La crisis feroz y el ‘coco’ de Vox

La crisis feroz y el 'coco' de Vox
La crisis feroz y el 'coco' de Vox.

Al parecer, según la ecuánime prensa progresista, el partido que defiende practicar el canibalismo con los infantes y la violación impune de las mujeres ya manda en un trozo de España por primera vez desde el final de la dictadura. Ese partido se llama Vox y forma parte del Gobierno de Castilla y León con el beneplácito del nuevo presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, el gallego que aparentaba moderado, pero que nos ha salido rana.

Ante tal afrenta a la normalidad democrática, Sánchez ha puesto en pie de guerra a toda la artillería mediática para evitar los presuntos destrozos que puede causar la presencia de los hombres de Abascal en el Ejecutivo autonómico. Se acusa a Vox de ser reaccionario, populista, antifeminista, negacionista del cambio climático y dispuesto a acabar si puede con las autonomías. La mayoría de estas etiquetas son falsas, y la prueba de que tengo razón es que Vox, que representa ya a un 20% del electorado de la nación,  es percibido por la mayoría de la opinión pública con una absoluta normalidad y que la estrategia de alertar a la población sobre «que viene el coco» tiene cada vez menos recorrido.

Ahora que Marine Le Pen ha obtenido la segunda posición en las elecciones francesas y que muchos analistas tratan de establecer comparaciones entre los dos partidos, lo cierto es que estas son muy limitadas.

Vox es crítico con el funcionamiento de la Unión Europea, que cree con razón que está dominada por el consenso socialdemócrata, pero nunca, que yo sepa, se ha pronunciado en favor de retirarse del club ni tampoco de salir de la OTAN, como si ha hecho Le Pen; ni tampoco hay rastro de que Putin financie a Abascal, que está claramente en contra de la invasión de Ucrania. Estas constituyen diferencias trascendentales entre las dos formaciones, y son aún más radicales en lo que se refiere a la política económica. El partido de Le Pen es profundamente antiliberal y marcadamente proteccionista, es decir, contrario al mercado. No es el caso en absoluto de Vox, cuyas ideas al respecto son muy similares a las del PP en el sentido de reducir el gasto público, recortar los impuestos y fomentar al máximo la competencia. Vox no se ha manifestado nunca, que me conste en contra de la globalización y sus efectos, siempre positivos en el largo plazo, sino de lo que ellos llaman globalismo, entendido este como el debilitamiento de los estados nación en favor de estructuras burocráticas presididas inalterablemente de nuevo por el consenso socialdemócrata y contrarias a la sagrada soberanía nacional en cuestiones tan básicas como el modelo de país y la mejor manera de defender su cultura y sus fronteras según la decisión democrática de los votantes, como ha sucedido en el caso de Hungría, de Polonia y de otros.

No hay nada que yo haya apreciado en el ideario de Vox que atente contra la Constitución -salvo que así se considere la posibilidad de reformar algunos de sus aspectos por los procedimientos legales establecidos- mientras en el caso de Podemos todo rechina en contra del sistema y de la esencia del régimen democrático, lo mismo que sucede con los independentistas catalanes o los filoetarras de Bildu. Estos partidos sí que son excluyentes. Persiguen establecer cordones sanitarios para detener al adversario y, al contrario del progresismo que postulan, son esencialmente retrógrados porque ninguna de sus propuestas son eficaces para alcanzar la prosperidad general.

Los planteamientos de Vox, por mucho que la izquierda diga lo contrario, persiguen en muchos casos reintegrar derechos anulados durante los gobiernos de Zapatero y ahora de Sánchez. Así, por ejemplo, la igualdad ante la ley de los varones, que la radical discriminación positiva en favor de las mujeres impide, o simplemente la libertad de opinión de las mujeres que apostatan del feminismo recalcitrante y que hoy son debeladas en las tribunas de opinión pública.

Por fortuna, el presidente de Castilla y León, el popular Alfonso Fernández Mañueco, aseguró en su acto de investidura que estaba dispuesto a cogobernar con Vox sin ninguna clase de complejo. Me parece que ha entendido a la perfección que la intensa presión política y mediática para condicionarlo ya solo provoca indiferencia entre la mayoría de los ciudadanos; que sólo busca amedrentarlo, cohibirlo, y que en el fondo es la demostración de una hipocresía y de un cinismo colosales. Su alusión a la necesidad de una educación libre de todo adoctrinamiento ideológico es más oportuna que nunca, cuando Sánchez ultima el descabello de cualquier atisbo de una enseñanza de calidad y de una instrucción al servicio de una formación cabal y lo más excelente posible de nuestros jóvenes. Su referencia a que la inmigración sea legal y ordenada es una señal del más elemental sentido común si queremos seguir reconociendo a nuestra nación en el futuro, algo que ya está en peligro en Francia e incluso en el Reino Unido. Esto no es la música ultra de la que hablan los progres. Es la música que debería oírse cada vez más por todos los rincones de España.

Sería estupendo que Feijóo abrazara estas causas; un gesto de reconciliación con esa gran parte de sus votantes que comparten los postulados de Vox en tantos aspectos. Que estuviera mañana presente en la toma de posesión de Mañueco, algo que no se va a producir, sería un importante indicio de que no está dispuesto a que Sánchez y sus corifeos mediáticos le marquen la agenda ni se arroguen la facultad de decidir sobre la limpieza de su árbol genealógico.

Aquí en España, el PP tiene anti si una cuestión crucial, dice la ecuánime prensa zurda: aliarse con los ultras para ganar a la izquierda y recuperar el poder a cualquier precio o resistir y mantener sus valores de centroderecha. Me pregunto si estos chicos tan aparentemente avispados, que rinden pleitesía regular y venal a un gobernante sin escrúpulos, que se sienta en el Consejo de Ministros con basura totalitaria, y que da todos los días muestras probadas de vender su alma al diablo por mantenerse en el poder todavía creen que los españoles somos estúpidos.

La ofensiva planetaria contra el PP de Feijóo y de Vox se produce en un contexto de encuestas adversas que ponen en riesgo la reelección de Sánchez. Todas ellas apuntan la posibilidad de que los populares obtengan la mayoría precisa para gobernar con el apoyo de Abascal. Y esto pone de los nervios al ‘establishment’ socialista, desatando su ira, pero al mismo tiempo incurriendo en lo grotesco. Vox no se come a los niños ni viola a las mujeres, sino que postula garantizar los derechos de los que les ha privado el socialismo. Ya nadie se cree los clichés ridículos que todos los martes se lanzan desde La Moncloa. La crisis económica es tan seria, tan feroz, que a Sánchez y su equipo se le acaban aceleradamente todos los argumentos para tratar de parar la ola de cambio que ya empieza a respirarse.

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