento de 2017 en Cataluña por su tronco Pedro Sánchez. Como nada tuvieron que ver las sanciones del 23-F, de tres décadas para dos de los cabecillas y dos y media para el tercero, con las de los gerifaltes de un 1-O en el que quien más pena recibió fue Junqueras, 13 años. Claro que en el primer caso los castigos impuestos fueron por rebelión y en el segundo por sedición.

—Cuando yo era pequeñito en Cataluña se podía estudiar en español y, desde luego, los gobiernos centrales no eran cómplices de la Generalitat en el incumplimiento de los fallos judiciales en lo que representa una nada controlada explosión de ese principio de separación de poderes consustancial a cualquier democracia. Entonces los padres podían elegir la lengua vehicular de sus hijos allí, en Navarra, en el País Vasco, en la Comunidad Valenciana y en Baleares. Ahora, no, gracias básicamente a la complicidad de Pedro Sánchez con golpistas, terroristas e independentistas varios. El todavía presidente del Gobierno permite que el tal Pere Aragonés se cisque en una sentencia firme. Mejor dicho, colabora en ese mix de desacato y prevaricación.

—Cuando yo era pequeñito 12 de los 20 vocales del Consejo General del Poder Judicial los elegían jueces, más que nada, porque era y es lo que prescribe esa Carta Magna que el PSOE transformó en papel mojado con el golpe de Estado judicial de 1985. Parafraseando a Gallardón, hay que colegir que hasta entonces no se producía “el obsceno espectáculo que supone que los políticos elijan a los magistrados que luego los tienen que juzgar”. De entonces a esta parte, las zarpas de los partidos pervierten la independencia judicial.

Antes la presión fiscal era razonable, nada que ver con la de ahora: en cinco años se han subido 47 figuras fiscales que se dice pronto

—Cuando yo era pequeñito y no tan pequeñito La Moncloa no hacía manitas con delincuentes ni con partidos golpistas o terroristas. Tampoco cambiaba el Código Penal para que el acto más grave que se puede ejecutar contra un Estado, un golpe, se rebajase penalmente. Los presidentes no sólo respetaban a los otros poderes sino que si podían endurecían las penas para todo aquél que se desenmascarase como enemigo del poder democráticamente establecido. Igualitos que Pedro Sánchez.

—Cuando yo era pequeñito y no tan pequeñito los presidentes no encendían esa mecha tan peligrosa del enfrentamiento civil “ricos-pobres” sino que empeñaban todas sus fuerzas en fortalecer esa clase media que en la España moderna hizo de amortiguador social.

—Cuando yo era pequeñito y no tan pequeñito en Moncloa se tenía meridianamente claro que Marruecos era un estado aliado por aquello de la realpolitik y que el Frente Polisario era una banda terrorista que, entre otras sangrientas actividades, asesinaba pescadores y ametrallaba pesqueros canarios como si no hubiera un mañana. Nada que ver con un Sánchez que primero se acostó con los segundos y acabó genuflexo ante los primeros, seguramente porque en el móvil que le pincharon había petróleo y del bueno.

—Cuando yo era pequeñito y no tan pequeñito la presión fiscal era razonable, nada que ver con la de ahora: en cinco años se han subido 47 figuras fiscales que se dice pronto. Claro que en aquellos tiempos no se perseguía a las grandes empresas nacionales, básicamente, porque se entendía que hacerlo era pegarte un tiro en las partes pudendas por aquello de que en sus manos estaba buena parte del PIB.

En fin, que cuando yo era pequeñito y no tan pequeñito los políticos tenían decencia o eran más decentes, mentían menos de lo justito, respetaban la Constitución, no intentaban asaltar los otros poderes del Estado, no se liaban con terroristas o tejeritos, no incurrían en conflictos de intereses, no indultaban a delincuentes políticos, impedían la dictadura lingüística, no nos robaban vía exacciones el dinero que habíamos ganado honradamente y eran Dios intelectualmente hablando al lado de los membrillos que, salvo honrosas excepciones, nos gobiernan en estos momentos. Conclusión: en política cualquier tiempo pasado fue mejor. Y cualquier presidente, incluido ese Zapatero que creíamos inempeorable, Cristiano Ronaldo o Leo Messi al lado de este psicopático tuercebotas.

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