Biden ya es pato cojo… y gagá
En Estados Unidos dicen que un presidente es un pato cojo cuando ya ha sido elegido su sucesor y solamente espera ser sustituido. Esta circunstancia se puede dar por haber perdido las elecciones, por tener agotadas sus reelecciones o por haber decidido él o su partido, que no va a volver a presentarse a las siguientes elecciones. Tras apenas dos años de mandato, Joe Biden puede empezar ya a hacer las maletas intentando pasar lo más desapercibido posible los pocos meses que faltan hasta que tenga que abandonar la Casa Blanca. Se marchará dejando una clara sensación de no estar en las condiciones físicas y mentales imprescindibles para el cargo de presidente de la nación más poderosa del mundo, durante uno de los períodos más convulsos de nuestra historia reciente. Y con muchísimas dudas acerca de la legitimidad del proceso electoral que lo llevó a ocupar un puesto para el que, claramente, no está capacitado.
La información que la mayoría de medios de comunicación nos ofrece acerca de la situación política en Estados Unidos nos habla constantemente de un país polarizado y radicalizado. Nos dicen, por tanto, que los estadounidenses están divididos en dos facciones contrarias y extremas entre las que resulta casi imposible el entendimiento. Pero cuando profundizan en su análisis y tratan de explicarlo, casi unánimemente convierten a la mitad de la población republicana en los culpables de todos los males. Es como si la polarización y la radicalización de la que hablan fuera un enfrentamiento entre el mal, representado por Donald Trump y los republicanos, contra el bien más absoluto, encarnado por Joe Biden y los demócratas. Una caricatura que, evidentemente, no responde a ninguna realidad, sino tan sólo a los deseos de imponer la hegemonía del movimiento woke y progre de aquellos que intentan manejar la opinión pública.
En este sentido es en el que debemos interpretar la mayoría de análisis que hoy nos encontramos acerca de los resultados de las elecciones de mitad de mandato (midterms) en Estados Unidos, celebradas el martes. A falta de conocer los resultados definitivos, intentan vendernos una victoria del Partido Demócrata argumentando que su derrota no ha sido tan estrepitosa como se esperaba, que a todas luces parece un consuelo muy poco consistente. Apenas quedan dudas de que los republicanos han conseguido hacerse con la mayoría en la Cámara de Representantes que hasta ahora controlaban sus rivales. Y parece bastante probable que consigan hacerse también con el control del Senado, que a estas horas aún está empatado a la espera del lento recuento en Arizona, Nevada y Alaska; y la segunda vuelta que tendrá que celebrarse en Georgia. Tanto en Alaska como en Nevada van por delante los republicanos así que, de confirmarse su victoria, tan sólo tendrían que ganar en Arizona o Georgia para conseguir también la mayoría en el Senado.
Pero con independencia de que la victoria republicana en estas elecciones haya sido absoluta o parcial, lo que resulta indiscutible es la derrota de un presidente Joe Biden que lleva meses dando muestras de que su avanzada edad -está a punto de cumplir 80 años- no le va a permitir presentarse a la reelección. Además de la galopante inflación y los altos tipos de interés que han empobrecido a los estadounidenses durante su mandato, Biden ha dado repetidas muestras de senilidad cada vez que se ha mostrado en público, por lo que es casi seguro que los demócratas tendrán que elegir otro candidato. La polarización y la radicalización que vive el país no puede pretenderse sólo en los partidarios de Donald Trump. Mucha culpa de la actual situación recae en aquellos que, desde que anunció su intención de presentar su candidatura allá por 2015, han tratado de presentarlo tanto a él como a sus votantes, como a demonios. Sus campañas por la vida, contra el aborto, la ideología de género, la legalización de las drogas y la inmigración ilegal, lo han situado en el blanco de las iras de la progresía woke mundial, radicalizando y polarizando a la sociedad americana contra él y su partido. La más mínima posibilidad de que pueda volver a hacerse con el poder es una pesadilla contra la que vamos a tener que leer estupideces tan grandes como que Biden ha salido reforzado de estas elecciones.
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