El año del psicópata

El año del psicópata
  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

O de la serpiente según los perpetradores del horóscopo chino que no son nada condescendientes con el año 2025 que vamos a estrenar en días. Al psicópata -todo el mundo sabe a qué sujeto nos referimos- todos los adivinadores, incluido ese Nostradamus de toda la vida que tan pocas veces acierta, se le aventuran momentos de cambio, o mejor dicho, de mudanza, pero no ideológica, que en él sería consustancial a su pérfido ADN, sino de vida, de hogar, algo que nos deja a todos con la esperanza a flor de piel porque ¿significará ello que el tipo se verá obligado a abandonar La Moncloa? Que los dedos no se nos hagan huéspedes porque con este tipo nunca se sabe qué se nos va a venir encima. Por eso, los especialistas aconsejan que para hablar de «su persona» acudamos a los manuales de psiquiatría en el que está perfectamente diseñada la estructura neuronal de un psicópata. Empecemos por el libro más elemental que podamos encontrar; un opúsculo que en su momento redactó Andrew Crowcroft, un profesor de Cambridge (no era, por tanto, un piernas) que en su La locura dejó escritas dos reflexiones de primera importancia y de inmediata aplicación para el caso que nos ocupa. Dice la primera: «Los hechos de la realidad del mundo de un psicópata difieren profundamente de los nuestros». Y: «Un psicótico es una persona que tiene problemas muy grandes para relacionarse con sus ambientes y con las personas». Podemos añadir esta coda: «… No sigue, ni acepta los puntos de vista de los demás, los rechaza de plano». Andrew Crowcroft no se andaba por las ramas a la hora de describir las entretelas de esta clase de individuos.

El cronista recordaba todas estas advertencias clínicas cuando, en su balance del año, escuchaba a Sánchez reafirmarse en su apoyo al fiscal general del Estado, García Ortiz que está punto de ser objeto de un suplicatorio por haber revelado los datos de un contribuyente. El todavía presidente volvía a proclamar la inocencia del apestado fiscal, ponía a mano sobre el fuego por él (mucha gente va a terminar más quemada que Miguel Servet) y señalaba que el país entero debía pedir perdón al infraescrito por haber vertido contra él falsas acusaciones. O sea, una auténtica perversión de la realidad: los inocentes debían postrarse de hinojos ante el -aún- presunto culpable, una auténtica aberración, un atentado contra el sentido común. Éste es un episodio que revela exactamente la situación mental en que se encuentra el jefe del Gobierno de esta nación: subvierte la realidad e imputa el error a los que le critican. Es como el conductor que viaja en sentido contrario e insiste en que los equivocados son  los demás que marchan en la dirección correcta. Para Sánchez los únicos certeros son los 1.000 asesores y paniaguados que le soban el lomo, entre otras cosas, porque su sustento depende de su arbitrio. Es curioso, pero alguno de estos pelotas que, o han salido de naja del recinto tóxico monclovita, o directamente han sido expulsados de él, revelan ahora la enjundia extravagante del Pedro Sánchez Pérez-Castejón. A buenas horas, diríamos todos.

Eso reviste curiosidad pero lo trágico es que este país tan antiguo, una gran nación como no se cansa de repetir el Rey, está gobernado por un psicópata (así le caracterizan los psiquiatras) que tiene como único objetivo resistir a cualquier precio y desde su realidad inventada. Ya es viejo incidir en que en España la verdad no existe, ha sido sustituida por el «relato», es decir, los cuentos que nos largan nuestros artificieros. En el balance citado, Sánchez se empleó a fondo expandiendo una situación económica brillante para la que ya ha ingeniado una frase de marketing: «Va como un cohete». Juan Bravo, el responsable económico del Partido Popular, ha acuñado la respuesta a la homilía socialista: «Lo que no se cuenta no existe». Y, ¿qué es lo que no se cuenta? Pues, por ejemplo, que desde hace cuatro  años hasta la fecha la clase media española ha disminuido en diez puntos, concretamente del 65% al 55%; que la clase baja ha aumentado en 14 puntos, del 3% al 17%; que España padece una lacra de más de tres millones de personas que no tienen posibilidad de trabajar;  que la inversión, sobre todo la extranjera, está cayendo escandalosamente; o que los impuestos no cesan de agobiar cada día más la cintura fiscal de los ciudadanos. De esta realidad no se habla porque, para un psicópata, como dice Crowcroft, «la enfermedad desorganiza su mente». Sin ambages.

Las serpientes en este año que comienza van a rodear el pescuezo de Sánchez, pero, a pesar de los pronósticos más optimistas, este no se moverá del lugar porque cree, como buen psicópata narcisista (lo describen así los especialistas) que los errados son los demás. ¿Qué no hay Presupuestos?  Pues continuamos con los de 2003. ¿Qué los jueces por fin abandonan su lentitud plantígrada y llevan a juicio a Begoña Gómez, a García Ortiz, a Aldama, a su costalero Koldo y a Ábalos? ¿Qué importa? Contestación: nosotros a seguir gobernando porque España nos necesita: somos un Gobierno progresista que estamos para atender las necesidades de los ciudadanos. Como suena, con una caradura mafiosa, con una desvergüenza que abochornaría a los gánsteres de la televisión. Así, sin dudar, y los que duden o se permitan criticar, al Juzgado de  Guardia. Ya nos vigilan en las redes y nos acechan en nuestros viajes, por tanto: ¿Qué puede temer el psicópata? Realmente sólo una cosa: que la Justicia se comporte y le lleve al banquillo del cual sólo le salvaría en su momento el dictamen de los técnicos que declararían algo así como esto: «A este sujeto no se le puede juzgar: es un psicópata narcisista, no es dueño de sus actos». ¿Creen que estamos lejos de este momento? Quizá, pero esta es la realidad verdadera. Lo concluiría incluso Andrew Crowcroft, profesor de Cambridge que no es un piernas como tú, Sánchez.

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