Aunque se vista de socialdemócrata, socio de ETA se queda

Aunque se vista de socialdemócrata, socio de ETA se queda
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

O Felipe González está gagá o es que regresa el inmoral que fomentó la corrupción entre sus ministros, que consintió el saqueo de los fondos reservados, que fue el Señor X de la banda terrorista GAL y que espiaba a todo quisqui por Cesid interpuesto. Ayer flipé con su apoyo a un Pedro Sánchez al que hasta ahora había puesto a caer de un burro con más razón que un santo.

Que un ex secretario general o presidente de un partido respalde al que ocupa el cargo que un día fue suyo es lo normal. Pura lógica. Lo que se antoja más rarito es que lo haga alguien que ha puesto a parir a ese Rey Sol de tres al cuarto que es el todavía presidente del Gobierno. Y no es que le haya criticado incisivamente una, dos o tres veces, es que el número de pullas que le ha lanzado en los últimos años roza el medio centenar. No es una hipérbole. Son cuentas, números, no cuentos.

Ahí van algunos de los dardos envenenados que con toda la razón del mundo Felipe le ha dedicado en los últimos seis años, los mismos que han transcurrido desde que Pedro Sánchez fue candidato a La Moncloa por primera vez anotándose el peor resultado de la historia del PSOE. Allá por 2016 insistió en que se sentía “engañado” por el sucesor de su sucesor como presidente del Gobierno socialista. Una de las críticas más acerbas sobrevino hará cosa de medio año a cuenta de la inempeorable gestión de la pandemia: “Cuando todo está mal, aparece ahí un tío y dice que todo está bien y que el futuro es cojonudo”. Sobra descifrar quién es el “tío”.

O como cuando el hombre que más años ha vivido en Moncloa también le zurró por delegar el estado de alarma en las autonomías: “Es una puñetera locura”. Volvió a incidir en esa impresentable manía de Pedro Sánchez de vendernos los mundos de yupi con la que ha caído económica y sanitariamente en los dos últimos años, con más de 140.000 compatriotas fallecidos a cuenta del virus chino. “Usted no está sufriendo la realidad de crisis y sufrimiento que yo estoy viviendo”, le puntualizó hace meses un Felipe González que tiene 79 años, edad de riesgo donde las haya, y que ha visto irse a decenas de coetáneos amigos y conocidos.

González y no otro fue el que replicó sin contemplaciones a Podemos y a miembros de su partido: “A mí nadie me manda callar”

El mismo que se distanciaba del presidente que ha pactado con el jefe de ETA, Arnaldo Otegi, con los golpistas catalanes y con los sicarios en España de Nicolás Maduro y el ayatolá Jamenei. “No estoy en esa corriente oportunista”, apuntó González, “que dice: ‘donde está el poder, estoy yo’”. El Felipe González Márquez que se mostró tajantemente en contra de los indultos: “Yo no lo haría, el debate no es si se dan las condiciones, sino si están dispuestos a respetar la legalidad”. Blanco y en botella. Él y no otro fue el que, cabreado como una mona, replicó sin contemplaciones a Podemos y a los miembros del ala más extrema de su partido que le exigían que cerrara el pico y se dejase de criticar al Ejecutivo: “A mí nadie me manda callar”.

Tampoco era precisamente un sosias ni un clon de Felipe González el que tildó de “camarote de los Hermanos Marx” el Ejecutivo socialcomunista ni el que subrayó que no le gusta “que [PSOE y Podemos] se repartan cargos antes de conocer el programa”. El que soltaba todo esto y por su orden es el mismo que al poco de dejar la Presidencia del Gobierno en 1996 anunció que no intervendría en debates públicos con un símil ciertamente maravilloso, porque brillante, lo que se dice brillante, el pavo es un rato brillante. “Un ex presidente es como un jarrón chino en un apartamento pequeño. Un objeto de valor que nadie sabe dónde ponerlo y que corre el riesgo de que un niño le dé un codazo y lo acabe tirando a la basura”.

Este mismo personaje es el que ayer laudó a Pedro Sánchez como reelegido “compañero secretario general” del Partido Socialista: “Mi lealtad es con un proyecto que ahora encabezas tú”. “Adelante”, prosiguió, “el PSOE es un instrumento al servicio de la sociedad, no un fin en sí mismo, y por eso tiene que escuchar a la sociedad e integrarse con ella”. Y, en un ejercicio de hipocresía nivel dios, alabó la gestión de la pandemia del Gobierno socialcomunista. Hay que ser muy desahogado para poner en circulación estas loas después de todo lo que ha ido saliendo de su boquita en el último año y medio.

Alfonso Guerra tiene más dignidad. Si bien es cierto que el martes criticó la a mi juicio legítima y no menos necesaria pitada a Pedro Sánchez, “hay quien abuchea a un presidente y aplaude a una cabra, cada uno elige quién le representa mejor”, lo cierto es que su gesto encarnaba más la defensa de la figura institucional del primer ministro que una bajada de pantalones modelo Felipe. El ex vicepresidente por antonomasia al menos tuvo la decencia de no pasarse por Valencia. Lo contrario hubiera sido una ignominia para un personaje que está mejor que nunca y mejor que nadie.

El cierre de filas del Congreso socialista sólo tiene una explicación: que las cosas no sólo van mal sino que Moncloa las ve peor

No veo yo sacando la cara por Sánchez a un genio que lo retrató mejor que nadie en el invierno de 2018: “Jamás he conocido a nadie con unas ansias más grandes de dormir en La Moncloa, ¡Ni en los presidentes del PP! Ese afán de protagonismo, esa afectación por su imagen, ese estudio de sus gestos y sus poses, ese terrible vacío en todo cuanto dice, la insignificancia de su mensaje, las ansias porque no le saquen de ahí ni con agua hirviendo, aunque para ello tenga que asociarse con lo peor de cada casa… Hemos fracasado en este partido que hoy tenemos y nada hace prever que las cosas puedan mejorar”.

El cierre de filas del Congreso socialista, inesperado y aparentemente incomprensible, sólo tiene una explicación: que las cosas no sólo van mal sino que Moncloa las ve peor. Las encuestas lo pueden decir unánimemente más alto pero no más claro, Pablo Casado sacaría entre 30 y 40 escaños en estos momentos a Pedro Sánchez y gobernaría con ligera holgura con el apoyo de Santi Abascal. Obviamente, no llega a esa conclusión el CIS del malversador de caudales públicos Félix Tezanos. Pero el CIS es una repugnante mentira que sufragamos con nuestros impuestos.

Sánchez va ahora de moderado socialdemócrata versión ese Felipe González que arrasó cuatro elecciones seguidas con una política centrada y transversal en la que increíblemente todos se sentían cómodos. Cómo serán las cosas que el secretario general del PSOE ha rebautizado como “Área de Política Autonómica”, que dirigirá Guillermo Fernández Vara, un “Área de Política Federal” cuya batuta ostentaba hasta ahora ese sin fuste cum laude que es Patxi López. Pero no cuela. Ni colará. Son demasiadas fechorías como para hacernos comulgar con ruedas de molino, como para que pensemos que es el émulo posmoderno de Willy Brandt, Olof Palme, Mitterrand o el mismísimo Felipe. Sánchez es como la mona. Por mucho que se vista de socialdemócrata, socio de ETA, ERC y Podemos se queda.

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