Antiguo nuevo Régimen

Pedro Sánchez Aizpurua
  • Pedro Corral
  • Escritor, historiador y periodista. Ex asesor de asuntos culturales en el gabinete de presidencia durante la última legislatura de José María Aznar. Actual diputado en la Asamblea de Madrid. Escribo sobre política y cultura.

He mantenido siempre una visión optimista sobre la España que nos ha tocado vivir, intentando evitar, aunque a veces dificultosamente, la tentación de hallar signos de atavismo, es decir, como señala la RAE, comportamientos que hacen pervivir ideas o formas de vida propias de nuestros antepasados. Hasta el pasado viernes 13 en que, ante las imágenes del encuentro de Pedro Sánchez con Mercedes Aizpurua, he perdido casi toda la esperanza.

No fue por el apretón de manos, mera cortesía, pues hasta para caer en la indignidad hay que seguir un protocolo. No fue tampoco por la nula aplicación del Manual de resistencia por parte de las comisuras de la boca del presidente del gobierno en funciones. En vez de mantener un rictus serio, dibujaron un arco de triunfo complaciente y complacido, bajo el que espera que pasemos arrodillados también todos los españoles, ante una persona condenada por apología de una banda de asesinos.

Fue por el hecho mismo de que, como han denunciado las asociaciones de víctimas del terrorismo, Sánchez aceptara como interlocutora sobre el próximo destino de España a una mujer que lidera una coalición que presenta en sus listas electorales a etarras condenados, incluso por delitos de sangre, o que rinde homenajes públicos a los verdugos.

Es la misma portavoz que activaba las mayores ignominias desde las páginas de Punto y Hora o Egin para justificar la sangre, las mutilaciones y el dolor de las víctimas o ridiculizar los 532 días de la muerte en vida de José Antonio Ortega Lara.

«Ortega vuelve a la cárcel» fue el titular con que el Egin bajo la vara editora de Aizpurua anunció la liberación por la Guardia Civil de un hombre que ETA había condenado a morir de sed y hambre en un zulo de tres metros de largo por 2,5 de ancho y 1,8 de alto.

Sánchez estaba ante Aizpurua como ante la usurera que le va a sacar de un apuro momentáneo, por el precio de la investidura. Pero sabiendo que lo hará con unos intereses desorbitados que el viernes pasado ya empezó a pagar por adelantado, al situar con este encuentro a Bildu en la cabina de mando de su proyecto hegemónico plurinacional, con vistas a desembarcar primero en las elecciones autonómicas vascas. «La foto con Sánchez nos sitúa en otra fase política», resumió Otegi, de quien Leyre Iglesias nos acaba de revelar completo en El Mundo su escalofriante historial policial como etarra.

Si el PNV vota a favor en la investidura ya no puede ignorar que encumbrar a Sánchez significa endiosar a Otegi, pues no son sino una doble cara, como Jano, la divinidad romana que tenía un semblante que miraba hacia fuera del hogar y otro que miraba hacia dentro, pero siempre para proteger los mismos intereses.

Es en el desarrollo de ese proyecto hegemónico donde confluyen ahora todos los atavismos del PSOE. Un partido que en determinadas etapas de su historia se ha desvinculado de los fundamentos de la alternancia democrática, propugnando el desplome del sistema que le impedía hacerse perpetuamente con el poder, por muy republicano que fuera.

Si hoy el PSOE se entrega a las fuerzas que han hecho del ataque a la España constitucional, su fin político principal, incluso a las que justificaron o colaboraron con uno de los grupos terroristas más sanguinarios de Europa, no es sólo por un puñado de votos para una investidura. Es para promover con ellas el colapso de un sistema que reconoce legitimidades democráticas diferentes y alternativas a la del autodenominado «bloque progresista».

Porque para este bloque auspiciado por el sanchismo defender el Estado democrático de derecho es aplicar recetas autoritarias, como dijo la portavoz parlamentaria de Bildu en 2020 en referencia al discurso del Rey Felipe VI después del frustrado golpe del 1-O por parte de los independentistas en Cataluña.

A eso se ha entregado también Pedro Sánchez con su estrategia de desactivación de nuestro ordenamiento jurídico ante futuras amenazas: supresión del delito de sedición, rebaja del de malversación o indultos a quien anuncia que volverá a delinquir. Todo con la idea de que lo autoritario y extremista es defender lo que nos representa e incluye a todos, como la Constitución y las leyes, y que la democracia y la generosidad están del lado de quienes sólo defienden lo que les interesa exclusivamente a ellos.

Si la amnistía sólo es entendible en un proceso de transición de una dictadura a una democracia porque «sólo procede frente a un derecho injusto», como señalaba con toda claridad Manuel Aragón, magistrado emérito del TC, el mensaje de Sánchez y sus corifeos no puede ser tampoco más claro: nos deslizamos hacia un cambio de régimen, preludiado por la amnistía a los malversadores y los agitadores callejeros del 1-0.

¿Es posible que a esta amnistía le sigan otras más? Seguro que los del apretón de manos y las sonrisas de la reunión del pasado viernes lo saben bien. Cuesta creerlo, pero puede que la sangre aún no haya terminado de helársenos del todo.

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