Opinión

Cicatrices imborrables

¿Cuánto tiempo tarda en borrarse una cicatriz profunda del cuerpo? Hoy la cirugía hace verdaderas proezas y en algunos casos consigue que las marcas puedan volverse invisibles. Pero sin ayuda de las nuevas tecnologías lo más probable es que las señales nos acompañen durante toda nuestra vida recordándonos aquél capítulo. Ochenta años han pasado desde aquel 18 de julio de 1936. Aunque algunos se empeñen en maquillar y tapar las cicatrices, no ha habido cirugía que haya conseguido borrarlas. Ni el silencio impuesto durante más de 40 años, ni el maquillaje de quienes cuentan la historia de forma sesgada, ni la justicia enterrada en cientos de cunetas pueden tapar el dolor, la barbarie, y el retroceso que sufrió España a causa de una guerra fratricida.

Una de las economías más atrasadas de Europa, sin desarrollo industrial; una sociedad formada por una pequeña y débil burguesía que explotaba a una gran mayoría social campesina y analfabeta. El poder político en manos de los primeros, apoyados por la banca, la Iglesia Católica y el Ejército. Un total de 23  millones de habitantes donde la mayoría sobrevivían entre el hambre y la miseria. Ésta era España hace 80 años. Cambiando el blanco y negro por la alta definición, lo analógico por lo digital, podemos encontrar rasgos que siguen desgraciadamente definiéndonos a día de hoy. Nuestra débil economía, el aumento de la desigualdad social, el poder de la banca y la Iglesia Católica y las enormes dificultades de no pocas familias para poder llegar a fin de mes muestran que, a pesar de los enormes avances que se han conseguido en múltiples facetas, seguimos teniendo cuestiones que resolver y que tienen una profunda raíz.

Durante la Segunda República, las izquierdas hicieron esfuerzos titánicos para sacar a la mayoría del país del hambre, el analfabetismo y el sometimiento a las clases burguesas. Durante el Gobierno de Azaña se acometieron una serie de reformas de gran calado que lejos de asentarse y procurar un desarrollo paulatino, fueron la excusa perfecta que sirvió como detonante para hacer estallar el país por los aires en el verano de 1936. La reducción drástica del poder de la Iglesia Católica —con la llegada del matrimonio civil y la implantación de la educación laica el golpe fue fulminante—, el reconocimiento de las autonomías regionales —caminando sin titubear hacia el federalismo, que trajo consigo el reconocimiento de la autonomía catalana en 1932 y de la vasca en 1936—, la conquista del voto de la mujer y la adopción de medidas tendentes a su igualdad laboral, dieron la vuelta al país en un brevísimo espacio de tiempo. 80 años después la Iglesia hace gala de privilegios y prerrogativas que le distinguen injustamente de otras confesiones, la mujer sigue peleando por su igualdad —hoy podemos votar, pero morimos a manos de los hombres—, y la «ruptura de España» parece ser la causa por la que algunos partidos políticos se empeñan en mantener bloqueado al país.

Las izquierdas se dividieron y la derecha buscó todos los huecos posibles para desestabilizar un Gobierno que estaba poniendo fin a todos sus privilegios. Las potencias internacionales utilizaron nuestro país como laboratorio para lo que vendría después, la Segunda Guerra Mundial. Los hermanos se dieron muerte, las familias se destruyeron. 80 años después parece que no hemos aprendido la lección. Seguimos en las mismas.