Crónicas pomposas
En estos días en los que sentimos que por fin estamos saliendo del oscuro túnel, una pasea por la vida con una actitud diferente. Se han relajado las expectativas, las ilusiones, las competencias y las acritudes. El ambiente general es más apacible, como un renacer inesperado. Con esta disposición he acudido a varios actos esta semana y he percibido otros desde el patio de butacas. Así me han contado que discurrió la última boda en Liria. El conde de Osorno, que lleva en su lomo un trocito de nuestra historia, se ha casado con una jovencita tan guapa como discreta. Es digno de elogiar el buen gusto de los dos hijos del duque de Alba. El título que ostenta el recién casado fue otorgado por el Rey Juan II de Castilla a Gabriel Manrique en 1445 “para siempre jamás”. Casi seis siglos de historia de España que van a seguir por un buen curso, a tenor de las apariencias. Ojalá que así sea.
No puedo ser tan optimista con otros asuntos más vinculados a la política actual. Decidí acudir el pasado jueves a una conferencia que daba el que fuera presidente de la Junta de Andalucía, José Rodríguez de la Borbolla. Puedo prometer y prometo que acudí con un talante abierto, quería descubrir el personaje por mí misma. Aguanté estoicamente unos cuarenta minutos en los que el profesor y político hacía un amago de clase de historia, dando bandazos de un dato a otro de forma tan inconexa como preocupante. Pero no se crean que hablaba de la actualidad, ni por asomo, ni del siglo XX, tampoco, ni del XIX, ¡ojalá! Se remontó al siglo XV y se dedicó a dar tumbos por Alemania, Italia, contó sus paseos en Vespa y no sé cuántas historias más que yo no alcanzaba a comprender. Finalmente, y sintiéndolo mucho porque entiendo lo que puede doler una estampida como la mía, mi acompañante y yo abandonamos la sala en busca de alguna rubia que tragar para olvidar semejante sermón de pacotilla.
Fui también valiente al enfrentarme el sábado por la noche a la entrevista que le hizo el periodista Iñaki López, del que soy muy fan, a la ministra Montero. ¿Cuál de las dos?, se preguntará alguno. La andaluza, la otra parece que se esfumó cuando su protector decidió definitivamente ejercer de burgués adinerado y retirarse a cuidar sus fincas y su aspecto. Ver, oír, intentar comprender a esta mujer puede llevar al paraxonismo. No voy a entrar en detalles, porque una escribe con cierta paz y serenidad que no quiere perder; así que me limitaré a decir que conviene escuchar bien las preguntas que hace un entrevistador para responderlas. No se trata de hacer un mitin político en cada esquina sin orden ni concierto. La sonrisita que cerraba cada intervención era tan dolorosa a la vista como el tono de su voz, su aspecto, sus movimientos y sus recónditos nervios. La deficiencia misma. Parecía que la cabeza iba a empezar a dar vueltas en cualquier momento, lanzando órdagos a la desesperada.
Para recuperar el buen tono con el que empecé este artículo, volveré de nuevo la vista a la naturaleza andaluza, en un intento de salvar lo que también es mío. He estado el fin de semana en Cazalla de la Sierra, un pueblecito delicioso en la Sierra Norte de Sevilla. Este municipio español es un prodigio de buen gusto. Está catalogado como BIC (Bien de Interés Cultural) mediante Decreto de la Junta de Andalucía desde 2002. En un enclave natural privilegiado, el pueblo ha mantenido una estética pura, limpia, homogénea, deliciosa que rezuma sinceridad, integridad y saneamiento. Sube el ánimo ver pedacitos de España con tanta idiosincrasia e historia, tan cuidados como valorados por sus propios habitantes. Tiene un monasterio cartujo que es la guinda para conseguir la serenidad espiritual en la visita a este enclave andaluz. Como les decía, la salida del túnel debemos afrontarla así, disfrutando de cada cosa, con una actitud pausada. Somos afortunados, seguimos aquí.