Opinión

Cuando la patria es el partido

Si un milagro no lo remedia, Francina Armengol va a celebrar en 2023 su octavo aniversario como presidenta de la autonomía balear. Nadie, salvo tal vez Gabriel Cañellas, habrá atesorado en 2023 el currículum político de Armengol desde la instauración de la autonomía en 1983. Es un dato, sin lugar a dudas, relevante, máxime cuando Armengol no ha dejado de perder una elección tras otra cuando se ha enfrentado a las urnas. La farmacéutica es el fruto de un sistema electoral que impide la circulación de las élites a pesar de sus continuos reveses electorales. Un sistema donde vencer elecciones internas entre una militancia agradecida y paniguada es más decisivo para la carrera política de uno que vencer en unas elecciones generales entre todos los ciudadanos.

En 1999 Armengol se presentó como alcaldable en Inca y sufrió una humillante derrota frente a Pere Rotger: 20,5% de los votos frente al 56,9% de Rotger. En 2007 Armengol, con el bipartidismo todavía pujante, se presentó como candidata al Consell de Mallorca y fue arrasada por Rosa Estarás: logró el 30,2 % de los votos (¡su mejor resultado personal en toda su carrera!) por los 45,7% de la valldemossina. En 2011 repitió como candidata al Consell y sólo pudo obtener el 23,6% frente a María Salom que la duplicó en votos (46,1%). En 2015, ya como candidata a la presidencia del Govern, descendió a los infiernos con un raquítico 19% de los votos. José Ramón Bauzá, el “perdedor”, la superó en casi diez puntos.

Armengol llegaba a 2019 como candidata al Govern por segunda vez con este exitoso historial: cuatro derrotas por goleada y con apoyos declinantes. A la quinta fue la vencida. En 2019, tras cuatro años en el Consolat de Mar, ganaba por fin unos comicios con un discreto 27,3% de los votos frente a Gabriel Company (22,2%). La cuestión es cómo alguien que ha perdido reiteradamente unos comicios tras otros, en las municipales, en las insulares y en las autonómicas, no ha visto truncada su carrera política antes de ganar, y no de forma aplastante, sus primeros comicios.

Una trayectoria política semejante sólo se explica por un nefasto sistema electoral que premia a los perdedores en las urnas, a quienes permite luego gobernar gracias a alianzas inverosímiles con los demás perdedores con el único objeto de desalojar del poder al único ganador, en Baleares, el Partido Popular concretamente. Armengol gobernó el Consell de Mallorca tras haber fracasado en las urnas en 2007 y ocupó el Consolat de Mar tras otra morrocotuda derrota en 2015, con el 19% de los votos.

El sistema electoral español, en lugar de expulsar de la política a fracasados como Armengol, como ocurre en prácticamente todas las democracias del mundo que medianamente funcionan, les permite resistir y sobrevivir. En efecto, el hecho de alcanzar el poder pese a haber perdido claramente en las urnas se vende a la opinión pública como un “triunfo electoral” y hace muy difícil que la propia militancia, la principal beneficiaria del spoil system, pase cuentas a quien le va a asegurar su puesto de trabajo en los próximos cuatro años.

Una vez logrado el objetivo de ocupar el poder a toda costa, todo el monte es orégano para la compraventa de voluntades dentro del partido. Durante sus mandatos al frente del Consell y del Govern, Armengol no hizo más que afianzar su poder dentro del PSIB desde la marcha de un amortizado Antich, otro perdedor triunfante como ella. Armengol es la viva esencia del superviviente (22 años ocupando cargos al más alto nivel) que, gracias al control férreo de su formación, medrando dentro del partido y venciendo sólo elecciones internas, puede aspirar a lo más alto a pesar del rechazo reiterado de los ciudadanos. En efecto, si Armengol es una superviviente nata lo es porque se ha rodeado de una corte de supervivientes que le deben el puesto. Y lo es también porque, en un segundo y tercer nivel de la Administración, son pocos los militantes socialistas que puedan quejarse del trato de favor cuando su partido ocupa el poder.

Ningún partido ha interpretado mejor en España el sistema de partidos como el PSOE. La política es una guerra con otros medios pero nunca ha dejado de ser una guerra. Y una guerra no puede ganarse si abandonas a tus heridos o tus muertos en esta batalla feroz que es la política. A diferencia de otros partidos, como Més y sobre todo el PP, que se avergüenzan de sus imputados a los que dejan de lado cuando un escándalo les salpica, el PSIB nunca ha dejado de echar una mano a los suyos cuando vienen mal dadas, aunque se tenga que justificar lo injustificable y se tenga que tragar un sapo tras otro. Ahí tenemos la reciente patada hacia arriba al director del IMAS, responsable político del escándalo de las menores tuteladas, o la defensa numantina de Antonio Manchado y José Antonio Santos en el caso Multimedia.

El PSOE se comporta siempre como el padre del hijo pródigo de los Evangelios que nunca abandona a su suerte a sus hijos díscolos o extraviados o simplemente a quienes no han brillado precisamente en sus labores de gestión al frente de consejerías y direcciones generales, llevando a la formación a estruendosas derrotas electorales. Sus elites, por amortizadas que estén, saltan de bicoca en bicoca sin solución de continuidad. Carlos Manera, después de dejar la autonomía balear casi en la quiebra en 2011, es recompensado con una canonjía en el Consell Econòmic i Social y, luego, elegido asesor del Banco de España. A su pupilo Joan Rosselló, director general de presupuestos a las órdenes de Manera, se le premia con el cargo de síndico mayor de la Sindicatura con un salario que ronda los 100.000 euros anuales. A Aina Calvo, tras su suspenso electoral como alcaldesa en 2011 frente a Mateu Isern, la colocan en cuanto tienen ocasión como directora de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo y luego como delegada del Gobierno en Baleares.

En 2011 Catalina Cladera, de la mano de Carbonero, dejó el IBAVI en la ruina después de prometer miles de viviendas de protección oficial: era la antesala de una impresionante carrera política como consejera de hacienda del Govern primero y luego presidenta del Consell de Mallorca después. La desastrosa gestión de Joan Ferrer al frente de movilidad en el Ayuntamiento de Palma durante la pasada legislatura es premiada con un mullido sillón en el Parlamento balear. Para Marc Pons el suspenso de la reválida en su gestión como presidente del Consell de Menorca en las urnas de 2011 sólo fue un primer escalón para una carrera rutilante en el Govern antes de, amortizado su capital político, consolarle con el cargo de director de gabinete de un ministerio en Madrid. A Iago Negueruela, dejar en 2011 el SOIB hecho unos zorros sólo fue el acostumbrado preludio de una carrera fulgurante que de momento no tiene visos de interrumpirse. Isabel Oliver, tras su paso como consejera de Turismo sin competencias en el Consell de Armengol, repitió como diputada balear, para después ocupar la secretaría de Estado de Turismo antes de formar parte de la Organización Mundial de Turismo en la que habita ahora. Los ejemplos son innumerables. El PSIB nunca deja tirados a los suyos y siempre les agradece los servicios prestados. Siempre.

La esclerosis socialista se manifiesta igualmente en la facilidad de algunos hijos con apellido ilustre para hacer carrera política. Es el caso de Silvia Cano, hija de Antonio Cano, histórico dirigente socialista en el Calvià de Margarita Nájera. O el del diputado Carlos Bona, hijo del catedrático Carlos Bona, quien disputara en su día unas primarias internas a Armengol. O el de Pablo Martín, hijo de José Luis Martín Peregrín, que llegó a diputado nacional. O el de Pere Josep Pons, hijo del histórico Damià Ferrà-Ponç, ahora diputado nacional. El PSIB es como una segunda familia y, en algunos casos, como la mejor familia del mundo.

La falta de circulación de las oligarquías partidistas hace que muy pocos fuera de la política, que por sus trayectorias profesionales, su excelencia en la gestión o su competencia jurídica y técnica sí podrían aportar algo, quieran acercarse a ella. Basta comparar la composición del primer Parlamento balear de 1983 con el actual. La falta de renovación de las cúpulas partidistas, y que alcanza su zénit en el caso del PSIB, explica el grado de corrupción ideológica que ha experimentado el PSOE en general, que con tal de alcanzar y mantener el poder, se ha visto obligado a renunciar al discurso propio y de vocación mayoritaria de los años ochenta y primeros de los noventa para echarse en brazos de nacionalistas, uemitas, comunistas o podemitas. El efecto ha sido contaminar estratégica e ideológicamente a los socialistas hasta el punto de radicalizar a su propia militancia que difícilmente puede reconocerse a sí misma.

A mi modo de ver, esta cuesta abajo que parece no tener fin responde a un origen clarísimo: un sistema electoral que, en lugar de premiar al vencedor, premia a los perdedores dispuestos a renunciar a su discurso con tal de alcanzar el poder. En definitiva, a quienes acaban convirtiendo a su partido en su única y verdadera patria. La única esperanza sería cambiar la ley electoral y de paso aprovechar la ocasión para corregir la sobrerrepresentación actual de Menorca a costa de Mallorca y, sobre todo, de Ibiza. Una decisión que depende del Parlamento balear y no de Madrid y que, en cualquier caso, difícilmente partirá de quienes se han aprovechado más de ella: los socialistas y sus socios preferentes. Renunciar a parte de su poder es lo que hicieron las elites franquistas en la Transición. Difícilmente lo harán las socialistas. No caerá esa breva.