Brilli-brilli

Brilli-brilli

A menos de dos semanas del comienzo de la Navidad, hay un ambiente proclive a hablar con el corazón en la mano. Les voy a poner diferentes ejemplos. Empezaré con la eterna aspiración a personaje ritual que tiene la comunista Yolanda Díaz. Su audiencia privada en El Vaticano es otra jugada de este amago de reyezuela de tréboles. Por lo visto, debatió mucho con el Papa sobre el trabajo decente como mejor estrategia para construir el futuro. La actitud de la de Trabajo es memorable. Sin cerrar los ojos, puedo hasta visualizar la escena: “Santísimo Padre, es un misterio sin nombre el que estemos aquí los dos reunidos, un misterio en el que entran varios elementos. Siento como si tuviera que explicarme mediante la mímica”.

En Italia, los árboles de Navidad tienen una universal dispensa de dones, durante el encendido de luces, en el dorado de manzanas y en la verificación de lo deseable y de lo improbable. “¿Y cuál es tu visión de la Fe?”, preguntó el Papa. Sin soltar esa sonrisa insólita que la caracteriza, Díaz sentenció: “Santidad, soy comunista, podemita, adoro el sexo libre, soy fanática del aborto, insisto en que el rico pague sus caprichos al pobre, en que todos podamos ser tan elegantes y refinados como lo soy yo. Las plantas trepadoras son mi debilidad. Mi casa está llena de cojines color escarlata, púrpura, rosa seca, color vinoso. Todo muy espiritual. ¿Le parece esto poca fe? El techo se inclinó, pero el Papa supo estar a la altura de las circunstancias: “Lo diré a la desesperada: the lie of the land (el yacer de la tierra)”.

Mientras toda esta escena discurre por mi cabeza, veo desde mi ventana -escribo en un hotel en los Alpes Suizos- a una chica bellísima jugando con una cortina. Repasa un papelito constantemente, como si memorizara un discurso. Es difícil dar la opinión en situaciones peligrosas, pero en toboganes como este lo difícil es decidir qué tomar o qué vestir para la ocasión. Ayer sin ir más lejos, quedé a media tarde con un grupo que he conocido aquí y que me fascinó desde el primer momento. El mundo de la moda da un juego inigualable para las excentricidades que, en dosis moderadas, alegran la vida. Uno de mis nuevos descubrimientos, modelo de profesión, de esas cuyo trabajo es, básicamente, no comer, pidió una infusión amarilla. El camarero se equivocó y trajo una roja. No se atrevió a replicar. Yo la observaba con curiosidad para ver cómo gestionaba esa frustración que se notaba que tenía. De pronto, dijo que iba al baño. Tardó un cuarto de hora. Volvió con las uñas pintadas del mismo rojo de la infusión. Todo su problema era que para la foto que iba a subir a Instagram el color del líquido no le cuadraba con el de sus manos. Una vez solucionó el asunto, volvió a sonreír. Tan bello, tan tranquilo, tan sublime y tan debilucho. Como diría la nueva amiga del Papa, “en España gestionamos las crisis de un modo diferente: ¡camarero!, es usted un inútil, ¿me puede traer lo que le he pedido?”.

En la misma línea que lo anterior, me sorprende -mirándolo siempre con distancia- todo lo que se está gestando alrededor de la protagonista de una serie de televisión que ha marcado muchísimo a un sector de la sociedad internacional: Sexo en Nueva York. Me cuadra muy mucho que este serial haya sido también el referente de la vicepresidenta segunda del Gobierno, la nueva fanática de algún tipo de religión, por ejemplo, la que esta serie promueve. No pretendo juzgar a nadie, faltaría más, además juro y perjuro que no he visto ni un solo capítulo de la exitosa americanada. Siempre me han parecido un grupo de “semihistéricas calentorras” sin norte, más ridículas que fascinantes. Lo que me llama la atención ahora es cómo la protagonista, esa cosa chiquitita en la que todo es artificial, reaparece hecha una anciana y la gente se escandaliza; pero ¿cuál es el problema? Siguiendo con el fantasioso escenario de lentejuelas, tejidos satinados, corazones XL, miradas más exigentes y estampados festivos, el brilli-brilli de estos días permite tomar la pluma con la ligereza que lo he hecho hoy y, si alguien se ha molestado: “Aparece la ribera sagrada de Eleusis, cerca de las frescas aguas del Cefiso, a las que sonrió Afrodita con todo su rostro al beber”, y lo versos se los ahorro al lector. Feliz pre-Navidad.

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