Carlos Torres, el alumno más zoquete de Sun Tzu
La historia es siempre la misma historia: un cúmulo de episodios que se van repitiendo sistemática e irreversiblemente cada cierto tiempo. Al punto que quienes olvidan los errores cometidos por ellos mismos o por otros en el pasado tienden a repetirlos. Le pasó a José Ángel Sánchez Asiaín con la OPA de Banco Bilbao sobre Banesto y le ha sucedido a Carlos Torres en el chapucesco intento de asalto de BBVA a Sabadell. Y perdón por trazar una comparación entre un financiero incomprensiblemente ascendido a banquero y un pedazo de catedrático de Hacienda Pública. Torres es a Asiaín lo que un jugador del montón de Segunda División a Cristiano Ronaldo.
La soberbia de Carlos Torres, heredada de ese presunto delincuente que es Francisco González, le llevó a ignorar la historia. El sentido común más elemental indica que si la OPA de Banco Bilbao sobre Banesto se fue al carajo en cuestión de tres o cuatro semanas, una operación hostil que lleva año y medio mareando la perdiz cuenta con entre cero y ninguna posibilidades de prosperar. Cuando, además, la prima entonces fue 11 puntos superior a la actual —40% frente al 29% que se ofrecía a los accionistas de Sabadell—. El todavía presidente de BBVA olvidó demasiado pronto la catarata de lecciones que dejó esa otra gran OPA bancaria frustrada sobre Banesto en 1987. Y de esos prepotentes polvos vienen estos lodos en formato ridículo espantoso.
Aquella invasión se desbarató supersónicamente gracias a ese mix de inteligencia y frescura que encarnaba el tándem Mario Conde-Juan Abelló y a la lentitud de los bilbaínos a la hora de implementar la ampliación de capital necesaria para garantizar el éxito de la operación. Sin cash una OPA es un imposible físico y metafísico. Carlos Torres tampoco reparó en otro nada desdeñable factor: las relaciones públicas. Uno de los motivos del triunfo de la Numancia de Mario Conde lo representó la extraordinaria capacidad para vender como un activo su juventud, tenía 39 años cuando se hizo con la Presidencia de Banesto y desbarató la OPA, y su espectacular currículum aireado por su hagiógrafo Jesús Cacho en el que figuraba la mejor nota de la historia en la oposición a abogados del Estado. Convirtieron las aparentes debilidades en fortalezas y ganaron prácticamente sin despeinarse.
El todavía presidente de BBVA olvidó demasiado pronto la catarata de lecciones que dejó la gran OPA bancaria frustrada sobre Banesto en 1987
Carlos Torres es un clon de su antecesor, imputado en el caso Villarejo por espionaje societario y administración desleal. Apoquinaron 11 millones de euros de los accionistas al condenado comisario para investigar a rivales empresariales, entre otros al ex gerifalte de Sacyr Luis del Rivero, a quienes identificaban estalinianamente como enemigos internos y a periodistas como el que suscribe que fue víctima de seguimientos personales y pinchazos telefónicos por haber osado publicar en OKDIARIO el trato de favor de Francisco González en su etapa de Argentaria a la familia de Rodrigo Rato cuando era el todopoderoso vicepresidente económico del Gobierno Aznar. Trato de favor que en un país serio les habría costado la cárcel y que en esta España de pandereta les salió gratis total.
BBVA ha comprado a algunos medios, que han hecho una campaña de propaganda que avergonzaría al peor sátrapa de una república bananera. Han negado la evidencia cuando desde hace ya muchos meses se veía que la OPA no iba a ningún sitio. Y, por si fuera poco, llevan años ganándose la enemistad de periódicos, televisiones y radios, a los que ningunean como si BBVA fuera JP Morgan y Carlos Torres Jamie Dimon. Sencillamente grotesco.
Pero, sobre todo y por encima de todo, el problema de Carlos Torres es que jamás debió leer el infalible Arte de la Guerra de Sun Tzu. Y si se lo empolló debió sacar un cero en el examen. El filósofo y estratega de la guerra chino señalaba que una de las claves del éxito en el campo de batalla pasa por ser «rápido como el viento, silencioso como el bosque y raudo y devastador como el fuego». BBVA ha sido más lento que el caballo del malo, tardando 34 veces más tiempo que el que duró la igualmente fallida OPA sobre Banesto, hizo saltar las alarmas de la entidad asaltada en lugar de desconectarlas antes de entrar y ha cometido más errores en menos tiempo que el incompetente capitán del Titanic tras irrumpir en aguas de Terranova.
En la entidad goleada son tan malos que sólo consiguieron comprar la voluntad de un miembro del Consejo de Administración de Sabadell
La rapidez, insiste Sun Tzu en la mayor parte de los pasajes de su obra maestra, es la esencia de la guerra pues, obviamente, anula o merma la capacidad de respuesta del adversario. Y en la sede de La Vela, el impresionante edificio de BBVA en Las Tablas, obra de esos genios que son los pritzker Herzog y De Meuron, también hicieron caso omiso a esa otra recomendación de los romanos que sostenían que la fórmula más sencilla para derrotar al enemigo es dividirlo. El célebre Divide et impera —Divide y vencerás— es mucho más efectivo que la fuerza bruta. En la entidad goleada son tan malos que sólo consiguieron comprar la voluntad de un miembro del Consejo de Administración de Sabadell, el oscuro mexicano David Martínez Guzmán, que como es natural ahora no sabe dónde meterse y que si tuviera un ápice de decencia se volvería a su maravilloso país y se escondería un tiempo prudencial bajo la arena de Playa del Carmen.
Item más. Otro de los preceptos del mejor manual de guerra de la historia deja taxativamente claro que si las fuerzas propias son diez veces superiores a las del adversario lo más indicado es rodearlo porque ganarás apabullando, sin sufrir bajas. Sólo prescribe el ataque si eres cinco veces superior. Y en caso de que sólo cuentes con el doble o el triple de fuerzas lo más aconsejable es dividirlo. Esta es la opción que debería haber aplicado Torres teniendo en cuenta que los activos de su banco son 3,6 veces mayores que los de los catalanes.
Carlos Torres no es ni será Sun Tzu en setenta reencarnaciones. También pasó por alto esa otra recomendación del general chino, que recordaba que un ejército victorioso gana primero y entabla la batalla más tarde y que un ejército derrotado lucha primero e intenta obtener el triunfo después. Esto último es lo que ha hecho BBVA dejando pudrirse una oferta pública de adquisición de acciones que desde hace casi un año estaba sentenciada de muerte. Tampoco se aplicó esa máxima tan vieja como el mundo, que señala que «una retirada a tiempo es una victoria», seguramente porque no se ha rodeado de súbditos que le recuerden a cada momento que es un simple mortal.
Dos jugadas maestras de Oliu tumbaron para siempre la OPA: su decisión de volver a Cataluña y la venta del banquito inglés TSB a Santander
Los gerifaltes de BBVA se han comportado como unos aficionados y sus rivales, con Josep Oliu a la cabeza y César González-Bueno ejerciendo el rol de lugarteniente, como unos auténticos profesionales que se las sabían todas. El de Sabadell es un viejo zorro liberal: hijo del gran Joan Oliu, es catedrático de Teoría Económica y se doctoró en ese semillero de grandes economistas españoles que es la Universidad de Minnesota —como los keynesianos Mas-Colell, Miguel Sebastián o la actual subgobernadora del Banco de España Soledad Núñez—. Y, salvo una breve incursión en el sector público en los 80, lleva toda la vida en un negocio que ha mamado desde niño. Su contrincante sólo ha hecho banca los tres últimos lustros de sus casi 60 años.
Y así como su enemigo pasó de Sun Tzu, el sabadellense se lo aplicó a rajatabla. Dos jugadas maestras tumbaron para siempre la OPA: su decisión el pasado enero de volver a Cataluña tras haber salido en 2017 para frenar la fuga de depósitos provocada por el procés y la venta del banquito inglés TSB a Santander consumada en julio. La primera puso de su lado a Junts, que desde entonces empleó todo su poder parlamentario, que no es poco, para que la entidad que financia a las pymes catalanas no se diluyera en ese marasmo hispano-turco-mexicano que es el opante. La segunda hizo más ricos a los accionistas que ya para entonces estaban cabreados como una mona con una prima del 29% que ciertamente ostentaba la categoría de timo. «Si haces que el adversario no sepa el lugar ni la fecha de la batalla siempre puedes vencer». Pues eso.
Oliu entendió cien veces mejor que su rival que el arte de la guerra se basa en el engaño. «Cuando se está cerca, se debe parecer lejos, cuando uno se encuentra lejos, hay que simular que está cerca», que enfatizaba el genio chino. BBVA superó con dificultad la emboscada de enero pero naufragó definitivamente tras la venta de TSB que hizo más ricos a los accionistas de Sabadell y, consecuentemente, encareció exponencialmente la OPA. Ambas cuando el enemigo no se las esperaba. Purito Sun Tzu. Y Oliu venció. Vaya si venció. Siempre pilló descolocado a un Torres que se ha comportado cual ridículo principiante, como un auténtico adolescente en el mundo de la banca.
Torres está empresarialmente muerto y debe ser el único que no lo sabe, si eres el hazmerreír de los tuyos lo mejor es poner tierra de por medio
La otra gran diferencia entre vencedor y vencido se llama estrategia. El primero la aplicó desdeñando la táctica a sabiendas de que es el más lento pero seguro camino a la victoria y el segundo debía desconocer que, como advierte el maestro chino, «las tácticas sin estrategia son el ruido antes de la derrota».
Josep Oliu se lo merece por listo, por honesto y porque la competencia siempre es buena para el cliente. Haber dejado España con tan sólo tres grandes bancos, es decir, con un oligopolio de facto, constituiría una tragedia para el consumidor y muy especialmente para esos pequeños y medianos empresarios que constituyen la gran masa crítica de Sabadell. Es el premio a quien hizo también buena la máxima de Don Camilo, «el que resiste, gana», a quien ejerce dignamente el oficio de banquero y a quien en silencio y sin pedir jamás nada a cambio ha prestado grandísimos servicios a nuestra gran nación.
Y, mientras tanto, el perdedor, el protagonista de un ridículo que ha provocado un daño histórico del que BBVA tardará décadas en recuperarse, afirma chulescamente al más puro estilo Pedro Sánchez que no va a dimitir «porque no hay motivos». No quiero imaginar en qué situación estaría el banco si los hubiera. Por cierto: Sánchez Asiaín acabó alejándose del primer plano tras el gatillazo de 1987. Recurro nuevamente a Sun Tzu para anticipar el futuro de nuestro protagonista: «Un príncipe que no se preocupe del arte de la guerra, aparte de las calamidades que le puedan acaecer, jamás podrá ser apreciado por sus soldados ni tampoco fiarse de ellos». Torres está empresarialmente muerto y debe ser el único que no lo sabe. Cuando eres el hazmerreír de los tuyos lo más digno es poner tierra de por medio. Aguantará unos días, quizá unas semanas, puede que unos meses, pero no llega al verano. Básicamente, porque los grandes fondos le han puesto la cruz.
Alea jacta est.
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