El riesgo de la balcanización en el norte de África
La contribución que puede aportar un periodista tras más de 40 años de actividad periodística internacional es la certeza de que vivimos en un mundo gris, lleno de buenas y malas intenciones; un mundo guiado por intereses, en el que la Historia la escriben los vencedores, presentando a los perdedores como engendros del mal para ocultar sus propias mezquindades.
El título del curso de la Universidad Pablo de Olavide en Carmona organizado por Atalayar entre dos orillas, Entendimiento entre el Magreb, el Oriente Próximo y Europa, engloba no sólo el fructífero acercamiento entre nuestros pueblos y culturas, sino la colaboración, el trabajo conjunto y los proyectos de futuro en común.
Los conflictos políticos en el norte de África son muchos, yo diría que en casi todos los países existen conflictos internos y externos, particularmente con sus vecinos. Algunos son conocidos, el del Sáhara, la rivalidad geopolítica entre Argelia y Marruecos, el agresivo desbordamiento del conflicto interno en Libia sobre Túnez, Argelia y el Sahel. Otros son más discretos, las delimitaciones territoriales, las injerencias reales o supuestas de unos países en los conflictos internos de los otros, las disputas por recursos naturales.
Sin embargo, no se puede hablar de lo que ocurre en el norte de África, sin señalar qué papel juega Europa en el Magreb. Y para ello, lo primero que debemos hacer es identificar dos grandes bloques de interrogantes: lo que nos une y lo que nos separa, los espacios que podemos compartir y los puntos de división y de rivalidad. Porque esto es determinante en gran medida en los conflictos políticos que sacuden la orilla sur.
El espacio de la cooperación euro-magrebí es muy amplio. Por razones históricas, sociológicas, culturales y lingüísticas, hay muchos terrenos en los que es fácil el entendimiento. Proyectos conjuntos de investigación, de difusión cultural, de educación y formación, lingüísticos, son en general aceptados y bien recibidos. Pero hay un problema: la insuficiencia de medios. No hay dinero para todo. Lo que lleva a una selección y favorecer unos en detrimento de otros. Nadie duda de que todo lo relacionado con Al Andalus, su historia, su ascenso y derrumbe, son de interés en ambas orillas; todo tiene interés y nos une, pero necesita fondos, que no hay o están dedicados a otros menesteres.
En el espacio compartido se encuentra también el capítulo económico, en sus dos vertientes, la pública y la privada. Se trata de identificar los intereses comunes. Por ejemplo, en relación con el sector público, ambas orillas tenemos interés en fomentar el desarrollo de infraestructuras, viarias, ferroviarias, energéticas, eléctricas e informáticas. Los gobiernos deberían darse como objetivo construir estructuras multilaterales; no bilaterales entre un país europeo y un país del sur, sino colectivas; infraestructuras que establezcan vínculos de interdependencia. El sector privado también debe participar en ello, aunque la necesidad de la productividad y el beneficio le lleve a menudo a defender su empresa, su contrato o su proyecto, sin pensar en el resto.
En definitiva, en el espacio euro-magrebí que llamamos compartido, los objetivos son fáciles: sólo hay que encontrar los medios e identificar los intereses comunes.
Sin embargo, todo esto es lo ideal. La realidad es que existen numerosos puntos conflictivos entre las dos orillas que dificultan o simplemente bloquean todos estos proyectos tan bonitos. ¿Por qué está bloqueado el proyecto alemán Desertec para hacer del Sáhara argelino una fuente inagotable de producción de energía destinada a Europa? ¿Por qué resulta tan difícil concretar el proyecto de Enlace fijo en el Estrecho de Gibraltar? ¿Por qué los gasoductos que proceden de Argelia y llegan a Europa por España e Italia, no tienen acceso a Francia? Por razones políticas e intereses de Estado. Es lo que llamo los puntos conflictivos.
Existen cinco grandes puntos de fricción entre Europa y el Magreb:
La inmigración, en su vertiente ilegal, incontrolada. Un fenómeno inevitable e imposible de detener. Europa no puede blindar sus fronteras exteriores por dos razones, porque no tiene los medios, y porque desde Asia, y África seguirán fluyendo oleadas de inmigrantes que llegan al Magreb para dar el salto a Europa. Es un problema sin solución. Solo se puede paliar aumentando la cooperación y estableciendo un gran plan de inversiones europeas en las zonas de origen; y aun así, seguirá existiendo. Europa ha movilizado flotas de guerra y pide a los países del Magreb que colaboren en ello. Eso está bien. Pero no lo detendrá, porque sólo nos separan 14 kilómetros por el estrecho de Gibraltar, y algo más por la vía Túnez-Italia.
El narcotráfico. Las vías de acceso de la producción de cocaína, heroína, psicotrópicos y otras drogas de diseño, hacia Europa, transitan hoy desde Asia y Latinoamérica por Oriente próximo y África central, para llegar a África del norte. Existe el riesgo constatable y constatado de que algunos países del sur utilicen este problema como medio de presión en las negociaciones bilaterales o multilaterales. No se les puede reprochar. Otros, los del norte, utilizaron antes las invasiones militares y la destrucción contra los del sur, que no lo han olvidado.
Crimen organizado. Cada día más, los cárteles mafiosos originarios de los países del norte o de allende nuestros continentes, usan como retaguardia para sus operaciones el arco sur mediterráneo. La mafia napolitana y calabresa se mueve a sus anchas hoy en muchas ciudades del Magreb, donde ya se ha instalado.
Terrorismo. Las organizaciones terroristas, a menudo cómplices del crimen organizado, encuentran terrenos fértiles en el Magreb; si bien es verdad que su financiación puede proceder indistintamente de algunos países ricos de África del norte y Oriente Medio, como también de Europa. Es más, aunque sus ideólogos vengan de países del sur, ya sean estos de matiz religiosa, étnica o política, a veces encuentran refugio y protección en los países europeos, amparándose en los llamados “derechos de asilo”, que propician organismos y asociaciones que se afanan en defender los derechos civiles y democráticos.
Las divergencias en la interpretación de esos fenómenos entre Europa y el Magreb y entre los distintos países norteafricanos, aumentan los puntos de litigio y generan grandes dificultades a la hora de coordinar las fuerzas de seguridad y alcanzar una política común.
Un gran espacio conflictivo lo constituye la persistencia de una visión en cierto modo supremacista y caritativa que se tiene en Europa respecto al mundo árabe-africano. A veces se dice ayudar al desarrollo cuando se apuntalan dictaduras, se venden armas y técnicas de represión; pero se cierran los ojos o se llega tarde cuando los pueblos se rebelan. Los pueblos marroquí y tunecino ven con simpatía lo que ocurre en Argelia, pero no pueden manifestarlo para no ser acusados de injerencia; en cambio los gobiernos europeos, que son responsables históricamente de ello, callan.
Un gran nudo del desencuentro lo constituye los conflictos en Libia y en Malí. La intervención militar occidental promovida por Francia en estos dos países, en el primero para derrocar el régimen de Gadafi y en el segundo para proteger el régimen maliense del asedio de grupos terroristas, ha conducido ambos países a un callejón sin salida. Los países del Magreb, directamente implicados en ambas crisis, no apoyan la división de Libia promovida por el general Jalifa Haftar apoyado por Francia y Estados Unidos, país éste del que es ciudadano; y ven con preocupación la persistencia del despliegue militar francés con cuatro mil efectivos en el Sahel. Ni Marruecos, ni Argelia, ni Túnez, apoyan la balkanización de África del Norte. Todo lo más la soportan por imperativos geopolíticos.
Estos puntos de conflicto son tan graves que en la orilla sur casi se ha perdido la esperanza. No nos engañemos, mientras persista la zona de turbulencias, los proyectos caritativos de ayuda y cooperación, serán un brumoso espejismo.
Esto es lo que subyace en el fondo de los conflictos políticos que tienen lugar en el Magreb. ¿Tienen solución? Sí, algunos más rápidamente que otros. El del Sáhara Occidental, por ejemplo, tiene su solución en la Unión del Gran Magreb. La solución a mi entender, no está ni en la ONU ni en la Unión Africana, sino en un Magreb unificado, que respete los derechos de sus pueblos, sus libertades democráticas, su historia y su cultura. La solución es unir, no separar. La ONU solo podrá constatar el acuerdo al que se llegue dentro del Magreb, y aceptarlo. La actual guerra civil en Libia, también. La solución esta dentro de la Unión Norteafricana, y no en enviar tropas ni en apadrinar soluciones desde Washington, Paris o Roma. La Europa del sur, la de los cinco de la ribera norte del Mediterráneo (Portugal, España, Francia, Italia y Malta) debe aparcar su ambición de acaparar las materias primas y de comprar lealtades de tribus, etnias o grupos armados, y apoyar a fondo la Unión magrebí. Llevará tiempo, pero es el camino.
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