Crónica enmascarada
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Faustina es dueña de una enorme inteligencia intuitiva y de una bondad desprovista de prejuicios. Es de las que cree que el sufrimiento es marca del artista. Carece de una piel que la proteja de la psique, que le ayude a soportar determinados comportamientos, groserías y personas. Si leyera más, y otras cosas que no fueran Proust, sería más fuerte, estaría mejor estructurada. Sin embargo, esa extremada sensibilidad me va a servir a mí para analizar, a través de sus ojos, algunos de los acontecimientos que han sucedido estos días en el sur de España.
Tras la súbita alegría por el triunfo de la moderación, la sensatez y el decoro en el gobierno andaluz, hemos tenido que padecer demasiado tiempo los análisis relinchantes de caballos de carga que pretenden, a duras penas, pasar por animales de carrera con bellas crines al viento. Que si los andaluces son así, que si quieren esto, que si allí abajo ni la espada desnuda de Orión; pero, por favor, qué sabrán todos ustedes de lo que nosotros queremos, somos o anhelamos. Sus comentarios de rojo hocico no hacen más que demostrar que nos miran por encima del hombro, ya está bien de tanta hipocresía. Es todo mucho más fácil. El resultado de las elecciones tiene dos patas: el buen hacer del presidente Moreno y el ansia generalizada de que desaparezca del mapa cualquier sombra del fantasmagórico “ken” y sus juegos sádicos. Y, a partir de ahí, sólo queda mirar para adelante y seguir con nuestra vida. Fin del show.
Me habla también Faustina de amor. “Lo malo de morirte de amor es que no te mueres”, decía Sabina. Yo de estas cosas sé poco ya. Me enamoré cuando debí hacerlo y ahora ese estado emocional lo vivo a través de mis hijos, que suben y bajan con la facilidad propia de la adolescencia de ese vagón de la alegría que se siente cuando uno está poderosamente atraído por otro. Sin embargo, Faustina es enamoradiza a pesar de su edad. Se describe a sí misma como una coleccionista de instrumentos de tortura. Es una esteta sutil que convierte sus historias en ficciones íntimas que le dan tanto placer como dolor. El caso es sentir y, en eso, ella es una gran maestra. Bastante poco le importa si lo que ella siente coincide con la realidad. El agua brota a nuestro lado profusamente, mientras me confiesa todo esto, brota de los ojos de los cisnes, del pecho de las palomas, de los labios de los sátiros, de muchos puntos de las máscaras. Es tan bonito el entorno y tan mágico que no es apto para todos los públicos, siento que la mayoría de ustedes se lo pierdan.
Volviendo a la actualidad, me cuenta Faustina que estuvo el pasado jueves en la inauguración de un nuevo museo español. Me alegró la noticia. Es el templo de una pareja que ha gozado de un éxito arrollador con su moda hecha en Sevilla, inspirada en las vivencias más entrañables y cotidianas. Fueron de los primeros españoles en comprender que los consumidores sucumbían mejor ante las marcas que establecían con ellos relaciones emocionales, y hablamos de los años setenta del siglo pasado. Su religiosidad recalcitrante pervive representada en una tradición imaginera tan barroca como la esencia misma de este artículo. “Ellos han hecho moda, llevándola a la cima internacional, de lo que se ha identificado con España durante siglos, vestidos para cualquier mujer del mundo que quisiera oler a Sevilla, saber a Sevilla y sentir como una sevillana”. “Pero, ¿eso es posible?”, pregunto sorprendida. “Clara, parece que no tienes ni una gota de sangre. Hazme un favor, léete su libro antes de ir a ver este nuevo museo. Se titula así: Victorio&Lucchino, arte y seducción. Lo bautizaron ellos y a la escritora le pareció bien. El prólogo es de un showman muy conocido: Boris Izaguirre”.
Volviendo a la actualidad política, Faustina me dijo que celebraba la decisión estadounidense de frenar ese genocidio del siglo XXI que se oculta detrás de la liberación desatada del aborto, confundiendo a las jóvenes y demoliendo conciencias sine die. Me dijo también que ver bailar a la tal Oltra en la televisión le había provocado serias náuseas y mareos, y que era un retroceso enorme para la civilización humana, que seres así tengan el más mínimo rastro de poder. “No es posible que nos metan a todos en el mismo cajón, sin que haya matices”. Quizás tenga razón. Yo apuesto por el sentido común como un rasgo definitorio. Lo de arrebatarse a través de los sentidos habrá que discutirlo, preguntaremos a Faustina, que es ella una verdadera hembra tan refinada como salvaje, tan execrable como exquisita. Parece tan sencillo como interpretar correctamente la ley de la naturaleza. Les iré contando, tenemos todo un verano por delante.
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