El día que conocí a Setara

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Cientos de refugiados buscan una ruta alternativa a Idomeni para pasar a Macedonia, este lunes. (Reuters)

Comenzó a llover sin descanso. El barro dibujaba las pisadas de los niños descalzos. Los afganos se escondían en las tiendas en busca de un calor que se les había escapado de repente.

Fue el momento en el que se me acercó Setara, una niña de 14 años y la mirada tan dulce como los sueños que alberga. Cubierta por un manto negro y cenefas plateadas, unos pendientes de perla y una diadema brillante que coronaba sus grandes ojos negros.

Setara significa «estrella», nacida en Kabul, un lugar en el firmamento. Huye con sus padres del infierno del Daesh y, mientras me cuenta, el recuerdo de las bombas le hace entornar los párpados por no llorar.

Precisamente hoy he llegado a un nuevo campamento sin apenas seguridad. Un lugar de Grecia, una isla de miseria y de incertidumbre. Casi todos afganos huyendo despavoridos del Estado Islámico.

Una de las amigas de Setara tiene la cara desfigurada y la sonrisa en los labios. No quise ni preguntar al sentir una mezcla de dolor y de respeto, de tristeza y de indignación.

Uno de estos afganos cruzó tres veces el Egeo para llevar a cada uno de sus tres hijos, uno por trayecto por el miedo a perderlos todos en un fatal naufragio.

Porque la inmensa mayoría de los habitantes del campamento son precisamente de Afganistán. Una mezcla de etnias en las tiendas de campaña que me permite distinguir los rasgos de los pastunes, los tayikos y los hazaras.

Los afganos huyen de su tierra, sí, para salvar a sus hijos de la peste de la guerra. Las afganas, además, huyen de un lugar donde ocho de cada 10 matrimonios es forzado, nueve de cada 10 mujeres es analfabeta y uno de cada 10 niños nace muerto.

Ahora están aquí con nosotros. Y yo contemplando en este campamento cómo Europa les da con la puerta en la cara. Mientras, la lluvia no para de caer y yo no me canso de escuchar historias afganas de dolor y de tragedia.

Setara es una niña cuya dulzura es difícilmente descriptible con palabras. Habla algo de inglés y me acompaña por las tiendas para escuchar de la boca de los afganos todo el horror y todo el dolor de sus relatos.

Setara me insiste en que pronuncie correctamente su nombre. Me recuerda que el suyo significa estrella y me pregunta de dónde vengo.

Cuando lo difícil es saber… adónde voy.

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